Las antiguas farolas iluminan las calles con una luz dorada, las sombras se proyectan en los edificios de piedra. El río Sena fluye majestuosamente a lo largo de la ciudad, con barcos amarrados a sus muelles. El aroma a pan recién horneado y café se mezcla con el olor a humo de los escapes de los automóviles. La Torre Eiffel se erige en el cielo, destacando, tal y como se planeó en su momento.

Jason camina tranquilamente por la calle, con las manos ocultas en los bolsillos del abrigo que viste. No lo necesita, pues el frío no suele afectarle demasiado, pero sirve para parecer humano, para potenciar la humanidad que guarda y vigila a la siempre acechante bestia.

Los ojos del vampiro escanean atentos el lugar, buscando. Esa noche no tiene claro qué quiere llevarse a la boca.

Con los años, Jason se ha vuelto exquisito. Solo caza un tipo específico de persona: Criminales.

No los mata; desde que todo está digitalizado y hay cámaras por todos lados, esconder un cadáver asesinado por un vampiro es más complicado. Influenciado por Lestat, el excelente vampiro ficticio de Rice, solo bebe lo necesario para sobrevivir. Un par de sorbos, curar y olvidar, ese es su lema alimenticio. Tiene que morder a unas dos o tres personas a lo largo de la noche para sobrevivir, pero eso le da más emoción a la caza.

Jason se detiene ante un cruce, pensativo. Podría entrar a cualquier discoteca cercana, seducir a cualquier humano que haya hecho algo o tenga mala pinta y morderle, pero no le apetece. Desde que lo transformaron, el vampiro ha visto cómo el mundo se volvía más escandaloso y ruidoso.

Con un suspiro, decide avanzar. Tal vez le cueste más encontrar algo que cazar, pero merecerá la pena.