☆☆“El hilo del destino”☆☆
La noche había sido larga, silenciosa… pero cuando por fin el sueño la alcanzó, no fue el descanso lo que la envolvió, sino algo más profundo.
Un susurro antiguo, una melodía que parecía venir de dentro de su propio corazón.
Eliana se encontraba en un lugar sin tiempo.
Un cielo teñido de violeta y oro se extendía sobre ella, y bajo sus pies no había tierra, sino una superficie líquida y transparente que reflejaba cada emoción.
La brisa olía a calma, pero también a peligro, a esa atracción innegable que uno siente cuando se aproxima demasiado al fuego sabiendo que va a arder.
Y entonces lo vio.
Darkus.
De pie, a unos pasos, observándola con esos ojos que parecían leer cada pensamiento, cada duda que ella intentaba ocultar.
No dijo nada, pero su presencia bastó para hacer vibrar el aire.
Entre ambos, un hilo rojo se tensaba, delgado como un suspiro, brillante como la sangre en el amanecer.
Eliana bajó la mirada. El hilo nacía de su dedo meñique… y seguía hacia él, envolviendo sus manos, trepando entre sus dedos, uniéndolos.
Cada movimiento suyo hacía brillar ese lazo etéreo, como si el destino mismo celebrara aquel contacto.
—¿Por qué… estás aquí? —preguntó ella, con voz quebrada.
Darkus dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo la distancia entre ambos.
—Porque tú me llamaste —respondió, y su voz no era solo sonido; era promesa, era eco, era fuego.
Eliana quiso negarlo, quiso pensar que era solo un sueño, pero cuando él extendió su mano, su cuerpo se movió solo.
Sus dedos se encontraron en medio del aire, y el hilo se encendió con una luz cálida.
El toque fue leve, pero suficiente para que el mundo temblara.
Y en ese temblor, algo dentro de ella se reconoció.
Las imágenes se fundieron en un torbellino:
Sus almas girando, las manos entrelazadas, los hilos multiplicándose hasta envolverlos por completo, entrelazando su destino como raíces antiguas.
No había dolor ni miedo, solo una certeza silenciosa que latía con cada respiración compartida.
Él la miró con esa calma que siempre la desconcertaba, pero ahora no había distancia, ni juicios, ni barreras.
Solo la verdad que ambos habían evitado:
Eliana lo amaba.
Y en lo más profundo, sabía que él la había sentido desde mucho antes.
—Esto no puede ser… —susurró, aunque su voz sonaba más como una plegaria que una protesta.
Darkus sonrió, esa sonrisa casi imperceptible que decía más que mil palabras.
—No puedes luchar contra lo que ya fue escrito —respondió, acercando su frente a la de ella.
El contacto los envolvió en luz.
Todo a su alrededor se disolvía: el cielo, el suelo, incluso el aire… solo quedaban ellos, atados por ese hilo invisible.
Eliana sintió el pulso de su corazón mezclarse con el de él.
El hilo se volvió dorado.
Y en ese instante comprendió: no era solo amor, era decreto.
Un lazo forjado antes de nacer, sellado entre sombras y destinos cruzados.
El sueño empezó a desvanecerse lentamente, arrastrando la calidez de su tacto, la voz de Darkus, su mirada…
Pero incluso al despertar, aún podía sentir el hilo enredado entre sus dedos, como si el universo mismo se negara a soltarla.
Abrió los ojos en su habitación, el amanecer filtrándose por la ventana.
Su respiración estaba agitada, y su corazón, demasiado consciente.
Miró sus manos… vacías, pero extrañamente pesadas.
Un susurro resonó en su mente, casi inaudible, casi una caricia:
> “El destino no se elige, Eliana. Solo se recuerda.”
Y con un estremecimiento, comprendió que lo suyo con Darkus no era casualidad.
Era el principio de algo que ni siquiera el tiempo podría romper.
