• Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse.

    Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías

    Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar.
    No soy un simple descendiente.
    Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse…
    y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar.

    ✦ Mi Padre:

    R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛
    Un híbrido Arrancar/Íncubo.
    El Rey Demonio de la Luna Blanca.
    El Pilar de la Oscuridad.

    De él heredé:
    —El poder para devorar almas y sombras.
    —La sangre que no se inclina ante nadie.
    —Una herencia que ha quebrado mundos.

    Abuelos paternos:

    ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma.
    ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece.
    ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable.

    Mi linaje por parte de mi padre no es sangre:
    es sentencia.

    ✦ Mi Madre:
    Menardi Nura Byakuren
    Híbrida de Youkai y Ángel Celestial.
    De alas blancas, de magia curativa, de alma pura.
    La luz que puede sanar cualquier herida…
    y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas.

    Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo.
    La que me enseñó que un arma también puede proteger.

    Su gemela:

    Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura.
    El reflejo perfecto y contrario de mi madre.

    Abuelos maternos:

    ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz.
    ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual.

    De mi madre heredé:
    —El alma que brilla incluso entre monstruos.
    —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen.
    —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme.

    ✦ Yo, Sting:

    Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido.
    El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai.
    Un corazón que late entre el caos y la pureza.

    El mundo no me definirá.

    Seré yo quien lo rehaga.
    Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse. Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar. No soy un simple descendiente. Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse… y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar. ✦ Mi Padre: R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛 Un híbrido Arrancar/Íncubo. El Rey Demonio de la Luna Blanca. El Pilar de la Oscuridad. De él heredé: —El poder para devorar almas y sombras. —La sangre que no se inclina ante nadie. —Una herencia que ha quebrado mundos. Abuelos paternos: ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma. ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece. ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable. Mi linaje por parte de mi padre no es sangre: es sentencia. ✦ Mi Madre: Menardi Nura Byakuren Híbrida de Youkai y Ángel Celestial. De alas blancas, de magia curativa, de alma pura. La luz que puede sanar cualquier herida… y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas. Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo. La que me enseñó que un arma también puede proteger. Su gemela: Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura. El reflejo perfecto y contrario de mi madre. Abuelos maternos: ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz. ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual. De mi madre heredé: —El alma que brilla incluso entre monstruos. —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen. —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme. ✦ Yo, Sting: Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido. El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai. Un corazón que late entre el caos y la pureza. El mundo no me definirá. Seré yo quien lo rehaga.
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    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
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    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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  • —El mundo es de quienes encuentran balance donde sólo hay caos, de quienes forman lo inteligible con los jirones que desgarra el tirón entre el querer y el deber.
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    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz

    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz El mundo desaparece. El blanco se derrite en rojo. El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras. Todo es pintura líquida… pero vibra como carne. Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta. Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí. Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente. Hakos Baelz. Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo. —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta. Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios. Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado. —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad? Has venido a parar aquí… a mi estudio. Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto. —Relájate. No voy a matarte. Aún no. Primero… voy a ver cómo te ves por dentro. Y luego… quizá te rehaga un poquito. La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo. El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo. Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente. Su corazón late al ritmo del Caos. Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz

    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
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    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido. Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba: su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez. Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido. —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres. Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo. Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse: «Muéstrame el corte… y déjame recordar.» Entonces todo ocurrió a la vez. Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero. Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba. Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció. No como espada. No como memoria. Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo. La grieta se cerró con un susurro de luz. Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.
    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

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    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz

    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz El mundo desaparece. El blanco se derrite en rojo. El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras. Todo es pintura líquida… pero vibra como carne. Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta. Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí. Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente. Hakos Baelz. Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo. —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta. Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios. Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado. —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad? Has venido a parar aquí… a mi estudio. Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto. —Relájate. No voy a matarte. Aún no. Primero… voy a ver cómo te ves por dentro. Y luego… quizá te rehaga un poquito. La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo. El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo. Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente. Su corazón late al ritmo del Caos. Y Hakos sonríe, encantada.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido. Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba: su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez. Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido. —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres. Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo. Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse: «Muéstrame el corte… y déjame recordar.» Entonces todo ocurrió a la vez. Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero. Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba. Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció. No como espada. No como memoria. Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo. La grieta se cerró con un susurro de luz. Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.
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  • Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato

    Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante

    Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla

    Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento

    Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades

    Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció

    Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término.

    La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo

    Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
    Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término. La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    No puedo mantener la compostura.
    Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
    Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.

    Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
    No.
    Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.

    Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”

    La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
    Y lo entiende.
    Sin que yo tenga que explicarlo.
    Sin que exista ninguna duda entre nosotras.

    Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
    De que soy su hija.

    Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”

    Su abrazo se vuelve eterno.
    Mi pecho se abre.
    Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.

    Cierro los ojos.

    Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
    Hakos Baelz.
    Observándome.
    Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.

    En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
    Y por primera vez, entre ellas, la mía.

    Una figura elegante.
    Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
    Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.

    Abro los ojos.

    Y mi piel es roja como el fuego.
    Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.

    Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”

    Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.

    Arc: “No la encontrarás aquí.”
    Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
    “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 No puedo mantener la compostura. Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo. Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho. Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos. No. Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima. Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.” La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado. Y lo entiende. Sin que yo tenga que explicarlo. Sin que exista ninguna duda entre nosotras. Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo. De que soy su hija. Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.” Su abrazo se vuelve eterno. Mi pecho se abre. Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer. Cierro los ojos. Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras. Hakos Baelz. Observándome. Sonriendo con esa chispa de destino inevitable. En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos. Y por primera vez, entre ellas, la mía. Una figura elegante. Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas. Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo. Abro los ojos. Y mi piel es roja como el fuego. Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar. Lili: “Necesito encontrar a Veythra.” Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente. Arc: “No la encontrarás aquí.” Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse. “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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    No puedo mantener la compostura.
    Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
    Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.

    Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
    No.
    Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.

    Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”

    La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
    Y lo entiende.
    Sin que yo tenga que explicarlo.
    Sin que exista ninguna duda entre nosotras.

    Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
    De que soy su hija.

    Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”

    Su abrazo se vuelve eterno.
    Mi pecho se abre.
    Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.

    Cierro los ojos.

    Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
    Hakos Baelz.
    Observándome.
    Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.

    En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
    Y por primera vez, entre ellas, la mía.

    Una figura elegante.
    Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
    Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.

    Abro los ojos.

    Y mi piel es roja como el fuego.
    Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.

    Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”

    Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.

    Arc: “No la encontrarás aquí.”
    Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
    “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
    Me entristece
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