Dos almas que se aman
Zelgadiss yacía en el suelo, inconsciente. Había sido derrotado por Sombra Oscura, un poderoso ser mucho más fuerte que él. Mucho más fuerte que cualquier otro enemigo al que Zelgadiss se hubiera enfrentado a lo largo de su vida.
El hechicero no sabía si estaba vivo o muerto. No sentía nada, ni dolor, ni frío, ni calor. Solo una profunda oscuridad densa y aterciopelada que le envolvía. ¿Era aquello la muerte?
Pero entonces, oyó una voz. Una voz dulce, cálida, familiar. Una voz que ansiaba escuchar con todas sus fuerzas.
—Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto...
Era la voz de Ameria.
Zelgadiss reconoció su voz al instante. Era la mujer que amaba con todo su corazón. La mujer que le había aceptado tal como era sin importarle su aspecto de quimera. La mujer que le había hecho feliz, que le había hecho reír, que le había hecho soñar.
La mujer que le había besado.
Si aquello realmente era la muerte, Zelgadiss pensó que había merecido la pena morir aunque solo fuera por escuchar la voz de Ameria una última vez.
Zelgadiss recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso lleno de amor, de ternura, de pasión. Un beso que le había transmitido todo lo que sentían el uno por el otro, pero que no podían decir con palabras. Un beso que llevaba la promesa implícita de que volverían a estar juntos algún día.
Pero habían pasado meses desde entonces, y no había podido cumplir su promesa. No había podido encontrar la forma de restaurar su humanidad, ni la forma de comunicarse con ella. No sabía si ella estaría bien, si estaría feliz, si se acordaría de él...
¿Qué pasaría si nunca volvieran a estar juntos? ¿Qué pasaría si ella encontrara a otro hombre? ¿Qué pasaría si se olvidara de él?
Zelgadiss se negaba a pensar eso. Él confiaba en Ameria, en su amor, en su palabra. Él sabía que ella no le traicionaría ni le abandonaría. Él sabía que ella era fuerte, que no se daría por vencida ni se dejaría derrotar jamás.
Él sabía que ella le esperaba.
Porque le amaba, y le amaba del modo más puro y sincero que pueda sentirse.
Zelgadiss quiso responder a su voz. Quiso decirle que él también la quería, que él también la quería tanto. Quiso decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella.
Quiso decirle que la quería.
Quiso decirle que fue un loco por alejarse de ella por ir en busca de una cura que ni siquiera sabía si existía.
Quiso decirle que se arrepentía y que, si pudiera retroceder en el tiempo, jamás se separaría de su lado.
Pero no podía hablar. Su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba atrapado en la oscuridad, sin poder moverse ni hacer nada.
Pero entonces sintió algo. Algo extraño, pero maravilloso.
Sintió una conexión con ella. Una conexión mental, espiritual, mágica. No podía explicarlo.
Sintió que ella podía oírle. Que ella podía sentirle.
No sabía cómo era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Ameria hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con él a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que le quería tal como era. Tal vez hubiera querido decirle que le esperaba para volver a verle.
O tal vez, en aquel estado tan cerca de la muerte, sus almas habían encontrado un modo de reencontrarse, o quizá de despedirse.
Zelgadiss concentró toda su energía y toda su voluntad en ese mensaje. En ese único y simple mensaje.
—Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...
El hechicero no sabía si estaba vivo o muerto. No sentía nada, ni dolor, ni frío, ni calor. Solo una profunda oscuridad densa y aterciopelada que le envolvía. ¿Era aquello la muerte?
Pero entonces, oyó una voz. Una voz dulce, cálida, familiar. Una voz que ansiaba escuchar con todas sus fuerzas.
—Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto...
Era la voz de Ameria.
Zelgadiss reconoció su voz al instante. Era la mujer que amaba con todo su corazón. La mujer que le había aceptado tal como era sin importarle su aspecto de quimera. La mujer que le había hecho feliz, que le había hecho reír, que le había hecho soñar.
La mujer que le había besado.
Si aquello realmente era la muerte, Zelgadiss pensó que había merecido la pena morir aunque solo fuera por escuchar la voz de Ameria una última vez.
Zelgadiss recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso lleno de amor, de ternura, de pasión. Un beso que le había transmitido todo lo que sentían el uno por el otro, pero que no podían decir con palabras. Un beso que llevaba la promesa implícita de que volverían a estar juntos algún día.
Pero habían pasado meses desde entonces, y no había podido cumplir su promesa. No había podido encontrar la forma de restaurar su humanidad, ni la forma de comunicarse con ella. No sabía si ella estaría bien, si estaría feliz, si se acordaría de él...
¿Qué pasaría si nunca volvieran a estar juntos? ¿Qué pasaría si ella encontrara a otro hombre? ¿Qué pasaría si se olvidara de él?
