El sol entraba con una luz más suave de lo habitual cuando Isla despertó, algo desorientada. Parpadeó un par de veces antes de mirar el reloj, y su sorpresa fue inmediata.
—¿Media tarde…? —susurró, incorporándose con lentitud.
El lado de la cama donde dormía su marido estaba vacío, y desde la cocina llegaba el sonido de algo moviéndose. Supuso que Darküs estaría allí, como siempre, inquieto cuando ella dormía demasiado. Se estiró, pero al hacerlo notó una sensación extraña, húmeda, cálida… y el corazón le dio un vuelco.
El olor en la habitación también era distinto. No era sudor, ni el aroma de otras noches, sino algo completamente nuevo.
Darküs apareció justo entonces, con una sonrisa distraída.
—¿No tienes boca para llamarme? —bromeó, acercándose a ella.
Isla se llevó una mano al pecho, sobresaltada.
—¡Me vas a matar del susto! —exhaló, entre risas nerviosas—. Dormí casi todo el día, ya no podía seguir acostada…
Él frunció el ceño y olfateó el aire.
—¿A qué huele…? —preguntó, curioso.
Isla giró la cabeza hacia la cama, y en cuanto vio el gran círculo húmedo sobre las sábanas, todo encajó. Sus ojos se abrieron de golpe.
—Mierda… —murmuró, y lo miró con la respiración entrecortada—. Cielo, no te pongas nervioso, pero creo que Brianna ya viene.
—¡Has roto aguas! —exclamó él, golpeándose la frente antes de sonreír con nerviosismo. No perdió ni un segundo: la tomó de la mano y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, regresando con el médico a su lado.
El doctor llegó aún en bañador, sorprendido pero eficiente, y enseguida se puso manos a la obra. Carmen llegó poco después, lista para ayudar. Isla, sentada en la cama, apenas podía controlar sus respiraciones. Darküs se arrodilló a su lado y le tomó la mano.
—Todo va a salir bien, mi amor —susurró, acariciándole la mejilla—. Respira conmigo, ¿sí?
Ella asintió, apretando sus dedos con fuerza. El primer empujón la hizo gritar, y las lágrimas se mezclaron con el sudor que perlaba su frente.
—¡Dios, duele tanto…!
—Ya casi, ya casi, Isla. Eres la mujer más fuerte que conozco. —Darküs no se apartaba, sus ojos brillaban entre el miedo y la ternura.
Carmen refrescó la frente de Isla con una toalla húmeda mientras el médico daba las últimas indicaciones.
—Muy bien, empuja una vez más. Ya se ve la cabecita…
Darküs se asomó, conteniendo el aliento.
—La veo… —dijo con la voz quebrada—. Amor, la veo. Es nuestra niña…
Con el último esfuerzo, un pequeño llanto llenó la habitación. Isla soltó el aire entre sollozos, exhausta. El médico colocó a la bebé sobre su pecho, y en cuanto la sintió, la niña se calmó, buscando instintivamente el calor de su madre.
Isla la miró, temblorosa, con lágrimas cayendo sin control.
—Es tan pequeñita… —susurró, acariciando su cabecita—. Hola, mi amor…
Darküs apenas podía hablar. Con los ojos húmedos, besó la frente de Isla y cortó el cordón umbilical con manos temblorosas.
—Es perfecta… igual que tú —murmuró, dejando caer una lágrima sobre su mejilla.
Cuando el médico y Carmen terminaron de limpiar y ordenar todo, los dejaron a solas. La habitación se llenó de silencio, solo roto por los suaves ruiditos de Brianna mamando el pecho de su madre. Isla, aún conmovida, levantó la vista hacia su esposo y rozó sus labios con un beso suave.
—Te amo —dijo apenas en un suspiro.
Darküs la miró, completamente rendido.
—Y yo a ti. Gracias por esto… por las dos.
Se quedaron así, juntos, mientras el atardecer cubría la habitación con tonos dorados. Brianna dormía sobre el pecho de su madre, y Darküs, con la mano sobre ambas, sonrió sabiendo que aquel era el principio de todo.
