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[๐Ÿ‡บ๐Ÿ‡ฒ] ๐‘๐‘ข๐‘’๐‘ฃ๐‘Ž ๐‘Œ๐‘œ๐‘Ÿ๐‘˜ — ๐ธ๐‘ ๐‘ก๐‘Ž๐‘‘๐‘œ๐‘  ๐‘ˆ๐‘›๐‘–๐‘‘๐‘œ๐‘  | ๐Ÿถ๐Ÿผ:๐Ÿถ๐Ÿถ ๐ด.๐‘€ (๐Ÿป โ„Ž๐‘œ๐‘Ÿ๐‘Ž๐‘  ๐‘Ž๐‘›๐‘ก๐‘’๐‘  ๐‘‘๐‘’๐‘™ ๐‘ฃ๐‘ข๐‘’๐‘™๐‘œ ๐‘Ž ๐ต๐‘’๐‘Ÿ๐‘™í๐‘›)

La luz del sol de la mañana de Navidad se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas del dormitorio de Santiago, tiñendo la habitación de un cálido tono dorado. Era 25 de diciembre, y el silencio de la casa solo se interrumpía por el lejano sonido de villancicos que provenían de algún vecino entusiasta.

Santiago abrió los ojos lentamente, estirándose bajo las sábanas con un bostezo contenido. La noche anterior había sido tranquila, como a él le gustaba: una cena ligera, un libro a medio leer y la compañía silenciosa de Francesco. Se incorporó en la cama, pasándose una mano por el cabello revuelto, y miró hacia el pie del colchón.

Allí estaba Francesco, su gato gris atigrado, acurrucado en un ovillo perfecto sobre la manta extra que Santiago siempre dejaba para él. El felino dormía profundamente, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo pausado, una pata delantera cubriéndole delicadamente la nariz como si quisiera protegerse del mundo. Ni siquiera el movimiento de Santiago lo había despertado; Francesco era experto en ignorar el mundo cuando decidía que era hora de descansar.

Con una media sonrisa, Santiago se levantó de la cama, descalzo sobre el suelo fresco de madera. Caminó hasta la cocina contigua, abrió el armario superior y sacó una copa de cristal fino. Luego, del refrigerador, tomó la botella de vino tinto que había abierto unos días antes, un Rioja reserva que guardaba para momentos como este. Sirvió una cantidad moderada, solo lo suficiente para acompañar la quietud de la mañana, y el aroma afrutado llenó el aire.

Regresó al dormitorio con la copa en la mano, se sentó en el borde de la cama y dio un sorbo lento mientras sus ojos se posaban nuevamente en Francesco. El gato, ajeno a todo, cambió ligeramente de posición en sueños, estirando una pata trasera sin abrir los ojos.

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Bromeo y suspiró con satisfacción, observando cómo la luz navideña bailaba sobre el pelaje de su compañero. No necesitaba más que esto: un vino tempranero, un gato dormilón y la calma absoluta de una Navidad sin prisas.
โ”€โ”€โ”€โ”€๐˜”๐˜ข๐˜ฅ๐˜ณ๐˜ถ๐˜จ๐˜ข๐˜ฅ๐˜ข ๐˜ฏ๐˜ข๐˜ท๐˜ช๐˜ฅ๐˜ฆñ๐˜ข โ”€โ”€โ”€โ”€ ๐‘‚๐‘ก๐‘Ÿ๐‘œ ๐‘‘í๐‘Ž ๐‘‘๐‘’ ๐‘ก๐‘Ÿ๐‘Ž๐‘๐‘Ž๐‘—๐‘œ. | ๐‘ƒ๐‘Ÿ๐‘’๐‘ ๐‘’๐‘›๐‘ก ๐ท๐‘Ž๐‘ฆ — ๐•ฎ๐–๐–†๐–•๐–™๐–Š๐–— [๐Ÿ๐Ÿ“] [๐Ÿ‡บ๐Ÿ‡ฒ] ๐‘๐‘ข๐‘’๐‘ฃ๐‘Ž ๐‘Œ๐‘œ๐‘Ÿ๐‘˜ — ๐ธ๐‘ ๐‘ก๐‘Ž๐‘‘๐‘œ๐‘  ๐‘ˆ๐‘›๐‘–๐‘‘๐‘œ๐‘  | ๐Ÿถ๐Ÿผ:๐Ÿถ๐Ÿถ ๐ด.๐‘€ (๐Ÿป โ„Ž๐‘œ๐‘Ÿ๐‘Ž๐‘  ๐‘Ž๐‘›๐‘ก๐‘’๐‘  ๐‘‘๐‘’๐‘™ ๐‘ฃ๐‘ข๐‘’๐‘™๐‘œ ๐‘Ž ๐ต๐‘’๐‘Ÿ๐‘™í๐‘›) La luz del sol de la mañana de Navidad se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas del dormitorio de Santiago, tiñendo la habitación de un cálido tono dorado. Era 25 de diciembre, y el silencio de la casa solo se interrumpía por el lejano sonido de villancicos que provenían de algún vecino entusiasta. Santiago abrió los ojos lentamente, estirándose bajo las sábanas con un bostezo contenido. La noche anterior había sido tranquila, como a él le gustaba: una cena ligera, un libro a medio leer y la compañía silenciosa de Francesco. Se incorporó en la cama, pasándose una mano por el cabello revuelto, y miró hacia el pie del colchón. Allí estaba Francesco, su gato gris atigrado, acurrucado en un ovillo perfecto sobre la manta extra que Santiago siempre dejaba para él. El felino dormía profundamente, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo pausado, una pata delantera cubriéndole delicadamente la nariz como si quisiera protegerse del mundo. Ni siquiera el movimiento de Santiago lo había despertado; Francesco era experto en ignorar el mundo cuando decidía que era hora de descansar. Con una media sonrisa, Santiago se levantó de la cama, descalzo sobre el suelo fresco de madera. Caminó hasta la cocina contigua, abrió el armario superior y sacó una copa de cristal fino. Luego, del refrigerador, tomó la botella de vino tinto que había abierto unos días antes, un Rioja reserva que guardaba para momentos como este. Sirvió una cantidad moderada, solo lo suficiente para acompañar la quietud de la mañana, y el aroma afrutado llenó el aire. Regresó al dormitorio con la copa en la mano, se sentó en el borde de la cama y dio un sorbo lento mientras sus ojos se posaban nuevamente en Francesco. El gato, ajeno a todo, cambió ligeramente de posición en sueños, estirando una pata trasera sin abrir los ojos. โ”€โ”€โ”€โ”€ ๐˜š๐˜ช ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜ฅ๐˜ถ๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ฎ๐˜ฆ๐˜ด ๐˜ฃ๐˜ข๐˜ด๐˜ต๐˜ข๐˜ฏ๐˜ต๐˜ฆ ๐˜ฃ๐˜ช๐˜ฆ๐˜ฏ, ๐˜ฃ๐˜ข๐˜ด๐˜ต๐˜ข๐˜ณ๐˜ฅ๐˜ฐ, ๐˜ฉ๐˜ข๐˜ด๐˜ต๐˜ข ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ต๐˜ข๐˜ด ๐˜ฎ๐˜ข๐˜ด ๐˜จ๐˜ฐ๐˜ณ๐˜ฅ๐˜ฐ. โ”€โ”€โ”€โ”€ Bromeo y suspiró con satisfacción, observando cómo la luz navideña bailaba sobre el pelaje de su compañero. No necesitaba más que esto: un vino tempranero, un gato dormilón y la calma absoluta de una Navidad sin prisas.
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