Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Y eso, que me he lavado las manos antes de tocar su gema. 🏼
Y eso, que me he lavado las manos antes de tocar su gema. 🤷🏼♀️
Siquiera cientos, no... miles de años habían sido suficientes para llegar a corromper al Rey del infierno, antiguo Serafín y ángel favorito de Dios en sí mismo.
Todo lo que había bastado fue una última tradición, un momento de desgarrador dolor que rompió todo en él como un cristal, fragmentando sus ideas, sus ideales, acabando con la última pizca de bondad que aún albergaba su ser.
Sus manos, sus pezuñas, teñidas en la oscuridad inminente que el pecado traía consigo, comenzaron a ser devoradas por esta misma, subiendo a un ritmo acelerado hacia sus hombros, caderas, abdomen y cuello, tiñendo la pálida piel del monarca en un negro que sólo se podía comparar con el abismo.
Sus ojos ya no mostraban más que la más profunda y verdadera Ira, bañados en rojo sangre, con la mirada clavada en quien antes veía como su esposo, ahora no era más que una basura despreciable, alguien a quien iba a eliminar, viendo la sangre que lo bañaba, la de su pequeño hijo.
El constante murmullo de Eren en su oído siquiera era entendible como tal, pero resonaba en su cabeza como un martilleo constante:
"Son miserables. Mira lo que han hecho, lo que te han hecho. Acábalos. Acaba con todo."
La oscuridad terminó por envolverle el cuerpo casi en totalidad, pero lo único que faltaba era la gema en su espalda, entre las alas, reluciente, pura, sana... Pero no por mucho.
Bastó el toque de la maldad encarnada, una pequeña presión con su dedo índice sobre la joya que, de inmediato, se tornó oscura en su totalidad, terminando por corromper del todo al portador del poder de Dios, deformando sus cuerpo poco a poco, dejando escuchar el crujir y romper de sus huesos reacomodándose, desgarrando la carne a su paso mientras sus extremidades crecían, aumentando el tamaño de sus fauces, la cornamenta, la cola cubierta en espinas y sus alas, perdiendo una a una las plumas en una lluvia torrencial que las bañaba en sangre también, no eran necesarias, pero serían armas al quedar los huesos expuestos.
El universo, sus habitantes, ángeles y demonios estaban condenados. Nada ni nadie escaparía de su nuevo verdugo, la estrella de la mañana que se había tornado en un agujero negro, dispuesto a arrasar todo a su paso, incluso a quienes juró proteger en algún punto.
Todo lo que había bastado fue una última tradición, un momento de desgarrador dolor que rompió todo en él como un cristal, fragmentando sus ideas, sus ideales, acabando con la última pizca de bondad que aún albergaba su ser.
Sus manos, sus pezuñas, teñidas en la oscuridad inminente que el pecado traía consigo, comenzaron a ser devoradas por esta misma, subiendo a un ritmo acelerado hacia sus hombros, caderas, abdomen y cuello, tiñendo la pálida piel del monarca en un negro que sólo se podía comparar con el abismo.
Sus ojos ya no mostraban más que la más profunda y verdadera Ira, bañados en rojo sangre, con la mirada clavada en quien antes veía como su esposo, ahora no era más que una basura despreciable, alguien a quien iba a eliminar, viendo la sangre que lo bañaba, la de su pequeño hijo.
El constante murmullo de Eren en su oído siquiera era entendible como tal, pero resonaba en su cabeza como un martilleo constante:
"Son miserables. Mira lo que han hecho, lo que te han hecho. Acábalos. Acaba con todo."
La oscuridad terminó por envolverle el cuerpo casi en totalidad, pero lo único que faltaba era la gema en su espalda, entre las alas, reluciente, pura, sana... Pero no por mucho.
Bastó el toque de la maldad encarnada, una pequeña presión con su dedo índice sobre la joya que, de inmediato, se tornó oscura en su totalidad, terminando por corromper del todo al portador del poder de Dios, deformando sus cuerpo poco a poco, dejando escuchar el crujir y romper de sus huesos reacomodándose, desgarrando la carne a su paso mientras sus extremidades crecían, aumentando el tamaño de sus fauces, la cornamenta, la cola cubierta en espinas y sus alas, perdiendo una a una las plumas en una lluvia torrencial que las bañaba en sangre también, no eran necesarias, pero serían armas al quedar los huesos expuestos.
El universo, sus habitantes, ángeles y demonios estaban condenados. Nada ni nadie escaparía de su nuevo verdugo, la estrella de la mañana que se había tornado en un agujero negro, dispuesto a arrasar todo a su paso, incluso a quienes juró proteger en algún punto.