— La luz tenue del atardecer apenas lograba perforar la pesada atmósfera de la sala del trono. Artoria, ataviada con su armadura de combate, pero con la capa de piel cubriendo sus hombros para resguardarse del frío que comenzaba a calar, se encontraba reclinada en su asiento. No era el trono formal, sino una silla auxiliar más cómoda, diseñada para los momentos de reflexión o de espera.
Sus ojos, un matiz melancólico de azul, observaban un punto indefinido en la distancia, perdidos en pensamientos que solo ella conocía. El brillo metálico de su armadura, pulida hasta el extremo, contrastaba con la suavidad de la piel de su capa, creando un aura de fuerza y, a la vez, de una cierta vulnerabilidad oculta.
Un leve suspiro escapó de sus labios. La corona, siempre presente, parecía pesar más de lo habitual esta noche. Las decisiones del día, las preocupaciones por el reino y las cargas de su destino se agolpaban en su mente. A pesar de la imponente presencia que irradiaba, había un instante de quietud, una pausa en la eterna vigilancia de la realeza. La imagen de la monarca guerrera, en un raro momento de introspección, llenaba la sala, silenciosa y majestuosa.—
Sus ojos, un matiz melancólico de azul, observaban un punto indefinido en la distancia, perdidos en pensamientos que solo ella conocía. El brillo metálico de su armadura, pulida hasta el extremo, contrastaba con la suavidad de la piel de su capa, creando un aura de fuerza y, a la vez, de una cierta vulnerabilidad oculta.
Un leve suspiro escapó de sus labios. La corona, siempre presente, parecía pesar más de lo habitual esta noche. Las decisiones del día, las preocupaciones por el reino y las cargas de su destino se agolpaban en su mente. A pesar de la imponente presencia que irradiaba, había un instante de quietud, una pausa en la eterna vigilancia de la realeza. La imagen de la monarca guerrera, en un raro momento de introspección, llenaba la sala, silenciosa y majestuosa.—
— La luz tenue del atardecer apenas lograba perforar la pesada atmósfera de la sala del trono. Artoria, ataviada con su armadura de combate, pero con la capa de piel cubriendo sus hombros para resguardarse del frío que comenzaba a calar, se encontraba reclinada en su asiento. No era el trono formal, sino una silla auxiliar más cómoda, diseñada para los momentos de reflexión o de espera.
Sus ojos, un matiz melancólico de azul, observaban un punto indefinido en la distancia, perdidos en pensamientos que solo ella conocía. El brillo metálico de su armadura, pulida hasta el extremo, contrastaba con la suavidad de la piel de su capa, creando un aura de fuerza y, a la vez, de una cierta vulnerabilidad oculta.
Un leve suspiro escapó de sus labios. La corona, siempre presente, parecía pesar más de lo habitual esta noche. Las decisiones del día, las preocupaciones por el reino y las cargas de su destino se agolpaban en su mente. A pesar de la imponente presencia que irradiaba, había un instante de quietud, una pausa en la eterna vigilancia de la realeza. La imagen de la monarca guerrera, en un raro momento de introspección, llenaba la sala, silenciosa y majestuosa.—