La chica nueva del instituto
{Rol cerrado con Atemhoremheb Rey de reyes }
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Takara se dejó caer sobre la cama de su habitación en la residencia de estudiantes "Bahía de Domino", un modesto edificio destinado a albergar principalmente a los estudiantes de intercambio que llegaban a la ciudad. Sin embargo, la situación de Takara no era así: ella había venido para quedarse. Las razones de sus padres eran ambiguas y nada claras, pero lo que sí era evidente era que no podía pasarse la vida repitiendo cursos y yendo de un lado a otro sin rumbo fijo. A sus 17 años, ya tenía que haber terminado la secundaria y aquella era la segunda vez que repetía el penúltimo curso.
Intentó llamar a su padre por tercera vez, y por tercera vez le saltó el buzón de voz. En lugar de dejar un mensaje, como era de esperar, simplemente colgó el teléfono. Lo único bueno que tenía esa situación era que su habitación, como estaba en los últimos pisos, era de régimen privado, sin compañeros, y la tenía equipada de tal manera que casi era un apartamento. Pero se sentía terriblemente sola.
No tardó en quedarse dormida; aún le quedaban pastillas para dormir, pero no creyó necesitarlas para esa noche, aunque Takara ignoraba que el problema no era dormir, sino soñar. Desde hacía algún tiempo, había empezado a tener sueños muy extraños en los que aparecía un muchacho de ojos violetas con el pelo teñido y peinado de punta que llevaba una pirámide invertida de oro al cuello. No hablaban, sólo lo observaba en la distancia. Y ella ignoraba que ese muchacho era la clave de todo. ¿De qué todo? Eso aún estaba por descubrirse.
Sonó el despertador; tardó unos minutos en darse cuenta de que ya no estaba en la casa de sus padres, en Nueva York. Se enfundó en el uniforme que le había dado el escolta que la llevó el día anterior y, maps en mano, se dirigió hacia el Instituto Domino, por supuesto, acabando más perdida que un calamar en un garaje. Como por intervención divina, llegó a tiempo a su primera clase en aquel nuevo instituto.
Y ahí, como por una broma del destino, estaba el muchacho de cabello teñido peinado de punta, con una pirámide invertida dorada colgada del cuello, sentado en la cuarta fila de pupitres, en la mesa más cercana al ventanal.
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Takara se dejó caer sobre la cama de su habitación en la residencia de estudiantes "Bahía de Domino", un modesto edificio destinado a albergar principalmente a los estudiantes de intercambio que llegaban a la ciudad. Sin embargo, la situación de Takara no era así: ella había venido para quedarse. Las razones de sus padres eran ambiguas y nada claras, pero lo que sí era evidente era que no podía pasarse la vida repitiendo cursos y yendo de un lado a otro sin rumbo fijo. A sus 17 años, ya tenía que haber terminado la secundaria y aquella era la segunda vez que repetía el penúltimo curso.
Intentó llamar a su padre por tercera vez, y por tercera vez le saltó el buzón de voz. En lugar de dejar un mensaje, como era de esperar, simplemente colgó el teléfono. Lo único bueno que tenía esa situación era que su habitación, como estaba en los últimos pisos, era de régimen privado, sin compañeros, y la tenía equipada de tal manera que casi era un apartamento. Pero se sentía terriblemente sola.
No tardó en quedarse dormida; aún le quedaban pastillas para dormir, pero no creyó necesitarlas para esa noche, aunque Takara ignoraba que el problema no era dormir, sino soñar. Desde hacía algún tiempo, había empezado a tener sueños muy extraños en los que aparecía un muchacho de ojos violetas con el pelo teñido y peinado de punta que llevaba una pirámide invertida de oro al cuello. No hablaban, sólo lo observaba en la distancia. Y ella ignoraba que ese muchacho era la clave de todo. ¿De qué todo? Eso aún estaba por descubrirse.
Sonó el despertador; tardó unos minutos en darse cuenta de que ya no estaba en la casa de sus padres, en Nueva York. Se enfundó en el uniforme que le había dado el escolta que la llevó el día anterior y, maps en mano, se dirigió hacia el Instituto Domino, por supuesto, acabando más perdida que un calamar en un garaje. Como por intervención divina, llegó a tiempo a su primera clase en aquel nuevo instituto.
Y ahí, como por una broma del destino, estaba el muchacho de cabello teñido peinado de punta, con una pirámide invertida dorada colgada del cuello, sentado en la cuarta fila de pupitres, en la mesa más cercana al ventanal.
{Rol cerrado con [DawnOfLight] }
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Takara se dejó caer sobre la cama de su habitación en la residencia de estudiantes "Bahía de Domino", un modesto edificio destinado a albergar principalmente a los estudiantes de intercambio que llegaban a la ciudad. Sin embargo, la situación de Takara no era así: ella había venido para quedarse. Las razones de sus padres eran ambiguas y nada claras, pero lo que sí era evidente era que no podía pasarse la vida repitiendo cursos y yendo de un lado a otro sin rumbo fijo. A sus 17 años, ya tenía que haber terminado la secundaria y aquella era la segunda vez que repetía el penúltimo curso.
Intentó llamar a su padre por tercera vez, y por tercera vez le saltó el buzón de voz. En lugar de dejar un mensaje, como era de esperar, simplemente colgó el teléfono. Lo único bueno que tenía esa situación era que su habitación, como estaba en los últimos pisos, era de régimen privado, sin compañeros, y la tenía equipada de tal manera que casi era un apartamento. Pero se sentía terriblemente sola.
No tardó en quedarse dormida; aún le quedaban pastillas para dormir, pero no creyó necesitarlas para esa noche, aunque Takara ignoraba que el problema no era dormir, sino soñar. Desde hacía algún tiempo, había empezado a tener sueños muy extraños en los que aparecía un muchacho de ojos violetas con el pelo teñido y peinado de punta que llevaba una pirámide invertida de oro al cuello. No hablaban, sólo lo observaba en la distancia. Y ella ignoraba que ese muchacho era la clave de todo. ¿De qué todo? Eso aún estaba por descubrirse.
Sonó el despertador; tardó unos minutos en darse cuenta de que ya no estaba en la casa de sus padres, en Nueva York. Se enfundó en el uniforme que le había dado el escolta que la llevó el día anterior y, maps en mano, se dirigió hacia el Instituto Domino, por supuesto, acabando más perdida que un calamar en un garaje. Como por intervención divina, llegó a tiempo a su primera clase en aquel nuevo instituto.
Y ahí, como por una broma del destino, estaba el muchacho de cabello teñido peinado de punta, con una pirámide invertida dorada colgada del cuello, sentado en la cuarta fila de pupitres, en la mesa más cercana al ventanal.
Tipo
Grupal
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible