El olor a podredumbre siempre me resultó reconfortante. Supongo que con el tiempo una aprende a amar incluso lo que otros temen.
Las raíces negras que uso deben haberse mezclado con la carne hace días. La textura es viscosa, como si el alma aún resistiera disolverse del todo.
A veces corto los restos con mis propias manos, otras dejo que los gusanos hagan su parte.
No hay mejor alquimista que la muerte. De los cuerpos tomo lo que me sirve, una lengua aún húmeda para invocar silencio, un ojo nublado para ver lo que el mundo esconde, un trozo de corazón para sellar juramentos imposibles.
Nada florece sin pudrirse antes. Lo aprendí cuando vi brotar de una calavera la raíz más pura que he tenido entre los dedos. Las flores que crecen de lo muerto son las únicas dignas de ser llamadas vivas.
Mientras mezclo las vísceras con aceite de luna, sonrío. Nadie entiende que la belleza también nace del asco. Y que en mi mesa, lo corrupto siempre acaba siendo sagrado.
Las raíces negras que uso deben haberse mezclado con la carne hace días. La textura es viscosa, como si el alma aún resistiera disolverse del todo.
A veces corto los restos con mis propias manos, otras dejo que los gusanos hagan su parte.
No hay mejor alquimista que la muerte. De los cuerpos tomo lo que me sirve, una lengua aún húmeda para invocar silencio, un ojo nublado para ver lo que el mundo esconde, un trozo de corazón para sellar juramentos imposibles.
Nada florece sin pudrirse antes. Lo aprendí cuando vi brotar de una calavera la raíz más pura que he tenido entre los dedos. Las flores que crecen de lo muerto son las únicas dignas de ser llamadas vivas.
Mientras mezclo las vísceras con aceite de luna, sonrío. Nadie entiende que la belleza también nace del asco. Y que en mi mesa, lo corrupto siempre acaba siendo sagrado.
El olor a podredumbre siempre me resultó reconfortante. Supongo que con el tiempo una aprende a amar incluso lo que otros temen.
Las raíces negras que uso deben haberse mezclado con la carne hace días. La textura es viscosa, como si el alma aún resistiera disolverse del todo.
A veces corto los restos con mis propias manos, otras dejo que los gusanos hagan su parte.
No hay mejor alquimista que la muerte. De los cuerpos tomo lo que me sirve, una lengua aún húmeda para invocar silencio, un ojo nublado para ver lo que el mundo esconde, un trozo de corazón para sellar juramentos imposibles.
Nada florece sin pudrirse antes. Lo aprendí cuando vi brotar de una calavera la raíz más pura que he tenido entre los dedos. Las flores que crecen de lo muerto son las únicas dignas de ser llamadas vivas.
Mientras mezclo las vísceras con aceite de luna, sonrío. Nadie entiende que la belleza también nace del asco. Y que en mi mesa, lo corrupto siempre acaba siendo sagrado.