El principe y un ladrón
Fandom Devil May Cry y hazbin hotel
Categoría Fantasía
El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar.

Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar.

A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado.
—El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío.

Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio.

Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían.
Uno buscaba comida… el otro, sentido.
Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar. Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar. A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado. —El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío. Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio. Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían. Uno buscaba comida… el otro, sentido. Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
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Grupal
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