A veces no sé por qué sigo luchando, no es que haya perdido la fe, pero me cansa ver cómo todo se desmorona mientras yo intento mantenerm e firme, creyendo todavía en la justicia, en el equilibrio, en que si uno protege a los suyos, el mundo puede ser un lugar mejor.

Siempre he sido así, amigo de mis amigos, enemigo de sus enemigos, alguien que no duda en darlo todo por los que ama, aunque eso me cueste pedazos de mí, y sí, si hiciera falta, mataría por ellos, no por rabia, sino por lealtad, por esa forma de sentir que no sé apagar.

Pero últimamente me pesa, siento que doy demasiado, que entrego más de lo que tengo y que, cuando llega la calma, me quedo vacío, sin fuerzas, sin nadie que entienda el cansancio que se esconde detrás de mi sonrisa, detrás de mis ganas de seguir.

Cuando traicionan a alguien que quiero, algo dentro de mí se rompe, y el lobo que llevo despierta, saca las garras, se defiende, ruge, hace justicia, pero después, cuando el ruido se apaga, cuando todo vuelve a estar en silencio, me invade esa soledad que ni la luna puede consolar.

A veces pienso que debería mirar solo por mí, que quizá sería más fácil, pero no puedo, no es quien soy, no puedo quedarme quieto mientras todo se desmorona, mientras la gente que quiero sufre, porque por más que me duela, todavía creo que vale la pena alzar la voz, que si uno no lucha por lo correcto, nada cambia, nada mejora.

Así que aquí estoy, cansado, herido, pero de pie, con el corazón lleno de grietas y esperanza, con las manos temblando y el alma en llamas, sabiendo que tal vez nadie me entienda del todo, pero que no importa, porque yo sí entiendo lo que significa ser leal, aunque duela, aunque me deje solo, aunque mi aullido se pierda en la noche.

A veces no sé por qué sigo luchando, no es que haya perdido la fe, pero me cansa ver cómo todo se desmorona mientras yo intento mantenerm e firme, creyendo todavía en la justicia, en el equilibrio, en que si uno protege a los suyos, el mundo puede ser un lugar mejor. Siempre he sido así, amigo de mis amigos, enemigo de sus enemigos, alguien que no duda en darlo todo por los que ama, aunque eso me cueste pedazos de mí, y sí, si hiciera falta, mataría por ellos, no por rabia, sino por lealtad, por esa forma de sentir que no sé apagar. Pero últimamente me pesa, siento que doy demasiado, que entrego más de lo que tengo y que, cuando llega la calma, me quedo vacío, sin fuerzas, sin nadie que entienda el cansancio que se esconde detrás de mi sonrisa, detrás de mis ganas de seguir. Cuando traicionan a alguien que quiero, algo dentro de mí se rompe, y el lobo que llevo despierta, saca las garras, se defiende, ruge, hace justicia, pero después, cuando el ruido se apaga, cuando todo vuelve a estar en silencio, me invade esa soledad que ni la luna puede consolar. A veces pienso que debería mirar solo por mí, que quizá sería más fácil, pero no puedo, no es quien soy, no puedo quedarme quieto mientras todo se desmorona, mientras la gente que quiero sufre, porque por más que me duela, todavía creo que vale la pena alzar la voz, que si uno no lucha por lo correcto, nada cambia, nada mejora. Así que aquí estoy, cansado, herido, pero de pie, con el corazón lleno de grietas y esperanza, con las manos temblando y el alma en llamas, sabiendo que tal vez nadie me entienda del todo, pero que no importa, porque yo sí entiendo lo que significa ser leal, aunque duela, aunque me deje solo, aunque mi aullido se pierda en la noche.
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