饾悇staba disfrutando de la brisa matutina del otoño, esa que parece calmar cualquier alma atormentada. El sonido de las hojas secas desprendiéndose de sus tallos, arrastradas por la danza caprichosa del viento, le pareció un bucle melancólico. Caían en espirales juguetones, rendidas al vaivén del aire, sin saber dónde reposarían al final de su breve vuelo.
饾悘ensó entonces en lo parecida que era su vida a ese ciclo: un giro constante entre el desprenderse y el volver a caer. Cerró los ojos, dejando que un suspiro leve escapara de sus labios, buscando calmar el enredo de pensamientos que su mente tejía sin descanso.
饾悈ue entonces cuando un maullido quebró el silencio de su contemplación. Abrió los ojos, y al ver al pequeño gato mirándola con inocencia, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro.
— 饾悗h… buenos días a ti también —dijo con ternura—. Déjame adivinar… ¿tienes hambre?
饾悇l minino respondió con un maullido dulce, como si realmente entendiera cada palabra que le decía, y en ese instante, la quietud del amanecer pareció volverse un poco más amable.
饾悘ensó entonces en lo parecida que era su vida a ese ciclo: un giro constante entre el desprenderse y el volver a caer. Cerró los ojos, dejando que un suspiro leve escapara de sus labios, buscando calmar el enredo de pensamientos que su mente tejía sin descanso.
饾悈ue entonces cuando un maullido quebró el silencio de su contemplación. Abrió los ojos, y al ver al pequeño gato mirándola con inocencia, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro.
— 饾悗h… buenos días a ti también —dijo con ternura—. Déjame adivinar… ¿tienes hambre?
饾悇l minino respondió con un maullido dulce, como si realmente entendiera cada palabra que le decía, y en ese instante, la quietud del amanecer pareció volverse un poco más amable.
饾悇staba disfrutando de la brisa matutina del otoño, esa que parece calmar cualquier alma atormentada. El sonido de las hojas secas desprendiéndose de sus tallos, arrastradas por la danza caprichosa del viento, le pareció un bucle melancólico. Caían en espirales juguetones, rendidas al vaivén del aire, sin saber dónde reposarían al final de su breve vuelo.
饾悘ensó entonces en lo parecida que era su vida a ese ciclo: un giro constante entre el desprenderse y el volver a caer. Cerró los ojos, dejando que un suspiro leve escapara de sus labios, buscando calmar el enredo de pensamientos que su mente tejía sin descanso.
饾悈ue entonces cuando un maullido quebró el silencio de su contemplación. Abrió los ojos, y al ver al pequeño gato mirándola con inocencia, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro.
— 饾悗h… buenos días a ti también —dijo con ternura—. Déjame adivinar… ¿tienes hambre?
饾悇l minino respondió con un maullido dulce, como si realmente entendiera cada palabra que le decía, y en ese instante, la quietud del amanecer pareció volverse un poco más amable.