Zelgadiss se negaba a pensar eso. Él confiaba en Ameria, en su amor, en su palabra. Él sabía que ella no le traicionaría ni le abandonaría. Él sabía que ella era fuerte, que no se daría por vencida ni se dejaría derrotar jamás.
Él sabía que ella le esperaba.
Porque le amaba, y le amaba del modo más puro y sincero que pueda sentirse.
Zelgadiss quiso responder a su voz. Quiso decirle que él también la quería, que él también la quería tanto. Quiso decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella.
Quiso decirle que la quería.
Quiso decirle que fue un loco por alejarse de ella por ir en busca de una cura que ni siquiera sabía si existía.
Quiso decirle que se arrepentía y que, si pudiera retroceder en el tiempo, jamás se separaría de su lado.
Pero no podía hablar. Su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba atrapado en la oscuridad, sin poder moverse ni hacer nada.
Pero entonces sintió algo. Algo extraño, pero maravilloso.
Sintió una conexión con ella. Una conexión mental, espiritual, mágica. No podía explicarlo.
Sintió que ella podía oírle. Que ella podía sentirle.
No sabía cómo era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Ameria hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con él a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que le quería tal como era. Tal vez hubiera querido decirle que le esperaba para volver a verle.
O tal vez, en aquel estado tan cerca de la muerte, sus almas habían encontrado un modo de reencontrarse, o quizá de despedirse.
Zelgadiss concentró toda su energía y toda su voluntad en ese mensaje. En ese único y simple mensaje.
—Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...
Zelgadiss yacía en el suelo, inconsciente. Había sido derrotado por Sombra Oscura, un poderoso ser mucho más fuerte que él. Mucho más fuerte que cualquier otro enemigo al que Zelgadiss se hubiera enfrentado a lo largo de su vida.
El hechicero no sabía si estaba vivo o muerto. No sentía nada, ni dolor, ni frío, ni calor. Solo una profunda oscuridad densa y aterciopelada que le envolvía. ¿Era aquello la muerte?
Pero entonces, oyó una voz. Una voz dulce, cálida, familiar. Una voz que ansiaba escuchar con todas sus fuerzas.
—Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto...
Era la voz de Ameria.
Zelgadiss reconoció su voz al instante. Era la mujer que amaba con todo su corazón. La mujer que le había aceptado tal como era sin importarle su aspecto de quimera. La mujer que le había hecho feliz, que le había hecho reír, que le había hecho soñar.
La mujer que le había besado.
Si aquello realmente era la muerte, Zelgadiss pensó que había merecido la pena morir aunque solo fuera por escuchar la voz de Ameria una última vez.
Zelgadiss recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso lleno de amor, de ternura, de pasión. Un beso que le había transmitido todo lo que sentían el uno por el otro, pero que no podían decir con palabras. Un beso que llevaba la promesa implícita de que volverían a estar juntos algún día.
Pero habían pasado meses desde entonces, y no había podido cumplir su promesa. No había podido encontrar la forma de restaurar su humanidad, ni la forma de comunicarse con ella. No sabía si ella estaría bien, si estaría feliz, si se acordaría de él...
¿Qué pasaría si nunca volvieran a estar juntos? ¿Qué pasaría si ella encontrara a otro hombre? ¿Qué pasaría si se olvidara de él?
Zelgadiss se negaba a pensar eso. Él confiaba en Ameria, en su amor, en su palabra. Él sabía que ella no le traicionaría ni le abandonaría. Él sabía que ella era fuerte, que no se daría por vencida ni se dejaría derrotar jamás.
Él sabía que ella le esperaba.
Porque le amaba, y le amaba del modo más puro y sincero que pueda sentirse.
Zelgadiss quiso responder a su voz. Quiso decirle que él también la quería, que él también la quería tanto. Quiso decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella.
Quiso decirle que la quería.
Quiso decirle que fue un loco por alejarse de ella por ir en busca de una cura que ni siquiera sabía si existía.
Quiso decirle que se arrepentía y que, si pudiera retroceder en el tiempo, jamás se separaría de su lado.
Pero no podía hablar. Su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba atrapado en la oscuridad, sin poder moverse ni hacer nada.
Pero entonces sintió algo. Algo extraño, pero maravilloso.
Sintió una conexión con ella. Una conexión mental, espiritual, mágica. No podía explicarlo.
Sintió que ella podía oírle. Que ella podía sentirle.
No sabía cómo era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Ameria hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con él a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que le quería tal como era. Tal vez hubiera querido decirle que le esperaba para volver a verle.
O tal vez, en aquel estado tan cerca de la muerte, sus almas habían encontrado un modo de reencontrarse, o quizá de despedirse.
Zelgadiss concentró toda su energía y toda su voluntad en ese mensaje. En ese único y simple mensaje.
—Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Terminado