William Deckard
Año 1321
Entre ellos apareció una figura ajena al ejército. Una hechicera cubierta con un manto gris, los ojos marcados por la fatiga de los conjuros.
Había sido llamada por los altos mandos para detener el avance enemigo con la ayuda de su magia. Sus manos, manchadas de sangre y polvo, trazaban símbolos en el aire mientras los cielos se quebraban con truenos. Su poder no era de los libros, sino del sacrificio.
Fue allí, entre las filas de la Orden de Verhon, donde lo vio por primera vez. Un hombre alto, de presencia firme, con el cuerpo forjado por años de batalla.
Cuando la guerra terminó y los juramentos perdieron sentido, ambos decidieron marchar lejos de todo.
Él colgó su capa de la Orden, ella apagó el brillo de sus runas.
Y juntos emprendieron un camino sin emblemas ni promesas, solo el rumor de lo que podría venir.
Año 1321
Entre ellos apareció una figura ajena al ejército. Una hechicera cubierta con un manto gris, los ojos marcados por la fatiga de los conjuros.
Había sido llamada por los altos mandos para detener el avance enemigo con la ayuda de su magia. Sus manos, manchadas de sangre y polvo, trazaban símbolos en el aire mientras los cielos se quebraban con truenos. Su poder no era de los libros, sino del sacrificio.
Fue allí, entre las filas de la Orden de Verhon, donde lo vio por primera vez. Un hombre alto, de presencia firme, con el cuerpo forjado por años de batalla.
Cuando la guerra terminó y los juramentos perdieron sentido, ambos decidieron marchar lejos de todo.
Él colgó su capa de la Orden, ella apagó el brillo de sus runas.
Y juntos emprendieron un camino sin emblemas ni promesas, solo el rumor de lo que podría venir.
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Año 1321
Entre ellos apareció una figura ajena al ejército. Una hechicera cubierta con un manto gris, los ojos marcados por la fatiga de los conjuros.
Había sido llamada por los altos mandos para detener el avance enemigo con la ayuda de su magia. Sus manos, manchadas de sangre y polvo, trazaban símbolos en el aire mientras los cielos se quebraban con truenos. Su poder no era de los libros, sino del sacrificio.
Fue allí, entre las filas de la Orden de Verhon, donde lo vio por primera vez. Un hombre alto, de presencia firme, con el cuerpo forjado por años de batalla.
Cuando la guerra terminó y los juramentos perdieron sentido, ambos decidieron marchar lejos de todo.
Él colgó su capa de la Orden, ella apagó el brillo de sus runas.
Y juntos emprendieron un camino sin emblemas ni promesas, solo el rumor de lo que podría venir.