Darküs Volkøv
La noche había sido larga, silenciosa… pero cuando por fin el sueño la alcanzó, no fue el descanso lo que la envolvió, sino algo más profundo.
Un susurro antiguo, una melodía que parecía venir de dentro de su propio corazón.
Eliana se encontraba en un lugar sin tiempo.
Un cielo teñido de violeta y oro se extendía sobre ella, y bajo sus pies no había tierra, sino una superficie líquida y transparente que reflejaba cada emoción.
La brisa olía a calma, pero también a peligro, a esa atracción innegable que uno siente cuando se aproxima demasiado al fuego sabiendo que va a arder.
Y entonces lo vio.
Darkus.
De pie, a unos pasos, observándola con esos ojos que parecían leer cada pensamiento, cada duda que ella intentaba ocultar.
No dijo nada, pero su presencia bastó para hacer vibrar el aire.
Entre ambos, un hilo rojo se tensaba, delgado como un suspiro, brillante como la sangre en el amanecer.
Eliana bajó la mirada. El hilo nacía de su dedo meñique… y seguía hacia él, envolviendo sus manos, trepando entre sus dedos, uniéndolos.
Cada movimiento suyo hacía brillar ese lazo etéreo, como si el destino mismo celebrara aquel contacto.
—¿Por qué… estás aquí? —preguntó ella, con voz quebrada.
Darkus dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo la distancia entre ambos.
—Porque tú me llamaste —respondió, y su voz no era solo sonido; era promesa, era eco, era fuego.
Eliana quiso negarlo, quiso pensar que era solo un sueño, pero cuando él extendió su mano, su cuerpo se movió solo.
Sus dedos se encontraron en medio del aire, y el hilo se encendió con una luz cálida.
El toque fue leve, pero suficiente para que el mundo temblara.
Y en ese temblor, algo dentro de ella se reconoció.
Las imágenes se fundieron en un torbellino:
Sus almas girando, las manos entrelazadas, los hilos multiplicándose hasta envolverlos por completo, entrelazando su destino como raíces antiguas.
No había dolor ni miedo, solo una certeza silenciosa que latía con cada respiración compartida.
Él la miró con esa calma que siempre la desconcertaba, pero ahora no había distancia, ni juicios, ni barreras.
Solo la verdad que ambos habían evitado:
Eliana lo amaba.
Y en lo más profundo, sabía que él la había sentido desde mucho antes.
—Esto no puede ser… —susurró, aunque su voz sonaba más como una plegaria que una protesta.
Darkus sonrió, esa sonrisa casi imperceptible que decía más que mil palabras.
—No puedes luchar contra lo que ya fue escrito —respondió, acercando su frente a la de ella.
El contacto los envolvió en luz.
Todo a su alrededor se disolvía: el cielo, el suelo, incluso el aire… solo quedaban ellos, atados por ese hilo invisible.
Eliana sintió el pulso de su corazón mezclarse con el de él.
El hilo se volvió dorado.
Y en ese instante comprendió: no era solo amor, era decreto.
Un lazo forjado antes de nacer, sellado entre sombras y destinos cruzados.
El sueño empezó a desvanecerse lentamente, arrastrando la calidez de su tacto, la voz de Darkus, su mirada…
Pero incluso al despertar, aún podía sentir el hilo enredado entre sus dedos, como si el universo mismo se negara a soltarla.
Abrió los ojos en su habitación, el amanecer filtrándose por la ventana.
Su respiración estaba agitada, y su corazón, demasiado consciente.
Miró sus manos… vacías, pero extrañamente pesadas.
Un susurro resonó en su mente, casi inaudible, casi una caricia:
> “El destino no se elige, Eliana. Solo se recuerda.”
Y con un estremecimiento, comprendió que lo suyo con Darkus no era casualidad.
Era el principio de algo que ni siquiera el tiempo podría romper.
