En la hora sin nombre,
cuando la luna sangra sobre torres quebradas,
las campanas no llaman a la fe,
sino al pacto sellado en sombras.
Los muros susurran plegarias rotas,
y los ídolos, cubiertos de carboncillo,
vigilan con ojos vacíos la procesión de almas condenadas.
En la penumbra, la verdad se disuelve como carne en veneno;
no hay redención, solo el filo que separa la cordura del abismo.
Escucha… ¿Oyes el coro de voces antiguas?
No son ángeles, somos cazadores que olvidamos nuestros nombres.
Porque la medianoche no es tiempo, es herida abierta, es juramento eterno: morir… o despertar en la pesadilla.
En la hora sin nombre,
cuando la luna sangra sobre torres quebradas,
las campanas no llaman a la fe,
sino al pacto sellado en sombras.
Los muros susurran plegarias rotas,
y los ídolos, cubiertos de carboncillo,
vigilan con ojos vacíos la procesión de almas condenadas.
En la penumbra, la verdad se disuelve como carne en veneno;
no hay redención, solo el filo que separa la cordura del abismo.
Escucha… ¿Oyes el coro de voces antiguas?
No son ángeles, somos cazadores que olvidamos nuestros nombres.
Porque la medianoche no es tiempo, es herida abierta, es juramento eterno: morir… o despertar en la pesadilla.