La luz tenue del camerino apenas alcanzaba a rozar el espejo cuando Melody abrió la puerta. Su silueta apareció como una sombra hecha de curvas y fuego: el cabello rojo cayendo en ondas hasta la cintura, los labios carnosos brillando con un rojo demasiado vivo para ser humano, y aquella presencia suya… hipnotizante, peligrosa, deliciosamente inestable.

Se acercó al tocador sin prisa, dejando que el taconeo de sus botas resonara en la habitación vacía. Tenía una escena difícil que filmar en unos minutos, pero nada de eso se reflejaba en su rostro. Melody jamás mostraba nervios; era una criatura acostumbrada a dominar la atención, a devorarla.

En el espejo, sus ojos adoptaron un destello carmesí por un segundo. Breve. Peligroso. Inconfundible.

Vampira.

Y aunque había aprendido a ocultar su naturaleza ante las cámaras, aquí, a solas, dejaba que su verdadera esencia respirara. Inspiró hondo, degustando el aroma del set al otro lado de la pared: adrenalina, nervios, vida latente. Tan cerca… tan tentadora.

Un golpe en la puerta interrumpió ese instante.

—Melody, te necesita el director —avisó una voz tímida.

Ella sonrió, lenta, afilada.

—Dile que voy en seguida.

Se levantó, deslizando la mano por su cintura como si estuviera recordándose a sí misma la forma en la que el mundo la percibía: femme fatale, diva, diosa de la noche. Abrió la puerta y la asistente dio un paso atrás, sorprendida por la intensidad de su mirada.

Melody caminó hacia el set con la seguridad de quien sabe que todos se detendrán al verla, que la cámara la amará y que, si ella quisiera… podría devorar algo más que suspiros esta noche.

Y quizá —solo quizá— lo haría.
La luz tenue del camerino apenas alcanzaba a rozar el espejo cuando Melody abrió la puerta. Su silueta apareció como una sombra hecha de curvas y fuego: el cabello rojo cayendo en ondas hasta la cintura, los labios carnosos brillando con un rojo demasiado vivo para ser humano, y aquella presencia suya… hipnotizante, peligrosa, deliciosamente inestable. Se acercó al tocador sin prisa, dejando que el taconeo de sus botas resonara en la habitación vacía. Tenía una escena difícil que filmar en unos minutos, pero nada de eso se reflejaba en su rostro. Melody jamás mostraba nervios; era una criatura acostumbrada a dominar la atención, a devorarla. En el espejo, sus ojos adoptaron un destello carmesí por un segundo. Breve. Peligroso. Inconfundible. Vampira. Y aunque había aprendido a ocultar su naturaleza ante las cámaras, aquí, a solas, dejaba que su verdadera esencia respirara. Inspiró hondo, degustando el aroma del set al otro lado de la pared: adrenalina, nervios, vida latente. Tan cerca… tan tentadora. Un golpe en la puerta interrumpió ese instante. —Melody, te necesita el director —avisó una voz tímida. Ella sonrió, lenta, afilada. —Dile que voy en seguida. Se levantó, deslizando la mano por su cintura como si estuviera recordándose a sí misma la forma en la que el mundo la percibía: femme fatale, diva, diosa de la noche. Abrió la puerta y la asistente dio un paso atrás, sorprendida por la intensidad de su mirada. Melody caminó hacia el set con la seguridad de quien sabe que todos se detendrán al verla, que la cámara la amará y que, si ella quisiera… podría devorar algo más que suspiros esta noche. Y quizá —solo quizá— lo haría.
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