Darküs Volkøv
—¿Media tarde…? —susurró, incorporándose con lentitud.
El lado de la cama donde dormía su marido estaba vacío, y desde la cocina llegaba el sonido de algo moviéndose. Supuso que Darküs estaría allí, como siempre, inquieto cuando ella dormía demasiado. Se estiró, pero al hacerlo notó una sensación extraña, húmeda, cálida… y el corazón le dio un vuelco.
El olor en la habitación también era distinto. No era sudor, ni el aroma de otras noches, sino algo completamente nuevo.
Darküs apareció justo entonces, con una sonrisa distraída.
—¿No tienes boca para llamarme? —bromeó, acercándose a ella.
Isla se llevó una mano al pecho, sobresaltada.
—¡Me vas a matar del susto! —exhaló, entre risas nerviosas—. Dormí casi todo el día, ya no podía seguir acostada…
Él frunció el ceño y olfateó el aire.
—¿A qué huele…? —preguntó, curioso.
Isla giró la cabeza hacia la cama, y en cuanto vio el gran círculo húmedo sobre las sábanas, todo encajó. Sus ojos se abrieron de golpe.
—Mierda… —murmuró, y lo miró con la respiración entrecortada—. Cielo, no te pongas nervioso, pero creo que Brianna ya viene.
—¡Has roto aguas! —exclamó él, golpeándose la frente antes de sonreír con nerviosismo. No perdió ni un segundo: la tomó de la mano y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, regresando con el médico a su lado.
El doctor llegó aún en bañador, sorprendido pero eficiente, y enseguida se puso manos a la obra. Carmen llegó poco después, lista para ayudar. Isla, sentada en la cama, apenas podía controlar sus respiraciones. Darküs se arrodilló a su lado y le tomó la mano.
—Todo va a salir bien, mi amor —susurró, acariciándole la mejilla—. Respira conmigo, ¿sí?
Ella asintió, apretando sus dedos con fuerza. El primer empujón la hizo gritar, y las lágrimas se mezclaron con el sudor que perlaba su frente.
—¡Dios, duele tanto…!
—Ya casi, ya casi, Isla. Eres la mujer más fuerte que conozco. —Darküs no se apartaba, sus ojos brillaban entre el miedo y la ternura.
Carmen refrescó la frente de Isla con una toalla húmeda mientras el médico daba las últimas indicaciones.
—Muy bien, empuja una vez más. Ya se ve la cabecita…
Darküs se asomó, conteniendo el aliento.
—La veo… —dijo con la voz quebrada—. Amor, la veo. Es nuestra niña…
Con el último esfuerzo, un pequeño llanto llenó la habitación. Isla soltó el aire entre sollozos, exhausta. El médico colocó a la bebé sobre su pecho, y en cuanto la sintió, la niña se calmó, buscando instintivamente el calor de su madre.
Isla la miró, temblorosa, con lágrimas cayendo sin control.
—Es tan pequeñita… —susurró, acariciando su cabecita—. Hola, mi amor…
Darküs apenas podía hablar. Con los ojos húmedos, besó la frente de Isla y cortó el cordón umbilical con manos temblorosas.
—Es perfecta… igual que tú —murmuró, dejando caer una lágrima sobre su mejilla.
Cuando el médico y Carmen terminaron de limpiar y ordenar todo, los dejaron a solas. La habitación se llenó de silencio, solo roto por los suaves ruiditos de Brianna mamando el pecho de su madre. Isla, aún conmovida, levantó la vista hacia su esposo y rozó sus labios con un beso suave.
—Te amo —dijo apenas en un suspiro.
Darküs la miró, completamente rendido.
—Y yo a ti. Gracias por esto… por las dos.
Se quedaron así, juntos, mientras el atardecer cubría la habitación con tonos dorados. Brianna dormía sobre el pecho de su madre, y Darküs, con la mano sobre ambas, sonrió sabiendo que aquel era el principio de todo.
