"El beso final"

El aire estaba quieto.
Ni una hoja se movía, como si el mundo contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder.

Ella lo miró sin temblar, con los ojos llenos de esa calma que solo tienen los que ya comprendieron.
Frente a él —a la Muerte misma— no hubo súplica ni llanto. Solo un susurro, suave, casi reverente:

—Antes de irme… quiero saber cómo se siente un beso tuyo.

Cillian la observó en silencio.
No había sorpresa en su expresión, ni compasión. Solo ese vacío sereno que se siente al borde del abismo.
Sus pasos no hicieron ruido al acercarse. El mundo se volvió distante, gris, como si todo lo demás dejara de importar.

—¿Un beso? —preguntó con voz baja, tan honda que parecía venir de otra época—.
Sabes lo que eso significa.

Ella asintió.
—Lo sé. Es lo que deseo. No temo dejar de existir… temo no haberte conocido.

Sus palabras lo atravesaron como un eco antiguo.
Había escuchado muchas cosas a lo largo de los siglos: plegarias, insultos, ruegos… pero esa devoción pura, esa entrega sin drama, era un raro privilegio.

Cillian levantó una mano y la posó en su mejilla. Su tacto era frío, pero no cruel.
Sus labios se encontraron apenas, un roce sin tiempo, y el mundo se apagó.
No hubo dolor, ni oscuridad… solo silencio.

Cuando la separó de su abrazo, ella dormía ya en su eternidad.
Cillian la sostuvo un instante, observando el rostro tranquilo, la curva de los labios aún curvada en una ligera sonrisa.

—Ahora entiendes —murmuró—. La muerte no arrebata. Solo devuelve lo que el tiempo robó.

Luego, el viento se alzó, y con él desapareció.
Solo quedó el eco de su voz y el perfume leve de algo que ya no pertenecía a este mundo.
"El beso final" El aire estaba quieto. Ni una hoja se movía, como si el mundo contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder. Ella lo miró sin temblar, con los ojos llenos de esa calma que solo tienen los que ya comprendieron. Frente a él —a la Muerte misma— no hubo súplica ni llanto. Solo un susurro, suave, casi reverente: —Antes de irme… quiero saber cómo se siente un beso tuyo. Cillian la observó en silencio. No había sorpresa en su expresión, ni compasión. Solo ese vacío sereno que se siente al borde del abismo. Sus pasos no hicieron ruido al acercarse. El mundo se volvió distante, gris, como si todo lo demás dejara de importar. —¿Un beso? —preguntó con voz baja, tan honda que parecía venir de otra época—. Sabes lo que eso significa. Ella asintió. —Lo sé. Es lo que deseo. No temo dejar de existir… temo no haberte conocido. Sus palabras lo atravesaron como un eco antiguo. Había escuchado muchas cosas a lo largo de los siglos: plegarias, insultos, ruegos… pero esa devoción pura, esa entrega sin drama, era un raro privilegio. Cillian levantó una mano y la posó en su mejilla. Su tacto era frío, pero no cruel. Sus labios se encontraron apenas, un roce sin tiempo, y el mundo se apagó. No hubo dolor, ni oscuridad… solo silencio. Cuando la separó de su abrazo, ella dormía ya en su eternidad. Cillian la sostuvo un instante, observando el rostro tranquilo, la curva de los labios aún curvada en una ligera sonrisa. —Ahora entiendes —murmuró—. La muerte no arrebata. Solo devuelve lo que el tiempo robó. Luego, el viento se alzó, y con él desapareció. Solo quedó el eco de su voz y el perfume leve de algo que ya no pertenecía a este mundo.
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