𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐲 𝐍𝐢𝐠𝐡𝐭
Fandom Original + Zodiac's
Categoría Original
El firmamento estaba tranquilo, un mar oscuro salpicado de luz plateada. Entre todas las constelaciones, Elsbeth permanecía sola, la favorita de la Luna, observando cómo los demás descendían a la Tierra. Cada uno había dejado su rastro, sus luchas y su historia, y ella los había visto a todos perderse y confundirse en el mundo humano.

Pero antes de partir, dejó su propio mensaje. Una lluvia de nereidas comenzó a surcar el cielo nocturno, un espectáculo que solo sus hermanos podrían reconocer. Cada destello era un susurro, un recuerdo de que, aunque distante, su mirada y su cuidado aún los seguían. Entre todos los destellos, uno brilló más fuerte, más intenso. Esa era ella: una señal, clara e inconfundible.

Entonces, la Luna habló con un susurro que sólo Elsbeth podía escuchar:
—Ve. Es tu momento.

Sin dudarlo, descendió. No era una caída, sino un desplazamiento preciso, elegante, que parecía rasgar la oscuridad con su luz. Tocó la Tierra con suavidad, la misma calma letal con la que siempre ejecutaba su destino. Su cabello negro azabache flotaba ligeramente, reflejando los últimos destellos de la lluvia de nereidas, y su piel pálida parecía capturar la luz de cada estrella que aún parpadeaba en el aire.

Al alzar la mirada al cielo nocturno, sonrió. Por primera vez en siglos, estaba en el mismo plano que sus hermanos, el mismo espacio que todos ellos, aunque separados. Cada chispa de la lluvia era un recordatorio de que no los había olvidado, que siempre había estado observando.

—Ahora sí que comience —susurró, dejando que su voz se perdiera entre los ecos de la noche—.

El firmamento estaba tranquilo, un mar oscuro salpicado de luz plateada. Entre todas las constelaciones, Elsbeth permanecía sola, la favorita de la Luna, observando cómo los demás descendían a la Tierra. Cada uno había dejado su rastro, sus luchas y su historia, y ella los había visto a todos perderse y confundirse en el mundo humano. Pero antes de partir, dejó su propio mensaje. Una lluvia de nereidas comenzó a surcar el cielo nocturno, un espectáculo que solo sus hermanos podrían reconocer. Cada destello era un susurro, un recuerdo de que, aunque distante, su mirada y su cuidado aún los seguían. Entre todos los destellos, uno brilló más fuerte, más intenso. Esa era ella: una señal, clara e inconfundible. Entonces, la Luna habló con un susurro que sólo Elsbeth podía escuchar: —Ve. Es tu momento. Sin dudarlo, descendió. No era una caída, sino un desplazamiento preciso, elegante, que parecía rasgar la oscuridad con su luz. Tocó la Tierra con suavidad, la misma calma letal con la que siempre ejecutaba su destino. Su cabello negro azabache flotaba ligeramente, reflejando los últimos destellos de la lluvia de nereidas, y su piel pálida parecía capturar la luz de cada estrella que aún parpadeaba en el aire. Al alzar la mirada al cielo nocturno, sonrió. Por primera vez en siglos, estaba en el mismo plano que sus hermanos, el mismo espacio que todos ellos, aunque separados. Cada chispa de la lluvia era un recordatorio de que no los había olvidado, que siempre había estado observando. —Ahora sí que comience —susurró, dejando que su voz se perdiera entre los ecos de la noche—.
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Grupal
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20
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