El Rey de los Zora patrullaba su reino como de costumbre, procurando que todo estuviera en orden. Si bien el dominio no era precisamente el blanco principal de los enemigos, como monarca se aseguraba de mantener cualquier amenaza lejos de su gente.

Los moblins y algunos lizalfos solían reunirse un poco después del puente, una zona considerablemente alejada del Dominio Zora; aun así, era sensato mantenerla despejada. Los viajeros que transitaban por esos caminos podían verse en aprietos si eran emboscados, y como buen anfitrión, Sidon velaba también por el bienestar de quienes visitaban su hogar.

Con eso en mente, avanzó sigilosamente hacia la zona para cerciorarse de que estuviera libre de monstruos. Su respiración se volvió más suave y controlada a medida que se adentraba en la espesura, cuidando de no producir ningún ruido que delatara su presencia.

Su mirada afilada examinó el perímetro, atento a cualquier señal inusual o a un movimiento sospechoso entre los arbustos. Pasados unos minutos, todo parecía en orden… hasta que, de reojo, distinguió un brillo que se deslizaba rápidamente cerca de la maleza.

Un leve suspiro escapó de él, casi inaudible, mientras su cuerpo se tensaba instintivamente. Esperaba que no se tratara de uno de esos magos elementales. Sabía que podría enfrentarlos, pero resultaban adversarios especialmente fastidiosos con su manía de desaparecer y reaparecer sin aviso.

El rey se acercó con cautela, lanza en mano y listo para atacar de ser necesario. Su respiración, ahora más contenida, acompañaba cada paso. Pero, como si aquellos destellos advirtieran su presencia, huyeron de inmediato, sorprendiéndolo al punto de parpadear, perplejo, ante esa reacción.

Una vez pasada la sorpresa, el zora rojo siguió el destello casi por instinto. A la derecha, luego a la izquierda y otra vez a la derecha, hasta finalmente lograr bloquearle el paso.

Entonces ocurrió algo inesperado. Del brillo misterioso se materializó un pequeño korok que flotaba gracias a unas hojas. Por un instante, los ojos de Sidon se abrieron apenas más, y la cola de su cabeza se elevó con un movimiento leve, reflejando la genuina emoción que le produjo el encuentro.

—¿Recibiré alguna clase de recompensa por encontrarte? —preguntó con curiosidad sincera.

El korok respondió con un suave sonido y, acto seguido, materializó una corona de flores sobre la cabeza del monarca. La cola de Sidon volvió a moverse con un pequeño vaivén alegre, mientras una cálida sonrisa se dibujaba en su rostro ante tan encantador gesto.
El Rey de los Zora patrullaba su reino como de costumbre, procurando que todo estuviera en orden. Si bien el dominio no era precisamente el blanco principal de los enemigos, como monarca se aseguraba de mantener cualquier amenaza lejos de su gente. Los moblins y algunos lizalfos solían reunirse un poco después del puente, una zona considerablemente alejada del Dominio Zora; aun así, era sensato mantenerla despejada. Los viajeros que transitaban por esos caminos podían verse en aprietos si eran emboscados, y como buen anfitrión, Sidon velaba también por el bienestar de quienes visitaban su hogar. Con eso en mente, avanzó sigilosamente hacia la zona para cerciorarse de que estuviera libre de monstruos. Su respiración se volvió más suave y controlada a medida que se adentraba en la espesura, cuidando de no producir ningún ruido que delatara su presencia. Su mirada afilada examinó el perímetro, atento a cualquier señal inusual o a un movimiento sospechoso entre los arbustos. Pasados unos minutos, todo parecía en orden… hasta que, de reojo, distinguió un brillo que se deslizaba rápidamente cerca de la maleza. Un leve suspiro escapó de él, casi inaudible, mientras su cuerpo se tensaba instintivamente. Esperaba que no se tratara de uno de esos magos elementales. Sabía que podría enfrentarlos, pero resultaban adversarios especialmente fastidiosos con su manía de desaparecer y reaparecer sin aviso. El rey se acercó con cautela, lanza en mano y listo para atacar de ser necesario. Su respiración, ahora más contenida, acompañaba cada paso. Pero, como si aquellos destellos advirtieran su presencia, huyeron de inmediato, sorprendiéndolo al punto de parpadear, perplejo, ante esa reacción. Una vez pasada la sorpresa, el zora rojo siguió el destello casi por instinto. A la derecha, luego a la izquierda y otra vez a la derecha, hasta finalmente lograr bloquearle el paso. Entonces ocurrió algo inesperado. Del brillo misterioso se materializó un pequeño korok que flotaba gracias a unas hojas. Por un instante, los ojos de Sidon se abrieron apenas más, y la cola de su cabeza se elevó con un movimiento leve, reflejando la genuina emoción que le produjo el encuentro. —¿Recibiré alguna clase de recompensa por encontrarte? —preguntó con curiosidad sincera. El korok respondió con un suave sonido y, acto seguido, materializó una corona de flores sobre la cabeza del monarca. La cola de Sidon volvió a moverse con un pequeño vaivén alegre, mientras una cálida sonrisa se dibujaba en su rostro ante tan encantador gesto.
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