En el laboratorio de Faust , tras horas de pruebas —muestras de sangre, densidad ósea, estudios de regeneración y ensayos diseñados para llevar mi dolor al límite— el diagnóstico es claro.
En menos de un día voy a morir.
A menos que ingiera el sustento Qadistu.
No entra en mis planes.
Faust no discute. No intenta convencerme.
Hace lo que mejor sabe hacer.
Comienza una serie de pruebas de resistencia biológica combinadas con biomecánica de contención.
No es un tratamiento.
Es una apuesta.
Inyecta Tunis directamente en mis arterias.
El frío químico recorre mi cuerpo como una sentencia lenta.
Después coloca una máscara que filtra el aire de forma directa, evitando que mi organismo tenga que separar toxinas.
Respirar deja de ser natural.
Pero sigue siendo posible.
Mis músculos, ya deteriorados, son sustituidos por tejido biomecánico.
Se ancla al hueso aún sano.
Otras piezas metálicas se ensamblan creando un exoesqueleto funcional, preciso, ajeno a toda misericordia.
Soy consciente de ello en todo momento.
Sé que este esfuerzo no es para salvarme…
sino para comprobar cuánto tiempo puede jugar a ser Dios.
El cuerpo está completo.
Ahora debería tener más tiempo.
Debería…
Pero el tiempo siempre ha sido caprichoso conmigo.
Tiempo.
Siempre falta tiempo.
---
Al salir del laboratorio la encuentro allí, de pie, como si el viento la hubiera traído.
Ese viento intangible que se escurre entre los dedos cuando intentas atraparlo…
retenerlo.
Akane.
Se acerca lentamente.
Cada paso es una sentencia silenciosa, inevitable.
Y, aun así, su mirada proyecta esperanza.
Siempre tan segura en su andar.
Siempre intacta en su apariencia, como si el tiempo —ese que a mí siempre me falta— jamás hubiera osado tocarla.
No pregunta.
No juzga.
Solo está.
Y por primera vez desde que rompí el sello, desde que el cuerpo dejó de ser solo carne y se convirtió en promesa prestada…
el viento no huye.
Se queda.
En menos de un día voy a morir.
A menos que ingiera el sustento Qadistu.
No entra en mis planes.
Faust no discute. No intenta convencerme.
Hace lo que mejor sabe hacer.
Comienza una serie de pruebas de resistencia biológica combinadas con biomecánica de contención.
No es un tratamiento.
Es una apuesta.
Inyecta Tunis directamente en mis arterias.
El frío químico recorre mi cuerpo como una sentencia lenta.
Después coloca una máscara que filtra el aire de forma directa, evitando que mi organismo tenga que separar toxinas.
Respirar deja de ser natural.
Pero sigue siendo posible.
Mis músculos, ya deteriorados, son sustituidos por tejido biomecánico.
Se ancla al hueso aún sano.
Otras piezas metálicas se ensamblan creando un exoesqueleto funcional, preciso, ajeno a toda misericordia.
Soy consciente de ello en todo momento.
Sé que este esfuerzo no es para salvarme…
sino para comprobar cuánto tiempo puede jugar a ser Dios.
El cuerpo está completo.
Ahora debería tener más tiempo.
Debería…
Pero el tiempo siempre ha sido caprichoso conmigo.
Tiempo.
Siempre falta tiempo.
---
Al salir del laboratorio la encuentro allí, de pie, como si el viento la hubiera traído.
Ese viento intangible que se escurre entre los dedos cuando intentas atraparlo…
retenerlo.
Akane.
Se acerca lentamente.
Cada paso es una sentencia silenciosa, inevitable.
Y, aun así, su mirada proyecta esperanza.
Siempre tan segura en su andar.
Siempre intacta en su apariencia, como si el tiempo —ese que a mí siempre me falta— jamás hubiera osado tocarla.
No pregunta.
No juzga.
Solo está.
Y por primera vez desde que rompí el sello, desde que el cuerpo dejó de ser solo carne y se convirtió en promesa prestada…
el viento no huye.
Se queda.
En el laboratorio de [nebula_onyx_lizard_690], tras horas de pruebas —muestras de sangre, densidad ósea, estudios de regeneración y ensayos diseñados para llevar mi dolor al límite— el diagnóstico es claro.
En menos de un día voy a morir.
A menos que ingiera el sustento Qadistu.
No entra en mis planes.
Faust no discute. No intenta convencerme.
Hace lo que mejor sabe hacer.
Comienza una serie de pruebas de resistencia biológica combinadas con biomecánica de contención.
No es un tratamiento.
Es una apuesta.
Inyecta Tunis directamente en mis arterias.
El frío químico recorre mi cuerpo como una sentencia lenta.
Después coloca una máscara que filtra el aire de forma directa, evitando que mi organismo tenga que separar toxinas.
Respirar deja de ser natural.
Pero sigue siendo posible.
Mis músculos, ya deteriorados, son sustituidos por tejido biomecánico.
Se ancla al hueso aún sano.
Otras piezas metálicas se ensamblan creando un exoesqueleto funcional, preciso, ajeno a toda misericordia.
Soy consciente de ello en todo momento.
Sé que este esfuerzo no es para salvarme…
sino para comprobar cuánto tiempo puede jugar a ser Dios.
El cuerpo está completo.
Ahora debería tener más tiempo.
Debería…
Pero el tiempo siempre ha sido caprichoso conmigo.
Tiempo.
Siempre falta tiempo.
---
Al salir del laboratorio la encuentro allí, de pie, como si el viento la hubiera traído.
Ese viento intangible que se escurre entre los dedos cuando intentas atraparlo…
retenerlo.
Akane.
Se acerca lentamente.
Cada paso es una sentencia silenciosa, inevitable.
Y, aun así, su mirada proyecta esperanza.
Siempre tan segura en su andar.
Siempre intacta en su apariencia, como si el tiempo —ese que a mí siempre me falta— jamás hubiera osado tocarla.
No pregunta.
No juzga.
Solo está.
Y por primera vez desde que rompí el sello, desde que el cuerpo dejó de ser solo carne y se convirtió en promesa prestada…
el viento no huye.
Se queda.