• La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada.
    Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos.
    Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos.

    Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah.
    Al menos de una de ellas…
    La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor.


    ---

    Despierto al día siguiente del sello de Naamah.

    El dolor me arranca el aliento.
    Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir.

    Me llevo una mano al vientre, temblorosa.
    La piel está caliente, viva, demasiado viva.
    Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí.

    Cierro los ojos.
    Respiro.
    Y entonces canto.

    Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda.

    Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente:

    **“Shae’lin… shaer’na vel…
    Umrae thil, umrae thil…
    Kaor’eth narae, narae suul…
    Vel’thra… vel’thra… duerm’kael…

    Shaa… shaa…
    Noktir vael en’th…”**

    El dolor cede poco a poco.
    Las serpientes se aquietan.
    El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre.

    Mi vientre se calma.
    Ellos duermen.

    Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio…
    no puedo evitar sonreír.

    Naamah
    La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada. Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos. Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos. Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah. Al menos de una de ellas… La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor. --- Despierto al día siguiente del sello de Naamah. El dolor me arranca el aliento. Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir. Me llevo una mano al vientre, temblorosa. La piel está caliente, viva, demasiado viva. Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí. Cierro los ojos. Respiro. Y entonces canto. Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda. Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente: **“Shae’lin… shaer’na vel… Umrae thil, umrae thil… Kaor’eth narae, narae suul… Vel’thra… vel’thra… duerm’kael… Shaa… shaa… Noktir vael en’th…”** El dolor cede poco a poco. Las serpientes se aquietan. El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre. Mi vientre se calma. Ellos duermen. Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio… no puedo evitar sonreír. [n.a.a.m.a.h]
    Me shockea
    Me encocora
    4
    5 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    A veces la decisión más dolorosa es la correcta.
    A veces la decisión más dolorosa es la correcta.
    Me entristece
    1
    0 comentarios 0 compartidos
  • Era un hombre.
    Ahora, solo queda la bestia.
    El minotauro llegó sin aviso, cubierto de polvo, con la mirada perdida en algún punto que nadie ve. Nadie sabe de dónde vino, solo que las cadenas que arrastra no son de hierro, sino de culpa. En otro tiempo tuvo nombre, rostro, voz. Hoy, su respiración suena como un recuerdo que no quiere morir.
    Busca a quien lo transformó, o quizá a quien amó antes del castigo. Otros murmuran que solo quiere probar que sigue sintiendo algo, lo que sea, aunque sea dolor.
    Su intención es clara: encontrar al culpable y hacerle entender lo que significa no poder morir siendo humano.
    Era un hombre. Ahora, solo queda la bestia. El minotauro llegó sin aviso, cubierto de polvo, con la mirada perdida en algún punto que nadie ve. Nadie sabe de dónde vino, solo que las cadenas que arrastra no son de hierro, sino de culpa. En otro tiempo tuvo nombre, rostro, voz. Hoy, su respiración suena como un recuerdo que no quiere morir. Busca a quien lo transformó, o quizá a quien amó antes del castigo. Otros murmuran que solo quiere probar que sigue sintiendo algo, lo que sea, aunque sea dolor. Su intención es clara: encontrar al culpable y hacerle entender lo que significa no poder morir siendo humano.
    Me gusta
    Me shockea
    Me encocora
    7
    5 turnos 0 maullidos
  • Tras lo ocurrido durante aquella noche, había dormido profundamente incluso más de lo que siquiera podría estar acostumbrado, pero lo necesitaba demasiado con su cuerpo tan agotado y, tal vez de forma inconsciente, reacio a reaccionar por lo mismo.

    Aún así, el hambre terminó despertándolo, removiéndose en la cama y quejándose al sentir un agudo dolor en su espalda baja, ni que decir de su maltratado interior, alzándose poco a poco, dejando caer las mantas para mostrar las marcas que habían quedado en su cuerpo, especialmente aquellas escandalosas mordidas en la nuca, volviendo a él poco a poco cada uno de los detalles, sujetándose la cabeza con una mano mientras con la otra se seguía apoyando, intentando no irse de bruces al no poder sentarse.

    —P-Por los Dioses... no es cierto...
    Tras lo ocurrido durante aquella noche, había dormido profundamente incluso más de lo que siquiera podría estar acostumbrado, pero lo necesitaba demasiado con su cuerpo tan agotado y, tal vez de forma inconsciente, reacio a reaccionar por lo mismo. Aún así, el hambre terminó despertándolo, removiéndose en la cama y quejándose al sentir un agudo dolor en su espalda baja, ni que decir de su maltratado interior, alzándose poco a poco, dejando caer las mantas para mostrar las marcas que habían quedado en su cuerpo, especialmente aquellas escandalosas mordidas en la nuca, volviendo a él poco a poco cada uno de los detalles, sujetándose la cabeza con una mano mientras con la otra se seguía apoyando, intentando no irse de bruces al no poder sentarse. —P-Por los Dioses... no es cierto...
    Me gusta
    Me shockea
    2
    38 turnos 0 maullidos
  • Lo sé, lo sé, esa "maldita y descarada" sensación de vacío está a punto de matarte, ah, ingrata soledad. Es tan dolorosa que se siente como un deleite al alma.
    Lo sé, lo sé, esa "maldita y descarada" sensación de vacío está a punto de matarte, ah, ingrata soledad. Es tan dolorosa que se siente como un deleite al alma.
    Me entristece
    Me gusta
    Me enjaja
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • « Vuelta a casa »
    𝐌𝖾𝗅𝗂𝗇𝖺 𝐅𝗂𝗋𝖾𝖻𝗅𝗈𝗈𝗆

    Era la primera nevada del año; aquel manto blanco, virgen, se tiñó de carmesí en aquel ocaso. Los Kamis los habían castigado, como a un perro desobediente que reta a su amo.

