La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada.
Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos.
Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos.

Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah.
Al menos de una de ellas…
La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor.


---

Despierto al día siguiente del sello de Naamah.

El dolor me arranca el aliento.
Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir.

Me llevo una mano al vientre, temblorosa.
La piel está caliente, viva, demasiado viva.
Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí.

Cierro los ojos.
Respiro.
Y entonces canto.

Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda.

Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente:

**“Shae’lin… shaer’na vel…
Umrae thil, umrae thil…
Kaor’eth narae, narae suul…
Vel’thra… vel’thra… duerm’kael…

Shaa… shaa…
Noktir vael en’th…”**

El dolor cede poco a poco.
Las serpientes se aquietan.
El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre.

Mi vientre se calma.
Ellos duermen.

Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio…
no puedo evitar sonreír.

Naamah
La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada. Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos. Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos. Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah. Al menos de una de ellas… La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor. --- Despierto al día siguiente del sello de Naamah. El dolor me arranca el aliento. Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir. Me llevo una mano al vientre, temblorosa. La piel está caliente, viva, demasiado viva. Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí. Cierro los ojos. Respiro. Y entonces canto. Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda. Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente: **“Shae’lin… shaer’na vel… Umrae thil, umrae thil… Kaor’eth narae, narae suul… Vel’thra… vel’thra… duerm’kael… Shaa… shaa… Noktir vael en’th…”** El dolor cede poco a poco. Las serpientes se aquietan. El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre. Mi vientre se calma. Ellos duermen. Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio… no puedo evitar sonreír. [n.a.a.m.a.h]
Me shockea
Me encocora
7
7 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados