Jacob recuerda vagamente una noche que no quería que existiera, una cena que empezó con promesas de diplomacia y terminó en vergüenza y humillación. Aaron Smith, el presidente, sonrió como siempre, demasiado amable, y cuando Jacob se negó a seguirle el juego lo tranquilizaron con palabras y una copa que no debió aceptar. Después de eso hay lagunas, fragmentos sueltos... risas lejanas, una puerta cerrándose, la sensación de perder el control y calor.
Cuando despertó desnudo no tenía recuerdos claros de lo ocurrido, y en su lugar apareció un día después la peor amenaza posible. Aaron tenía material íntimo de esa noche, imágenes que Jacob no recordaba pero que demostraban cosas que él jamás contaría si podía evitarlo. La vergüenza lo consumió, la rabia y el miedo se mezclaron, y pronto quedó claro que aquello no era sólo una deuda personal, era una moneda de cambio.
Para asegurarse de que Jacob cumpliera, Aaron le ofreció —o mejor dicho le impuso— un encargo, proteger a su hija Irina y vigilar que cumpliera con su agenda, sus compromisos y su seguridad pública. Jacob aceptó porque no tuvo alternativa, porque llevaba encima la amenaza de ver su vida y su reputación destrozadas si no obedecía. Ahora, cada gesto hacia Irina está teñido por la culpa y la coacción, y Jacob vive con el peso de algo que no puede confesar.
Cuando despertó desnudo no tenía recuerdos claros de lo ocurrido, y en su lugar apareció un día después la peor amenaza posible. Aaron tenía material íntimo de esa noche, imágenes que Jacob no recordaba pero que demostraban cosas que él jamás contaría si podía evitarlo. La vergüenza lo consumió, la rabia y el miedo se mezclaron, y pronto quedó claro que aquello no era sólo una deuda personal, era una moneda de cambio.
Para asegurarse de que Jacob cumpliera, Aaron le ofreció —o mejor dicho le impuso— un encargo, proteger a su hija Irina y vigilar que cumpliera con su agenda, sus compromisos y su seguridad pública. Jacob aceptó porque no tuvo alternativa, porque llevaba encima la amenaza de ver su vida y su reputación destrozadas si no obedecía. Ahora, cada gesto hacia Irina está teñido por la culpa y la coacción, y Jacob vive con el peso de algo que no puede confesar.
Jacob recuerda vagamente una noche que no quería que existiera, una cena que empezó con promesas de diplomacia y terminó en vergüenza y humillación. Aaron Smith, el presidente, sonrió como siempre, demasiado amable, y cuando Jacob se negó a seguirle el juego lo tranquilizaron con palabras y una copa que no debió aceptar. Después de eso hay lagunas, fragmentos sueltos... risas lejanas, una puerta cerrándose, la sensación de perder el control y calor.
Cuando despertó desnudo no tenía recuerdos claros de lo ocurrido, y en su lugar apareció un día después la peor amenaza posible. Aaron tenía material íntimo de esa noche, imágenes que Jacob no recordaba pero que demostraban cosas que él jamás contaría si podía evitarlo. La vergüenza lo consumió, la rabia y el miedo se mezclaron, y pronto quedó claro que aquello no era sólo una deuda personal, era una moneda de cambio.
Para asegurarse de que Jacob cumpliera, Aaron le ofreció —o mejor dicho le impuso— un encargo, proteger a su hija Irina y vigilar que cumpliera con su agenda, sus compromisos y su seguridad pública. Jacob aceptó porque no tuvo alternativa, porque llevaba encima la amenaza de ver su vida y su reputación destrozadas si no obedecía. Ahora, cada gesto hacia Irina está teñido por la culpa y la coacción, y Jacob vive con el peso de algo que no puede confesar.