    Sus últimas palabras y pensamientos fueron volver a casa. No sabía cuántos días habían pasado; en el mundo de los espíritus la noche siempre era perpetua, por lo que no fue consciente del tiempo que pasó fuera.

    Recordó ser arropado por los brazos de Inari, y segundos después, tras sus últimas palabras, sentir que el frío del invierno lo abrazaba. Apareció en el exterior del templo, boca arriba sobre el manto blanco que había viajado con aquella primera nevada. Sintió incluso alivio al sentir la frescura sobre su piel lacerada. Aún así, el dolor le había robado el aliento; eso sumado a la falta de comida, agua y sueño durante días, había hecho que finalmente colapsara. Pero tras unos largos segundos, con el poco hilo de voz que le quedaba, pudo decir una sola cosa.

    - Me...Melina....-

    « Vuelta a casa » [Fire.bl00m] Era la primera nevada del año; aquel manto blanco, virgen, se tiñó de carmesí en aquel ocaso. Los Kamis los habían castigado, como a un perro desobediente que reta a su amo. Sus últimas palabras y pensamientos fueron volver a casa. No sabía cuántos días habían pasado; en el mundo de los espíritus la noche siempre era perpetua, por lo que no fue consciente del tiempo que pasó fuera. Recordó ser arropado por los brazos de Inari, y segundos después, tras sus últimas palabras, sentir que el frío del invierno lo abrazaba. Apareció en el exterior del templo, boca arriba sobre el manto blanco que había viajado con aquella primera nevada. Sintió incluso alivio al sentir la frescura sobre su piel lacerada. Aún así, el dolor le había robado el aliento; eso sumado a la falta de comida, agua y sueño durante días, había hecho que finalmente colapsara. Pero tras unos largos segundos, con el poco hilo de voz que le quedaba, pudo decir una sola cosa. - Me...Melina....-
    Me gusta
    Me entristece
    5
    5 turnos 0 maullidos
  • Si bien mis heridas han empezado a curarse, sigo estando muerto en vida, no siento dolor, ni puedo reconocer olores, al menos ya puedo moverme mejor.
    Si bien mis heridas han empezado a curarse, sigo estando muerto en vida, no siento dolor, ni puedo reconocer olores, al menos ya puedo moverme mejor.
    Me gusta
    2
    24 turnos 0 maullidos
  • 10 a 26 líneas por Semana
    Fandom
    Supernatural
    Búsqueda de
    Shipping
    Estado
    Disponible
    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural.
    La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón.

    Lo que ofrezco:
    • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing.
    • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva.
    • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo.
    • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable.

    Lo que busco:
    • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente.
    • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos.
    • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras.
    • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional.

    Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.

    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural. La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón. Lo que ofrezco: • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing. • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva. • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo. • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable. Lo que busco: • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente. • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos. • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras. • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional. Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.
    Me gusta
    1
    0 comentarios 1 compartido
  • «Escena cerrada»

    El juicio de los Dioses.

    Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal.

    Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo.

    Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber.

    El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis.

    Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia.

    No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo.

    Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar.

    —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él.

    A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta.

    Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo.

    Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia.

    Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca.

    Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá.

    Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa.

    Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa.

    —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento.

    A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    «Escena cerrada» El juicio de los Dioses. Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal. Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo. Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber. El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis. Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia. No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo. Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar. —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él. A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta. Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo. Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia. Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca. Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá. Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa. Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa. —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento. A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    Me gusta
    Me endiabla
    Me shockea
    Me emputece
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • *¡Seguir adelante!
    Clive ha llegado a esa resolución. Sigue siendo doloroso el hecho de que aquella chica de las mandarinas decidió irse. Pero por mucho que se lamente, ella no volverá. Al menos, no por ahora...
    Clive decide que esperará a descubrir si las últimas palabras de ella se volverán realidad o no. Pero mientras lo hace, sabe que no puede quedarse estancado en el dolor.
    Por eso decidió cabalgar un poco más durante la noche, antes de detenerse a acampar para descansar. La noche es fría y oscura, pero con sus poderes de fuego se ilumina el camino.
    Además, recuerda las palabras que escuchó antes de comenzar esta cabalgata nocturna, de una mujer con ojos de color ámbar.*

    [Si las personas están hechas para usted, volverán tarde o temprano, son ausencias momentáneas... Y, si no es el caso, lo mejor que puede hacer es seguir adelante, es lo más sano para usted.]

    *Son palabras con cierta sabiduría que hay que aprovechar...*
    *¡Seguir adelante! Clive ha llegado a esa resolución. Sigue siendo doloroso el hecho de que aquella chica de las mandarinas decidió irse. Pero por mucho que se lamente, ella no volverá. Al menos, no por ahora... Clive decide que esperará a descubrir si las últimas palabras de ella se volverán realidad o no. Pero mientras lo hace, sabe que no puede quedarse estancado en el dolor. Por eso decidió cabalgar un poco más durante la noche, antes de detenerse a acampar para descansar. La noche es fría y oscura, pero con sus poderes de fuego se ilumina el camino. Además, recuerda las palabras que escuchó antes de comenzar esta cabalgata nocturna, de una mujer con ojos de color ámbar.* [Si las personas están hechas para usted, volverán tarde o temprano, son ausencias momentáneas... Y, si no es el caso, lo mejor que puede hacer es seguir adelante, es lo más sano para usted.] *Son palabras con cierta sabiduría que hay que aprovechar...*
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados