[Evento Anual de la Empresa Han – Fiesta de Halloween temática: Era Joseon]

El reloj marcaba las siete y treinta cuando las puertas del salón principal se abrieron.
Las luces, suaves y cálidas, caían sobre un escenario decorado con biombos de seda, faroles y mesas bajas llenas de arreglos florales tradicionales.
El murmullo de los empleados disfrazados llenaba el ambiente: cortesanas, eruditos, soldados, nobles, todos envueltos en el juego de la época.

Y entonces, el murmullo se detuvo.

Han Jiseok había llegado.

Vestía un hanbok blanco de seda, impecablemente planchado, con bordes plateados que reflejaban la luz como si el tejido mismo respirara.
El cabello —por una vez suelto del peinado habitual— estaba recogido hacia atrás, apenas con una cinta oscura que dejaba ver su frente.
En su mano, sostenía un abanico negro, sencillo, que movía con una calma que imponía respeto.

“Le queda demasiado bien…” murmuró una de las asistentes antes de que la música retomara su curso.

Jiseok avanzó con esa postura suya: espalda recta, pasos tranquilos, mirada firme.
No necesitaba corona; el aire a su alrededor bastaba para coronarlo.

Cuando se acercó a la mesa principal, su madre —Han Mira— sonrió divertida.

“Sabía que ese color te haría ver como un rey, hijo.”

“Solo sigo el código de vestimenta, madre,” respondió él, con esa voz serena que ni siquiera intentaba negar el cumplido.

Un grupo de empleados del área de marketing se acercó para felicitarlo por el disfraz.

“Jiseok-ssi, no sabíamos que aceptaría participar este año.”

Él alzó una ceja apenas, con una media sonrisa.
“Digamos que me convencieron con argumentos difíciles de rechazar.”

Los risas siguieron, y por primera vez en mucho tiempo, se le vio relajado.
Sin expediente, sin juntas, sin protocolos.
Solo un hombre en un traje antiguo, con una copa de vino en la mano, observando a su gente disfrutar.

Y cuando la orquesta improvisó una melodía lenta, Jiseok se inclinó levemente hacia su madre y murmuró:

“Si supieran que el rey solo vino por el café”

Ella rió bajito.

“Y por Milo, que seguramente te está esperando.”

“Siempre espera,” dijo él, mirando hacia el ventanal, donde la luna se reflejaba sobre Seúl. “Incluso los reyes necesitan volver a casa.”
[Evento Anual de la Empresa Han – Fiesta de Halloween temática: Era Joseon] El reloj marcaba las siete y treinta cuando las puertas del salón principal se abrieron. Las luces, suaves y cálidas, caían sobre un escenario decorado con biombos de seda, faroles y mesas bajas llenas de arreglos florales tradicionales. El murmullo de los empleados disfrazados llenaba el ambiente: cortesanas, eruditos, soldados, nobles, todos envueltos en el juego de la época. Y entonces, el murmullo se detuvo. Han Jiseok había llegado. Vestía un hanbok blanco de seda, impecablemente planchado, con bordes plateados que reflejaban la luz como si el tejido mismo respirara. El cabello —por una vez suelto del peinado habitual— estaba recogido hacia atrás, apenas con una cinta oscura que dejaba ver su frente. En su mano, sostenía un abanico negro, sencillo, que movía con una calma que imponía respeto. “Le queda demasiado bien…” murmuró una de las asistentes antes de que la música retomara su curso. Jiseok avanzó con esa postura suya: espalda recta, pasos tranquilos, mirada firme. No necesitaba corona; el aire a su alrededor bastaba para coronarlo. Cuando se acercó a la mesa principal, su madre —Han Mira— sonrió divertida. “Sabía que ese color te haría ver como un rey, hijo.” “Solo sigo el código de vestimenta, madre,” respondió él, con esa voz serena que ni siquiera intentaba negar el cumplido. Un grupo de empleados del área de marketing se acercó para felicitarlo por el disfraz. “Jiseok-ssi, no sabíamos que aceptaría participar este año.” Él alzó una ceja apenas, con una media sonrisa. “Digamos que me convencieron con argumentos difíciles de rechazar.” Los risas siguieron, y por primera vez en mucho tiempo, se le vio relajado. Sin expediente, sin juntas, sin protocolos. Solo un hombre en un traje antiguo, con una copa de vino en la mano, observando a su gente disfrutar. Y cuando la orquesta improvisó una melodía lenta, Jiseok se inclinó levemente hacia su madre y murmuró: “Si supieran que el rey solo vino por el café” Ella rió bajito. “Y por Milo, que seguramente te está esperando.” “Siempre espera,” dijo él, mirando hacia el ventanal, donde la luna se reflejaba sobre Seúl. “Incluso los reyes necesitan volver a casa.”
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