Meredith ya sabía que Billy estaría ahí.

No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque el aire alrededor del estacionamiento se sentía distinto: cargado, tenso, como cuando una tormenta se queda suspendida sin decidirse a caer. Él siempre venía acompañado de esa sensación.

Se apoyó contra la baranda, el cuaderno abierto sobre las piernas, dibujando sin mirar demasiado el papel. No necesitaba hacerlo. Sus manos sabían qué trazar solas. A unos metros, el Camaro rugía bajo el peso del silencio, y Meredith podía sentir la presencia de Billy incluso sin voltearse.

—Estás haciendo mucho ruido —comentó, sin alzar la voz, como si continuara una conversación que nunca había terminado.

Sus ojos se desviaron hacia ese punto vacío, apenas a la derecha del auto. El murmullo volvió, suave, insistente. Meredith frunció el ceño y apoyó el lápiz contra la hoja, marcando una línea más fuerte de lo necesario.

—Hoy están inquietos —añadió, sin explicarse. Billy nunca pedía explicaciones, y por eso ella hablaba.

Cerró el cuaderno al fin y levantó la vista hacia él, expresión serena, curiosa, completamente libre de interés romántico. Con Billy no necesitaba fingir. No intentaba impresionarlo ni esquivarlo. Era una rareza compartida, un acuerdo tácito.

—¿Tú también lo sientes?—preguntó, ladeando la cabeza—. O sólo estás de mal humor otra vez.

La pregunta quedó flotando entre ambos, junto con el ruido lejano de Hawkins fingiendo normalidad.

Meredith esperó, paciente, mientras algo invisible parecía moverse justo detrás de él.


Billy Hargrove
Meredith ya sabía que Billy estaría ahí. No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque el aire alrededor del estacionamiento se sentía distinto: cargado, tenso, como cuando una tormenta se queda suspendida sin decidirse a caer. Él siempre venía acompañado de esa sensación. Se apoyó contra la baranda, el cuaderno abierto sobre las piernas, dibujando sin mirar demasiado el papel. No necesitaba hacerlo. Sus manos sabían qué trazar solas. A unos metros, el Camaro rugía bajo el peso del silencio, y Meredith podía sentir la presencia de Billy incluso sin voltearse. —Estás haciendo mucho ruido —comentó, sin alzar la voz, como si continuara una conversación que nunca había terminado. Sus ojos se desviaron hacia ese punto vacío, apenas a la derecha del auto. El murmullo volvió, suave, insistente. Meredith frunció el ceño y apoyó el lápiz contra la hoja, marcando una línea más fuerte de lo necesario. —Hoy están inquietos —añadió, sin explicarse. Billy nunca pedía explicaciones, y por eso ella hablaba. Cerró el cuaderno al fin y levantó la vista hacia él, expresión serena, curiosa, completamente libre de interés romántico. Con Billy no necesitaba fingir. No intentaba impresionarlo ni esquivarlo. Era una rareza compartida, un acuerdo tácito. —¿Tú también lo sientes?—preguntó, ladeando la cabeza—. O sólo estás de mal humor otra vez. La pregunta quedó flotando entre ambos, junto con el ruido lejano de Hawkins fingiendo normalidad. Meredith esperó, paciente, mientras algo invisible parecía moverse justo detrás de él. [Billy_Hargrove]
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