Darküs Volkøv
El sol entraba con una luz más suave de lo habitual cuando Isla despertó, algo desorientada. Parpadeó un par de veces antes de mirar el reloj, y su sorpresa fue inmediata.
—¿Media tarde…? —susurró, incorporándose con lentitud.
El lado de la cama donde dormía su marido estaba vacío, y desde la cocina llegaba el sonido de algo moviéndose. Supuso que Darküs estaría allí, como siempre, inquieto cuando ella dormía demasiado. Se estiró, pero al hacerlo notó una sensación extraña, húmeda, cálida… y el corazón le dio un vuelco.
El olor en la habitación también era distinto. No era sudor, ni el aroma de otras noches, sino algo completamente nuevo.
Darküs apareció justo entonces, con una sonrisa distraída.
—¿No tienes boca para llamarme? —bromeó, acercándose a ella.
Isla se llevó una mano al pecho, sobresaltada.
—¡Me vas a matar del susto! —exhaló, entre risas nerviosas—. Dormí casi todo el día, ya no podía seguir acostada…
Él frunció el ceño y olfateó el aire.
—¿A qué huele…? —preguntó, curioso.
Isla giró la cabeza hacia la cama, y en cuanto vio el gran círculo húmedo sobre las sábanas, todo encajó. Sus ojos se abrieron de golpe.
—Mierda… —murmuró, y lo miró con la respiración entrecortada—. Cielo, no te pongas nervioso, pero creo que Brianna ya viene.
—¡Has roto aguas! —exclamó él, golpeándose la frente antes de sonreír con nerviosismo. No perdió ni un segundo: la tomó de la mano y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, regresando con el médico a su lado.
El doctor llegó aún en bañador, sorprendido pero eficiente, y enseguida se puso manos a la obra. Carmen llegó poco después, lista para ayudar. Isla, sentada en la cama, apenas podía controlar sus respiraciones. Darküs se arrodilló a su lado y le tomó la mano.
—Todo va a salir bien, mi amor —susurró, acariciándole la mejilla—. Respira conmigo, ¿sí?
Ella asintió, apretando sus dedos con fuerza. El primer empujón la hizo gritar, y las lágrimas se mezclaron con el sudor que perlaba su frente.
—¡Dios, duele tanto…!
—Ya casi, ya casi, Isla. Eres la mujer más fuerte que conozco. —Darküs no se apartaba, sus ojos brillaban entre el miedo y la ternura.
Carmen refrescó la frente de Isla con una toalla húmeda mientras el médico daba las últimas indicaciones.
—Muy bien, empuja una vez más. Ya se ve la cabecita…
Darküs se asomó, conteniendo el aliento.
—La veo… —dijo con la voz quebrada—. Amor, la veo. Es nuestra niña…
Con el último esfuerzo, un pequeño llanto llenó la habitación. Isla soltó el aire entre sollozos, exhausta. El médico colocó a la bebé sobre su pecho, y en cuanto la sintió, la niña se calmó, buscando instintivamente el calor de su madre.
Isla la miró, temblorosa, con lágrimas cayendo sin control.
—Es tan pequeñita… —susurró, acariciando su cabecita—. Hola, mi amor…
Darküs apenas podía hablar. Con los ojos húmedos, besó la frente de Isla y cortó el cordón umbilical con manos temblorosas.
—Es perfecta… igual que tú —murmuró, dejando caer una lágrima sobre su mejilla.
Cuando el médico y Carmen terminaron de limpiar y ordenar todo, los dejaron a solas. La habitación se llenó de silencio, solo roto por los suaves ruiditos de Brianna mamando el pecho de su madre. Isla, aún conmovida, levantó la vista hacia su esposo y rozó sus labios con un beso suave.
—Te amo —dijo apenas en un suspiro.
Darküs la miró, completamente rendido.
—Y yo a ti. Gracias por esto… por las dos.
Se quedaron así, juntos, mientras el atardecer cubría la habitación con tonos dorados. Brianna dormía sobre el pecho de su madre, y Darküs, con la mano sobre ambas, sonrió sabiendo que aquel era el principio de todo.
[Darkus]