La noche había caído hace horas, pero ella seguía allí, frente a la pantalla vacía y el cenicero lleno. La ventana dejaba entrar una luz naranja, sucia, como si también estuviera cansada. El cursor parpadeaba, insolente, recordándole que hoy tampoco tenía nada que decir. O quizá sí, pero no sabía cómo.
Sostenía el cigarro entre los dedos, dejando que el humo se mezclara con sus pensamientos. No le gustaba lo que escribía, lo tachaba, lo rompía. Lo odiaba. “No es que no tenga inspiración - pensó -, es que ya no sé si quiero contar nada.”
Su vida, la llamaba rutina. Otros la llamarían soledad. Había publicado algunos textos, había recibido aplausos que nunca sintió suyos. Tenía el talento, eso no lo dudaba. Lo que dudaba era si aún tenía algo honesto que entregar.
Entonces, sin girarse, murmuró hacia la habitación vacía:
- No estoy rota. Solo... aburrida. Y todo lo aburrido, al final, termina muriendo lento. -
Volvió a abrir el documento. El cursor seguía parpadeando. Esta vez, ella también.
Sostenía el cigarro entre los dedos, dejando que el humo se mezclara con sus pensamientos. No le gustaba lo que escribía, lo tachaba, lo rompía. Lo odiaba. “No es que no tenga inspiración - pensó -, es que ya no sé si quiero contar nada.”
Su vida, la llamaba rutina. Otros la llamarían soledad. Había publicado algunos textos, había recibido aplausos que nunca sintió suyos. Tenía el talento, eso no lo dudaba. Lo que dudaba era si aún tenía algo honesto que entregar.
Entonces, sin girarse, murmuró hacia la habitación vacía:
- No estoy rota. Solo... aburrida. Y todo lo aburrido, al final, termina muriendo lento. -
Volvió a abrir el documento. El cursor seguía parpadeando. Esta vez, ella también.
La noche había caído hace horas, pero ella seguía allí, frente a la pantalla vacía y el cenicero lleno. La ventana dejaba entrar una luz naranja, sucia, como si también estuviera cansada. El cursor parpadeaba, insolente, recordándole que hoy tampoco tenía nada que decir. O quizá sí, pero no sabía cómo.
Sostenía el cigarro entre los dedos, dejando que el humo se mezclara con sus pensamientos. No le gustaba lo que escribía, lo tachaba, lo rompía. Lo odiaba. “No es que no tenga inspiración - pensó -, es que ya no sé si quiero contar nada.”
Su vida, la llamaba rutina. Otros la llamarían soledad. Había publicado algunos textos, había recibido aplausos que nunca sintió suyos. Tenía el talento, eso no lo dudaba. Lo que dudaba era si aún tenía algo honesto que entregar.
Entonces, sin girarse, murmuró hacia la habitación vacía:
- No estoy rota. Solo... aburrida. Y todo lo aburrido, al final, termina muriendo lento. -
Volvió a abrir el documento. El cursor seguía parpadeando. Esta vez, ella también.