Pasó la Nochebuena desplegado en una franja olvidada del norte de Rusia, donde la nieve no cae: vigila, y las anomalías no se esconden porque nadie vive lo suficiente para denunciarlas.

Decían que allí el mundo se adelgazaba, que la realidad se resquebrajaba con facilidad. Pero él no sentía miedo. El miedo requiere todavía algo de apego a la vida, uno que él ya no expresaba.

Entró al cementerio cuando el cielo se volvió de un negro absoluto, y a las doce en punto se dejó caer entre las lápidas sin nombre.

Luego busco hasta que se acurrucó en el regazo de una anomalía que imitaba la escultura en forma de una mujer, tal vez una virgen, tal vez algo más, el marmol era demasiado frío, pero aun asi Toby acariciaba la mano de la anomalia/escultura.

Su respiración llegaba tarde, como un eco mal sincronizado del mundo real. Aun así, no se movió más. Era lo más cercano a un cuerpo, a una presencia que no lo juzgara ni le pidiera que siguiera adelante.

Porque la verdad era simple y cruel: los peores infiernos no lo aguardaban fuera, no estaban en esa tierra maldita ni en las criaturas que la habitaban.

Vivían en su cabeza, susurrándole recuerdos que no podía enterrar, recordándole que incluso rodeado de lo sobrenatural, seguía estando irremediablemente solo.
Pasó la Nochebuena desplegado en una franja olvidada del norte de Rusia, donde la nieve no cae: vigila, y las anomalías no se esconden porque nadie vive lo suficiente para denunciarlas. Decían que allí el mundo se adelgazaba, que la realidad se resquebrajaba con facilidad. Pero él no sentía miedo. El miedo requiere todavía algo de apego a la vida, uno que él ya no expresaba. Entró al cementerio cuando el cielo se volvió de un negro absoluto, y a las doce en punto se dejó caer entre las lápidas sin nombre. Luego busco hasta que se acurrucó en el regazo de una anomalía que imitaba la escultura en forma de una mujer, tal vez una virgen, tal vez algo más, el marmol era demasiado frío, pero aun asi Toby acariciaba la mano de la anomalia/escultura. Su respiración llegaba tarde, como un eco mal sincronizado del mundo real. Aun así, no se movió más. Era lo más cercano a un cuerpo, a una presencia que no lo juzgara ni le pidiera que siguiera adelante. Porque la verdad era simple y cruel: los peores infiernos no lo aguardaban fuera, no estaban en esa tierra maldita ni en las criaturas que la habitaban. Vivían en su cabeza, susurrándole recuerdos que no podía enterrar, recordándole que incluso rodeado de lo sobrenatural, seguía estando irremediablemente solo.
Me entristece
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