El viento ardía con el olor a azufre cuando Gabriel Reyes emergió de entre las llamas. Su silueta, envuelta por el humo, avanzaba con paso firme mientras el cielo se teñía de rojo a sus espaldas. Sus movimientos eran los de alguien que había caminado por el infierno mismo y había regresado con una nueva determinación.
El manto caía sobre sus hombros, dejando entrever la musculatura marcada de un cuerpo forjado por la guerra y el dolor. La mirada, fría y calculadora, se ocultaba tras las gafas mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Pensaron que podían enterrarme pero al perro del infierno no se le teme la tumba… se le teme cuando vuelve a salir de ella.
El manto caía sobre sus hombros, dejando entrever la musculatura marcada de un cuerpo forjado por la guerra y el dolor. La mirada, fría y calculadora, se ocultaba tras las gafas mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Pensaron que podían enterrarme pero al perro del infierno no se le teme la tumba… se le teme cuando vuelve a salir de ella.
El viento ardía con el olor a azufre cuando Gabriel Reyes emergió de entre las llamas. Su silueta, envuelta por el humo, avanzaba con paso firme mientras el cielo se teñía de rojo a sus espaldas. Sus movimientos eran los de alguien que había caminado por el infierno mismo y había regresado con una nueva determinación.
El manto caía sobre sus hombros, dejando entrever la musculatura marcada de un cuerpo forjado por la guerra y el dolor. La mirada, fría y calculadora, se ocultaba tras las gafas mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Pensaron que podían enterrarme pero al perro del infierno no se le teme la tumba… se le teme cuando vuelve a salir de ella.