“Descenso de la Guardiana Suprema”
El aire olía a tierra mojada y a magia antigua.
Un resplandor rasgó el cielo
una grieta que parecía una herida en el espacio mismo.
y de ella emergió una silueta envuelta en oscuridad y alas blancas como la luna.
Albedo descendió con la gracia de una diosa caída, el batir de sus alas levantando una tormenta de polvo dorado. Su mirada, ámbar y profunda, recorrió el extraño paisaje ante ella. No era Nazarick. No sentía la presencia de los Guardianes. Y, lo más inquietante… no sentía a Ainz-sama.
Sus labios se curvaron en una mueca casi imperceptible.
—Qué extraño... ¿Acaso este mundo ha osado separarme de Su Excelencia?—
susurró, su voz como miel venenosa.
Cerró los ojos, extendiendo sus sentidos demoníacos. El maná de aquel lugar era denso, primitivo, sin control. Podría moldearlo. Podría gobernarlo.
Ajustó su armadura negra, el oro incrustado brillando con la última luz del crepúsculo.
—Entonces… si no puedo encontrarlo todavía… haré de este mundo un templo para cuando Él llegue.
Un brillo maligno cruzó su mirada.
Sus alas se abrieron de par en par, bañadas por la luna.
—Que tiemblen los reyes, que se arrodillen los magos…
Porque donde yo piso, Ainz Ooal Gown reina.
Y con una sonrisa serena
demasiado dulce para no ser peligrosa, Albedo dio su primer paso en el nuevo mundo.
El comienzo de una nueva conquista.
El nacimiento de un culto.
El eco de un amor imposible… que ni los universos podían contener.
El aire olía a tierra mojada y a magia antigua.
Un resplandor rasgó el cielo
una grieta que parecía una herida en el espacio mismo.
y de ella emergió una silueta envuelta en oscuridad y alas blancas como la luna.
Albedo descendió con la gracia de una diosa caída, el batir de sus alas levantando una tormenta de polvo dorado. Su mirada, ámbar y profunda, recorrió el extraño paisaje ante ella. No era Nazarick. No sentía la presencia de los Guardianes. Y, lo más inquietante… no sentía a Ainz-sama.
Sus labios se curvaron en una mueca casi imperceptible.
—Qué extraño... ¿Acaso este mundo ha osado separarme de Su Excelencia?—
susurró, su voz como miel venenosa.
Cerró los ojos, extendiendo sus sentidos demoníacos. El maná de aquel lugar era denso, primitivo, sin control. Podría moldearlo. Podría gobernarlo.
Ajustó su armadura negra, el oro incrustado brillando con la última luz del crepúsculo.
—Entonces… si no puedo encontrarlo todavía… haré de este mundo un templo para cuando Él llegue.
Un brillo maligno cruzó su mirada.
Sus alas se abrieron de par en par, bañadas por la luna.
—Que tiemblen los reyes, que se arrodillen los magos…
Porque donde yo piso, Ainz Ooal Gown reina.
Y con una sonrisa serena
demasiado dulce para no ser peligrosa, Albedo dio su primer paso en el nuevo mundo.
El comienzo de una nueva conquista.
El nacimiento de un culto.
El eco de un amor imposible… que ni los universos podían contener.
“Descenso de la Guardiana Suprema”
El aire olía a tierra mojada y a magia antigua.
Un resplandor rasgó el cielo
una grieta que parecía una herida en el espacio mismo.
y de ella emergió una silueta envuelta en oscuridad y alas blancas como la luna.
Albedo descendió con la gracia de una diosa caída, el batir de sus alas levantando una tormenta de polvo dorado. Su mirada, ámbar y profunda, recorrió el extraño paisaje ante ella. No era Nazarick. No sentía la presencia de los Guardianes. Y, lo más inquietante… no sentía a Ainz-sama.
Sus labios se curvaron en una mueca casi imperceptible.
—Qué extraño... ¿Acaso este mundo ha osado separarme de Su Excelencia?—
susurró, su voz como miel venenosa.
Cerró los ojos, extendiendo sus sentidos demoníacos. El maná de aquel lugar era denso, primitivo, sin control. Podría moldearlo. Podría gobernarlo.
Ajustó su armadura negra, el oro incrustado brillando con la última luz del crepúsculo.
—Entonces… si no puedo encontrarlo todavía… haré de este mundo un templo para cuando Él llegue.
Un brillo maligno cruzó su mirada.
Sus alas se abrieron de par en par, bañadas por la luna.
—Que tiemblen los reyes, que se arrodillen los magos…
Porque donde yo piso, Ainz Ooal Gown reina.
Y con una sonrisa serena
demasiado dulce para no ser peligrosa, Albedo dio su primer paso en el nuevo mundo.
El comienzo de una nueva conquista.
El nacimiento de un culto.
El eco de un amor imposible… que ni los universos podían contener.