La nieve cae lenta, el espacio contiene el aliento, no hay viento ni brisa en este amanecer.
Entre las lápidas cubiertas de escarcha, avanza en silencio, envuelto en un abrigo remendado que apenas contiene el frío. Más grande que muchos hombres, más pesado y fuerte que cualquiera de ellos. Sus huellas son profundas, disparejas, pesadas y lentas.
ππ π£π°π΄π²πΆπ¦ πΊπ’ π―π° π¦πΉπͺπ΄π΅π¦.
Allí donde antes anidaban aves y corrían arroyos, ahora se alzan columnas de humo y ladrillo. Las bestias han huido; los hombres, en cambio, se multiplican como gusanos enfermos que devoran todo lo bello de esta tierra.
Y el Monstruo, si es que merece este nombre más que los otros, encontró refugio entre los muertos.
Los muertos, al menos, no gritan.
No insultan.
No disparan.
No lastiman.
Al llegar al centro de la parcela, se encuentra con ella tal y como en cada amanecer desde que llegó al cementerio; un ángel de mármol, alas extendidas, mirada perdida, cubierto por una fina capa de escarcha blanca, mil diamantes que no hacen justicia a la belleza de la talla.
El rostro es sereno, con los labios entreabiertos como si aún susurrara una plegaria, como si la piedra orara con amor.
Él se queda mirándola hasta que la neblina del alba empieza a teñirse de rosa.
β¬β¬β¬ π΄πππ πππππππ… β¬β¬β¬murmura, la voz ronca suena temerosa de romper el silencioβ¬β¬β¬ πππ πππππ… πππ πππππ... πππππππ...
Tiende una mano, sus largos dedos tiemblan y las yemas rozan el mármol helado como mil noches anhelo tocar la tibia piel de una mujer.
Por un instante, el frío le parece calor.
Por un instante, cree que aquel ángel lo ve.
β¬β¬β¬ ππ πππ πππππππ ππππππ πππππ… β¬β¬β¬susurraβ¬β¬β¬, ππππ£áπ πú πππππππ ππ πíπ... π»π πππ ππ πππππππ πππππó πππππ.
Un repentino soplo de viento le arrebata la capucha y la nieve arde sobre su piel.
Entre los cristales de hielo, un hilo de luz acaricia la estatua.
El ángel sigue orando.
Él sonríe, apenas, con una ternura imposible en un rostro tan remendado.
β¬β¬β¬ ππ πππππππ ππñππ… ππñππíπ πππππππ... ¿π²ππ ππé πππñππ πππ áππππππ... ππ ππ πππππ?
Entre las lápidas cubiertas de escarcha, avanza en silencio, envuelto en un abrigo remendado que apenas contiene el frío. Más grande que muchos hombres, más pesado y fuerte que cualquiera de ellos. Sus huellas son profundas, disparejas, pesadas y lentas.
ππ π£π°π΄π²πΆπ¦ πΊπ’ π―π° π¦πΉπͺπ΄π΅π¦.
Allí donde antes anidaban aves y corrían arroyos, ahora se alzan columnas de humo y ladrillo. Las bestias han huido; los hombres, en cambio, se multiplican como gusanos enfermos que devoran todo lo bello de esta tierra.
Y el Monstruo, si es que merece este nombre más que los otros, encontró refugio entre los muertos.
Los muertos, al menos, no gritan.
No insultan.
No disparan.
No lastiman.
Al llegar al centro de la parcela, se encuentra con ella tal y como en cada amanecer desde que llegó al cementerio; un ángel de mármol, alas extendidas, mirada perdida, cubierto por una fina capa de escarcha blanca, mil diamantes que no hacen justicia a la belleza de la talla.
El rostro es sereno, con los labios entreabiertos como si aún susurrara una plegaria, como si la piedra orara con amor.
Él se queda mirándola hasta que la neblina del alba empieza a teñirse de rosa.
β¬β¬β¬ π΄πππ πππππππ… β¬β¬β¬murmura, la voz ronca suena temerosa de romper el silencioβ¬β¬β¬ πππ πππππ… πππ πππππ... πππππππ...
Tiende una mano, sus largos dedos tiemblan y las yemas rozan el mármol helado como mil noches anhelo tocar la tibia piel de una mujer.
Por un instante, el frío le parece calor.
Por un instante, cree que aquel ángel lo ve.
β¬β¬β¬ ππ πππ πππππππ ππππππ πππππ… β¬β¬β¬susurraβ¬β¬β¬, ππππ£áπ πú πππππππ ππ πíπ... π»π πππ ππ πππππππ πππππó πππππ.
Un repentino soplo de viento le arrebata la capucha y la nieve arde sobre su piel.
Entre los cristales de hielo, un hilo de luz acaricia la estatua.
El ángel sigue orando.
Él sonríe, apenas, con una ternura imposible en un rostro tan remendado.
β¬β¬β¬ ππ πππππππ ππñππ… ππñππíπ πππππππ... ¿π²ππ ππé πππñππ πππ áππππππ... ππ ππ πππππ?
La nieve cae lenta, el espacio contiene el aliento, no hay viento ni brisa en este amanecer.
Entre las lápidas cubiertas de escarcha, avanza en silencio, envuelto en un abrigo remendado que apenas contiene el frío. Más grande que muchos hombres, más pesado y fuerte que cualquiera de ellos. Sus huellas son profundas, disparejas, pesadas y lentas.
ππ π£π°π΄π²πΆπ¦ πΊπ’ π―π° π¦πΉπͺπ΄π΅π¦.
Allí donde antes anidaban aves y corrían arroyos, ahora se alzan columnas de humo y ladrillo. Las bestias han huido; los hombres, en cambio, se multiplican como gusanos enfermos que devoran todo lo bello de esta tierra.
Y el Monstruo, si es que merece este nombre más que los otros, encontró refugio entre los muertos.
Los muertos, al menos, no gritan.
No insultan.
No disparan.
No lastiman.
Al llegar al centro de la parcela, se encuentra con ella tal y como en cada amanecer desde que llegó al cementerio; un ángel de mármol, alas extendidas, mirada perdida, cubierto por una fina capa de escarcha blanca, mil diamantes que no hacen justicia a la belleza de la talla.
El rostro es sereno, con los labios entreabiertos como si aún susurrara una plegaria, como si la piedra orara con amor.
Él se queda mirándola hasta que la neblina del alba empieza a teñirse de rosa.
β¬β¬β¬ π΄πππ πππππππ… β¬β¬β¬murmura, la voz ronca suena temerosa de romper el silencioβ¬β¬β¬ πππ πππππ… πππ πππππ... πππππππ...
Tiende una mano, sus largos dedos tiemblan y las yemas rozan el mármol helado como mil noches anhelo tocar la tibia piel de una mujer.
Por un instante, el frío le parece calor.
Por un instante, cree que aquel ángel lo ve.
β¬β¬β¬ ππ πππ πππππππ ππππππ πππππ… β¬β¬β¬susurraβ¬β¬β¬, ππππ£áπ πú πππππππ ππ πíπ... π»π πππ ππ πππππππ πππππó πππππ.
Un repentino soplo de viento le arrebata la capucha y la nieve arde sobre su piel.
Entre los cristales de hielo, un hilo de luz acaricia la estatua.
El ángel sigue orando.
Él sonríe, apenas, con una ternura imposible en un rostro tan remendado.
β¬β¬β¬ ππ πππππππ ππñππ… ππñππíπ πππππππ... ¿π²ππ ππé πππñππ πππ áππππππ... ππ ππ πππππ?