ㅤㅤㅤ
ㅤㅤ
ㅤㅤㅤ♡
ㅤㅤ
ㅤㅤEl cansancio cayó sobre ella como una ola tibia, suave pero imposible de ignorar. Apenas cruzó la habitación, sus pasos perdieron firmeza, y terminó rindiéndose al primer rincón que le ofreció descanso. Se dejó caer sobre la superficie mullida, el colchón hundiéndose bajo el peso de su cuerpo esbelto, permitiéndole por fin soltar el aire que había estado reteniendo durante horas.
Sus largos cabellos dorados se esparcieron alrededor como un halo desordenado, atrapando el brillo tenue de la luz que entraba por la ventana. El vestido blanco, aún ajustado a su figura, parecía tensarse y relajarse con cada respiración profunda. Cerró los ojos a medias, las pestañas temblando con ese dorado que nunca perdía su luz, incluso en momentos de fatiga. Una de sus manos quedó reposando sobre su pecho, como si buscara asegurarse de que aún estaba allí, latiendo bajo la tela suave; la otra se deslizó lentamente hacia su cuello, en un gesto automático de alivio.
Pobre de ella. Está tan agotada.
ㅤㅤ
ㅤㅤㅤ♡
ㅤㅤ
ㅤㅤEl cansancio cayó sobre ella como una ola tibia, suave pero imposible de ignorar. Apenas cruzó la habitación, sus pasos perdieron firmeza, y terminó rindiéndose al primer rincón que le ofreció descanso. Se dejó caer sobre la superficie mullida, el colchón hundiéndose bajo el peso de su cuerpo esbelto, permitiéndole por fin soltar el aire que había estado reteniendo durante horas.
Sus largos cabellos dorados se esparcieron alrededor como un halo desordenado, atrapando el brillo tenue de la luz que entraba por la ventana. El vestido blanco, aún ajustado a su figura, parecía tensarse y relajarse con cada respiración profunda. Cerró los ojos a medias, las pestañas temblando con ese dorado que nunca perdía su luz, incluso en momentos de fatiga. Una de sus manos quedó reposando sobre su pecho, como si buscara asegurarse de que aún estaba allí, latiendo bajo la tela suave; la otra se deslizó lentamente hacia su cuello, en un gesto automático de alivio.
Pobre de ella. Está tan agotada.
ㅤㅤㅤ
ㅤㅤ
ㅤㅤㅤ♡
ㅤㅤ
ㅤㅤEl cansancio cayó sobre ella como una ola tibia, suave pero imposible de ignorar. Apenas cruzó la habitación, sus pasos perdieron firmeza, y terminó rindiéndose al primer rincón que le ofreció descanso. Se dejó caer sobre la superficie mullida, el colchón hundiéndose bajo el peso de su cuerpo esbelto, permitiéndole por fin soltar el aire que había estado reteniendo durante horas.
Sus largos cabellos dorados se esparcieron alrededor como un halo desordenado, atrapando el brillo tenue de la luz que entraba por la ventana. El vestido blanco, aún ajustado a su figura, parecía tensarse y relajarse con cada respiración profunda. Cerró los ojos a medias, las pestañas temblando con ese dorado que nunca perdía su luz, incluso en momentos de fatiga. Una de sus manos quedó reposando sobre su pecho, como si buscara asegurarse de que aún estaba allí, latiendo bajo la tela suave; la otra se deslizó lentamente hacia su cuello, en un gesto automático de alivio.
Pobre de ella. Está tan agotada.