“Las cadenas no siempre aprisionan,
a veces solo evitan que caigas más.”*
— Moon

La luna me observa.
No con ternura, sino con esa compasión distante que solo los astros conocen.
Selene me ha visto romperme una y otra vez,
forjando con mis propias manos las cadenas que ahora reposan sobre mi alma.

No fueron impuestas; las acepté.
Cada eslabón lleva el nombre de un recuerdo,
el eco de una voz que prometió quedarse… y no lo hizo.
Hay noches en que el reflejo plateado de la luna
me tiembla en la piel,
y entonces el deseo me vence:
quisiera un abrazo.

Uno sincero, sin compasión ni rescate,
uno que no busque curar lo que ya está muerto,
sino acompañar la ruina con la misma devoción
con la que la noche acompaña al lobo.
Extraño reír sin pensar,
sonreír sin sentido,
sentir que el calor no siempre quema.
Pero el mundo se ha vuelto experto en fingir afecto,
y yo, en reconocerlo.

He aprendido que los brazos falsos
dejan cicatrices más hondas
que los hierros que me atan.
Por eso vuelvo a mis cadenas.
A su tacto helado, a su verdad sin disfraces.
En ellas no hay traición,
solo silencio…
y ese silencio, al menos, no miente.

Quizá algún día alguien vea más allá del hierro,
más allá del lobo que guarda su soledad
como ofrenda a la luna.
Pero hasta entonces…
prefiero la prisión que conozco,
a los brazos que mienten.
“Las cadenas no siempre aprisionan, a veces solo evitan que caigas más.”* — Moon La luna me observa. No con ternura, sino con esa compasión distante que solo los astros conocen. Selene me ha visto romperme una y otra vez, forjando con mis propias manos las cadenas que ahora reposan sobre mi alma. No fueron impuestas; las acepté. Cada eslabón lleva el nombre de un recuerdo, el eco de una voz que prometió quedarse… y no lo hizo. Hay noches en que el reflejo plateado de la luna me tiembla en la piel, y entonces el deseo me vence: quisiera un abrazo. Uno sincero, sin compasión ni rescate, uno que no busque curar lo que ya está muerto, sino acompañar la ruina con la misma devoción con la que la noche acompaña al lobo. Extraño reír sin pensar, sonreír sin sentido, sentir que el calor no siempre quema. Pero el mundo se ha vuelto experto en fingir afecto, y yo, en reconocerlo. He aprendido que los brazos falsos dejan cicatrices más hondas que los hierros que me atan. Por eso vuelvo a mis cadenas. A su tacto helado, a su verdad sin disfraces. En ellas no hay traición, solo silencio… y ese silencio, al menos, no miente. Quizá algún día alguien vea más allá del hierro, más allá del lobo que guarda su soledad como ofrenda a la luna. Pero hasta entonces… prefiero la prisión que conozco, a los brazos que mienten.
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