— Quiero una bicicleta.
Julie permanecía sentada en la banca de un parque, con la espalda recta y las manos delicadamente apoyadas sobre el regazo. Pensaba cómo cada diciembre era igual. Sin entender porqué, recibía los mismos regalos. Vestidos, zapatos, joyas… obsequios impecables y costosos.
Sin embargo, ese año una inquietud distinta crecía en su pecho.
¿Era correcto, se preguntaba, rechazar aquello que le ofrecían con tanta generosidad? ¿Resultaba impropio desear algo tan simple, tan humano, como una bicicleta? No era un capricho infantil, era el anhelo de avanzar por sus propios medios, más allá de sus piernas articuladas.
Julie permanecía sentada en la banca de un parque, con la espalda recta y las manos delicadamente apoyadas sobre el regazo. Pensaba cómo cada diciembre era igual. Sin entender porqué, recibía los mismos regalos. Vestidos, zapatos, joyas… obsequios impecables y costosos.
Sin embargo, ese año una inquietud distinta crecía en su pecho.
¿Era correcto, se preguntaba, rechazar aquello que le ofrecían con tanta generosidad? ¿Resultaba impropio desear algo tan simple, tan humano, como una bicicleta? No era un capricho infantil, era el anhelo de avanzar por sus propios medios, más allá de sus piernas articuladas.
— Quiero una bicicleta.
Julie permanecía sentada en la banca de un parque, con la espalda recta y las manos delicadamente apoyadas sobre el regazo. Pensaba cómo cada diciembre era igual. Sin entender porqué, recibía los mismos regalos. Vestidos, zapatos, joyas… obsequios impecables y costosos.
Sin embargo, ese año una inquietud distinta crecía en su pecho.
¿Era correcto, se preguntaba, rechazar aquello que le ofrecían con tanta generosidad? ¿Resultaba impropio desear algo tan simple, tan humano, como una bicicleta? No era un capricho infantil, era el anhelo de avanzar por sus propios medios, más allá de sus piernas articuladas.