El cabello, de un rubio tan pálido que parecía oro líquido, se extendía alrededor de la almohada de seda, y sus labios se entreabrían en suspiros lentos y cansados. Sus ojos, de un intenso y perturbador escarlata, apenas si parpadeaban.

Su voz, más débil y suave de lo usual, fue un mero hilo que se deshizo en el silencio de la gran habitación.

— Dime, amigo. ¿Crees que si alguien como yo le reza a Dios, este respondería?

Su mano se cerró débilmente sobre la tela de su pecho, y el dolor se suavizó en una risa seca y tintineante.

— Es broma.
El cabello, de un rubio tan pálido que parecía oro líquido, se extendía alrededor de la almohada de seda, y sus labios se entreabrían en suspiros lentos y cansados. Sus ojos, de un intenso y perturbador escarlata, apenas si parpadeaban. Su voz, más débil y suave de lo usual, fue un mero hilo que se deshizo en el silencio de la gran habitación. — Dime, amigo. ¿Crees que si alguien como yo le reza a Dios, este respondería? Su mano se cerró débilmente sobre la tela de su pecho, y el dolor se suavizó en una risa seca y tintineante. — Es broma.
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