Darküs Volkøv
☆☆“El hilo del destino”☆☆
La noche había sido larga, silenciosa… pero cuando por fin el sueño la alcanzó, no fue el descanso lo que la envolvió, sino algo más profundo.
Un susurro antiguo, una melodía que parecía venir de dentro de su propio corazón.
Eliana se encontraba en un lugar sin tiempo.
Un cielo teñido de violeta y oro se extendía sobre ella, y bajo sus pies no había tierra, sino una superficie líquida y transparente que reflejaba cada emoción.
La brisa olía a calma, pero también a peligro, a esa atracción innegable que uno siente cuando se aproxima demasiado al fuego sabiendo que va a arder.
Y entonces lo vio.
Darkus.
De pie, a unos pasos, observándola con esos ojos que parecían leer cada pensamiento, cada duda que ella intentaba ocultar.
No dijo nada, pero su presencia bastó para hacer vibrar el aire.
Entre ambos, un hilo rojo se tensaba, delgado como un suspiro, brillante como la sangre en el amanecer.
Eliana bajó la mirada. El hilo nacía de su dedo meñique… y seguía hacia él, envolviendo sus manos, trepando entre sus dedos, uniéndolos.
Cada movimiento suyo hacía brillar ese lazo etéreo, como si el destino mismo celebrara aquel contacto.
—¿Por qué… estás aquí? —preguntó ella, con voz quebrada.
Darkus dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo la distancia entre ambos.
—Porque tú me llamaste —respondió, y su voz no era solo sonido; era promesa, era eco, era fuego.
Eliana quiso negarlo, quiso pensar que era solo un sueño, pero cuando él extendió su mano, su cuerpo se movió solo.
Sus dedos se encontraron en medio del aire, y el hilo se encendió con una luz cálida.
El toque fue leve, pero suficiente para que el mundo temblara.
Y en ese temblor, algo dentro de ella se reconoció.
Las imágenes se fundieron en un torbellino:
Sus almas girando, las manos entrelazadas, los hilos multiplicándose hasta envolverlos por completo, entrelazando su destino como raíces antiguas.
No había dolor ni miedo, solo una certeza silenciosa que latía con cada respiración compartida.
Él la miró con esa calma que siempre la desconcertaba, pero ahora no había distancia, ni juicios, ni barreras.
Solo la verdad que ambos habían evitado:
Eliana lo amaba.
Y en lo más profundo, sabía que él la había sentido desde mucho antes.
—Esto no puede ser… —susurró, aunque su voz sonaba más como una plegaria que una protesta.
Darkus sonrió, esa sonrisa casi imperceptible que decía más que mil palabras.
—No puedes luchar contra lo que ya fue escrito —respondió, acercando su frente a la de ella.
El contacto los envolvió en luz.
Todo a su alrededor se disolvía: el cielo, el suelo, incluso el aire… solo quedaban ellos, atados por ese hilo invisible.
Eliana sintió el pulso de su corazón mezclarse con el de él.
El hilo se volvió dorado.
Y en ese instante comprendió: no era solo amor, era decreto.
Un lazo forjado antes de nacer, sellado entre sombras y destinos cruzados.
El sueño empezó a desvanecerse lentamente, arrastrando la calidez de su tacto, la voz de Darkus, su mirada…
Pero incluso al despertar, aún podía sentir el hilo enredado entre sus dedos, como si el universo mismo se negara a soltarla.
Abrió los ojos en su habitación, el amanecer filtrándose por la ventana.
Su respiración estaba agitada, y su corazón, demasiado consciente.
Miró sus manos… vacías, pero extrañamente pesadas.
Un susurro resonó en su mente, casi inaudible, casi una caricia:
> “El destino no se elige, Eliana. Solo se recuerda.”
Y con un estremecimiento, comprendió que lo suyo con Darkus no era casualidad.
Era el principio de algo que ni siquiera el tiempo podría romper.
[Darkus]