Darküs no podía dejar de maravillarse ante la fortaleza de su hembra. Cada día veía en ella una mezcla de dulzura y poder, de ternura y resistencia. Admiraba no solo a ella, sino a todas las mujeres embarazadas, porque comprendía que el embarazo, aunque muchas veces se pinta como algo simplemente hermoso, también es una travesía de sacrificio, dolor y coraje silencioso.

Nadie habla lo suficiente de los vómitos, del cansancio, de las noches interminables sin poder dormir, de la angustia que a veces acompaña la espera. Pero él sí lo veía, lo sentía, y por eso la cuidaba con devoción. Porque sabía que dentro de ella se estaba gestando una vida, y con cada respiración, con cada esfuerzo, ella estaba construyendo el futuro que ambos soñaban.

Darküs entendía que lo mínimo que podía hacer era mimarla, consentirla y acompañarla. Porque mientras ella llevaba el peso —literal y emocional— del embarazo, él se esforzaba por aligerarle el camino, por recordarle que no estaba sola. Y en cada gesto, en cada caricia, en cada palabra, crecía su orgullo y su amor.



Darküs no podía dejar de maravillarse ante la fortaleza de su hembra. Cada día veía en ella una mezcla de dulzura y poder, de ternura y resistencia. Admiraba no solo a ella, sino a todas las mujeres embarazadas, porque comprendía que el embarazo, aunque muchas veces se pinta como algo simplemente hermoso, también es una travesía de sacrificio, dolor y coraje silencioso. Nadie habla lo suficiente de los vómitos, del cansancio, de las noches interminables sin poder dormir, de la angustia que a veces acompaña la espera. Pero él sí lo veía, lo sentía, y por eso la cuidaba con devoción. Porque sabía que dentro de ella se estaba gestando una vida, y con cada respiración, con cada esfuerzo, ella estaba construyendo el futuro que ambos soñaban. Darküs entendía que lo mínimo que podía hacer era mimarla, consentirla y acompañarla. Porque mientras ella llevaba el peso —literal y emocional— del embarazo, él se esforzaba por aligerarle el camino, por recordarle que no estaba sola. Y en cada gesto, en cada caricia, en cada palabra, crecía su orgullo y su amor.
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