๐ญ๐๐๐๐๐๐๐๐๐ ๐
๐ ๐๐ ๐๐๐๐๐๐๐ ๐
๐ ๐ด๐๐๐๐ø๐ ๐ช๐๐'๐๐๐๐๐๐
(3° แดษดแดษชแดษดแด แด แดส แดแด ษชสษชแดษด, แด แดษชแด แดแด แดสแดแดแดแดแดแดสแด แด แดส แดแดสสแดส)
La observé desde el velo, cuando el vacío intentó reclamarla. Sentí cómo el tejido de su alma comenzaba a desgarrarse, atraído hacia el abismo donde no existe ni tiempo ni nombre. El fuego dentro de ella despertó por instinto, ardiendo sin dirección, pidiendo un ancla.
Fue entonces cuando la llamé. Pronuncié su nombre con la voz que solo los selladores conocemos.
“๐๐ถ๐ฆ๐ญ๐ท๐ฆ.”
Y así fue.
El vacío rugió, reconociendo mi intervención, y casi me arrastró con ella. Aun así, la empujé hacia la frontera, lo suficiente para que la fuerza de aquel ser, quien sin saberlo se convirtió en su ancla, la tomara y la devolviera a la vida.
La vi abrir los ojos entre el humo, respirando con dificultad, el cabello enredado y la piel herida… pero viva.
Inquebrantable. Fuerte. Más de lo que cualquier ser del Ovirion podría comprender.
Porque ella no lucha solo contra el mundo que la rechaza, sino contra el fuego que amenaza con consumirla desde dentro. Esa es su verdadera guerra.
Aquí, en el Ovirion, las cosas empeoran.
Los ancianos murmuran mi nombre, lo pronuncian con esa mezcla de sospecha y desprecio que precede al juicio. Han notado los desajustes, las grietas en el tejido del velo, las huellas que dejo al cruzarlo para verla.
Si descubren que fui yo, Maeriøn Cal’vareth, quien la salvó del vacío, mi esencia será disuelta entre las sombras. La muerte no me asusta, pero el silencio eterno sí… porque en él, no podré volver a pronunciar su nombre.
Aun así, la observo.
No como un guardián, sino como quien recuerda la chispa que encendió esperanza en los ojos de un dios moribundo.
Ella es el fuego que el cielo olvidó.
(3° แดษดแดษชแดษดแด แด แดส แดแด ษชสษชแดษด, แด แดษชแด แดแด แดสแดแดแดแดแดแดสแด แด แดส แดแดสสแดส)
La observé desde el velo, cuando el vacío intentó reclamarla. Sentí cómo el tejido de su alma comenzaba a desgarrarse, atraído hacia el abismo donde no existe ni tiempo ni nombre. El fuego dentro de ella despertó por instinto, ardiendo sin dirección, pidiendo un ancla.
Fue entonces cuando la llamé. Pronuncié su nombre con la voz que solo los selladores conocemos.
“๐๐ถ๐ฆ๐ญ๐ท๐ฆ.”
Y así fue.
El vacío rugió, reconociendo mi intervención, y casi me arrastró con ella. Aun así, la empujé hacia la frontera, lo suficiente para que la fuerza de aquel ser, quien sin saberlo se convirtió en su ancla, la tomara y la devolviera a la vida.
La vi abrir los ojos entre el humo, respirando con dificultad, el cabello enredado y la piel herida… pero viva.
Inquebrantable. Fuerte. Más de lo que cualquier ser del Ovirion podría comprender.
Porque ella no lucha solo contra el mundo que la rechaza, sino contra el fuego que amenaza con consumirla desde dentro. Esa es su verdadera guerra.
Aquí, en el Ovirion, las cosas empeoran.
Los ancianos murmuran mi nombre, lo pronuncian con esa mezcla de sospecha y desprecio que precede al juicio. Han notado los desajustes, las grietas en el tejido del velo, las huellas que dejo al cruzarlo para verla.
Si descubren que fui yo, Maeriøn Cal’vareth, quien la salvó del vacío, mi esencia será disuelta entre las sombras. La muerte no me asusta, pero el silencio eterno sí… porque en él, no podré volver a pronunciar su nombre.
Aun así, la observo.
No como un guardián, sino como quien recuerda la chispa que encendió esperanza en los ojos de un dios moribundo.
Ella es el fuego que el cielo olvidó.
๐ญ๐๐๐๐๐๐๐๐๐ ๐
๐ ๐๐ ๐๐๐๐๐๐๐ ๐
๐ ๐ด๐๐๐๐ø๐ ๐ช๐๐'๐๐๐๐๐๐
(3° แดษดแดษชแดษดแด แด
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La observé desde el velo, cuando el vacío intentó reclamarla. Sentí cómo el tejido de su alma comenzaba a desgarrarse, atraído hacia el abismo donde no existe ni tiempo ni nombre. El fuego dentro de ella despertó por instinto, ardiendo sin dirección, pidiendo un ancla.
Fue entonces cuando la llamé. Pronuncié su nombre con la voz que solo los selladores conocemos.
“๐๐ถ๐ฆ๐ญ๐ท๐ฆ.”
Y así fue.
El vacío rugió, reconociendo mi intervención, y casi me arrastró con ella. Aun así, la empujé hacia la frontera, lo suficiente para que la fuerza de aquel ser, quien sin saberlo se convirtió en su ancla, la tomara y la devolviera a la vida.
La vi abrir los ojos entre el humo, respirando con dificultad, el cabello enredado y la piel herida… pero viva.
Inquebrantable. Fuerte. Más de lo que cualquier ser del Ovirion podría comprender.
Porque ella no lucha solo contra el mundo que la rechaza, sino contra el fuego que amenaza con consumirla desde dentro. Esa es su verdadera guerra.
Aquí, en el Ovirion, las cosas empeoran.
Los ancianos murmuran mi nombre, lo pronuncian con esa mezcla de sospecha y desprecio que precede al juicio. Han notado los desajustes, las grietas en el tejido del velo, las huellas que dejo al cruzarlo para verla.
Si descubren que fui yo, Maeriøn Cal’vareth, quien la salvó del vacío, mi esencia será disuelta entre las sombras. La muerte no me asusta, pero el silencio eterno sí… porque en él, no podré volver a pronunciar su nombre.
Aun así, la observo.
No como un guardián, sino como quien recuerda la chispa que encendió esperanza en los ojos de un dios moribundo.
Ella es el fuego que el cielo olvidó.