Agua para los sedientos.
Fandom OC
Categoría Drama
Konrad Eisenwulf

Finales del siglo XIV — Mediados de la guerra entre Morana y la iglesia.


¿Cuán frágil puede ser la fe?
¿Qué hace falta para quebrantar un corazón devoto?
¿Hasta donde llega la ceguera de los templarios?

Morana nunca entendió la fe ciega que presentaban aquellos que la enfrentaban...

La guerra había consumido a ambos bandos, aunque a uno más que al otro... La iglesia estaba enfrentándose a un enemigo que no entendía, y fue ese mismo miedo el que los condenaría al fracaso, pues por sus actos barbáricos como la caza de brujas, fue que la fe de algunos terminó por quebrarse.

Esta es la historia de uno de ellos, que terminó por alzarse por encima del resto...


La noche era fría, la luna se alzaba por encima de la catedral, que alguna vez fue brillante, venerada, pero ahora eso no era más que un recuerdo distante.

La alguna vez majestuosa catedral había quedado reducida a un oscuro castillo, una fortaleza profana que se alzaba a lo alto de la colina.
Su cementerio, vacío.
Su campanario, destruido.

Los cuerpos descompuestos de campesinos y guerreros por igual, compañeros de guerra del que ahora se encontraba frente a la catedral, se alzaban en el patio, protegiendo lo que ahora era el refugio de la nigromante, pero por alguna extraña razón, no atacaron al hombre al verlo, sino que lo observaron inmóviles, permitiéndole el paso si así lo quisiera.

El olor a muerte era insoportable ¿Cómo era posible que alguien se refugiara aquí?

Pero el interior de la catedral parecía un mundo distinto.

Las antorchas iluminaban el lugar, los vitrales reflejaban dicha luz, dejando ver un ápice de la majestuosidad que alguna vez tuvo el sacro lugar, y al fondo del todo, en un trono que claramente no pertenecía al lugar, yacía la figura que tanto temía la iglesia.

Parecía una mujer normal a simple vista, pero al acercarse, cualquiera podría sentir la presión que su presencia ejercía sobre las almas de los vivos, el aura que emanaba su figura, intensa, propia de alguien que dominaba la muerte.

Dicha mujer no alzó la voz, esperó pacientemente a las palabras del visitante, pues sus palabras marcarían si esto sería el comienzo o el final.
[Ultimate_Warrior] Finales del siglo XIV — Mediados de la guerra entre Morana y la iglesia. ¿Cuán frágil puede ser la fe? ¿Qué hace falta para quebrantar un corazón devoto? ¿Hasta donde llega la ceguera de los templarios? Morana nunca entendió la fe ciega que presentaban aquellos que la enfrentaban... La guerra había consumido a ambos bandos, aunque a uno más que al otro... La iglesia estaba enfrentándose a un enemigo que no entendía, y fue ese mismo miedo el que los condenaría al fracaso, pues por sus actos barbáricos como la caza de brujas, fue que la fe de algunos terminó por quebrarse. Esta es la historia de uno de ellos, que terminó por alzarse por encima del resto... La noche era fría, la luna se alzaba por encima de la catedral, que alguna vez fue brillante, venerada, pero ahora eso no era más que un recuerdo distante. La alguna vez majestuosa catedral había quedado reducida a un oscuro castillo, una fortaleza profana que se alzaba a lo alto de la colina. Su cementerio, vacío. Su campanario, destruido. Los cuerpos descompuestos de campesinos y guerreros por igual, compañeros de guerra del que ahora se encontraba frente a la catedral, se alzaban en el patio, protegiendo lo que ahora era el refugio de la nigromante, pero por alguna extraña razón, no atacaron al hombre al verlo, sino que lo observaron inmóviles, permitiéndole el paso si así lo quisiera. El olor a muerte era insoportable ¿Cómo era posible que alguien se refugiara aquí? Pero el interior de la catedral parecía un mundo distinto. Las antorchas iluminaban el lugar, los vitrales reflejaban dicha luz, dejando ver un ápice de la majestuosidad que alguna vez tuvo el sacro lugar, y al fondo del todo, en un trono que claramente no pertenecía al lugar, yacía la figura que tanto temía la iglesia. Parecía una mujer normal a simple vista, pero al acercarse, cualquiera podría sentir la presión que su presencia ejercía sobre las almas de los vivos, el aura que emanaba su figura, intensa, propia de alguien que dominaba la muerte. Dicha mujer no alzó la voz, esperó pacientemente a las palabras del visitante, pues sus palabras marcarían si esto sería el comienzo o el final.
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