Había llegado un poco antes aquella mañana.
Desde que Lord Tywin Lannister le había levantado el castigo, y podía salir un rato de su jaula de oro -como él la solía llamar-, Serenna había aprovechado cada uno de los momentos en los que podía estar sola.
O casi, sola.
Sandor Clegane seguía siendo su sombra, aquello no había cambiado. Sin embargo, el Perro llevaba unos días un poco ausente. O eso creía ella, siempre pensando que le incordiaba, que era una molestia para él por querer siempre que él hiciera lo que nunca quería hacer: hablar con ella, parecer... un ser humano.
Aquel día él no la había acompañado al mirador, desde donde contemplaba el mar.
Serenna se acercó al tocador y comenzó a cepillar su pelo cuando, en el espejo, pareció percibir algo distinto.
Sobre la mesita cercana a su cama, algo blanco.
Frunció el ceño y aguzó la mirada, confusa. Se giró y se levantó.
No tardó en saber lo que era.
Una rosa.
La tomó con cuidado y la contempló de cerca, curiosa.
Pero allí no había ninguna nota, ni nadie al rededor. ¿Quién podría haber sido?
Comenzó a enumerar los posibles nombres de aquellos que podrían haberle hecho un regalo así: Tyrion fue el primero que se le ocurrió. Era el que mejor se portaba con ella. Después, más que por intuición fue por deseo, pensó en Lord Tywin, pero en seguida desechó la idea.
Entonces, como si la inspiración hubiera llegado de golpe, se giró hacia la puerta. Esa que él siempre custodiaba.
Pero...
No. Era imposible. Él no podía ser.
No era... ese tipo de... caballero...
Volvió la vista a la rosa y frunció el ceño.
Seguramente, se había equivocado, y sí se trataba de Tywin. Sino... ¿quién?...
Desde que Lord Tywin Lannister le había levantado el castigo, y podía salir un rato de su jaula de oro -como él la solía llamar-, Serenna había aprovechado cada uno de los momentos en los que podía estar sola.
O casi, sola.
Sandor Clegane seguía siendo su sombra, aquello no había cambiado. Sin embargo, el Perro llevaba unos días un poco ausente. O eso creía ella, siempre pensando que le incordiaba, que era una molestia para él por querer siempre que él hiciera lo que nunca quería hacer: hablar con ella, parecer... un ser humano.
Aquel día él no la había acompañado al mirador, desde donde contemplaba el mar.
Serenna se acercó al tocador y comenzó a cepillar su pelo cuando, en el espejo, pareció percibir algo distinto.
Sobre la mesita cercana a su cama, algo blanco.
Frunció el ceño y aguzó la mirada, confusa. Se giró y se levantó.
No tardó en saber lo que era.
Una rosa.
La tomó con cuidado y la contempló de cerca, curiosa.
Pero allí no había ninguna nota, ni nadie al rededor. ¿Quién podría haber sido?
Comenzó a enumerar los posibles nombres de aquellos que podrían haberle hecho un regalo así: Tyrion fue el primero que se le ocurrió. Era el que mejor se portaba con ella. Después, más que por intuición fue por deseo, pensó en Lord Tywin, pero en seguida desechó la idea.
Entonces, como si la inspiración hubiera llegado de golpe, se giró hacia la puerta. Esa que él siempre custodiaba.
Pero...
No. Era imposible. Él no podía ser.
No era... ese tipo de... caballero...
Volvió la vista a la rosa y frunció el ceño.
Seguramente, se había equivocado, y sí se trataba de Tywin. Sino... ¿quién?...
Había llegado un poco antes aquella mañana.
Desde que Lord Tywin Lannister le había levantado el castigo, y podía salir un rato de su jaula de oro -como él la solía llamar-, Serenna había aprovechado cada uno de los momentos en los que podía estar sola.
O casi, sola.
Sandor Clegane seguía siendo su sombra, aquello no había cambiado. Sin embargo, el Perro llevaba unos días un poco ausente. O eso creía ella, siempre pensando que le incordiaba, que era una molestia para él por querer siempre que él hiciera lo que nunca quería hacer: hablar con ella, parecer... un ser humano.
Aquel día él no la había acompañado al mirador, desde donde contemplaba el mar.
Serenna se acercó al tocador y comenzó a cepillar su pelo cuando, en el espejo, pareció percibir algo distinto.
Sobre la mesita cercana a su cama, algo blanco.
Frunció el ceño y aguzó la mirada, confusa. Se giró y se levantó.
No tardó en saber lo que era.
Una rosa.
La tomó con cuidado y la contempló de cerca, curiosa.
Pero allí no había ninguna nota, ni nadie al rededor. ¿Quién podría haber sido?
Comenzó a enumerar los posibles nombres de aquellos que podrían haberle hecho un regalo así: Tyrion fue el primero que se le ocurrió. Era el que mejor se portaba con ella. Después, más que por intuición fue por deseo, pensó en Lord Tywin, pero en seguida desechó la idea.
Entonces, como si la inspiración hubiera llegado de golpe, se giró hacia la puerta. Esa que él siempre custodiaba.
Pero...
No. Era imposible. Él no podía ser.
No era... ese tipo de... caballero...
Volvió la vista a la rosa y frunció el ceño.
Seguramente, se había equivocado, y sí se trataba de Tywin. Sino... ¿quién?...