El agua apenas se mueve.
La penumbra se curva a su alrededor, obediente, como si el aire mismo temiera perturbarlo.
Apoya un brazo en el borde del estanque. La piel, pálida bajo la luz azul, deja ver las líneas que alguna vez fueron alas; ahora parecen cicatrices dibujadas por un dios que se arrepintió a medio trazo.
Exhala el humo del cigarrillo que sostiene entre los dedos. No hay prisa en su gesto. Ni siquiera hay intención. El humo asciende despacio, se disuelve, y en ese instante, el mundo parece recordar lo que significa desaparecer.
No necesita moverse.
No necesita hablar.
Las cosas simplemente se acomodan a su alrededor, como si cada átomo supiera que ha encontrado su lugar final.
Su mirada, gris y profunda, se dirige hacia la puerta abierta. Una brisa entra, trayendo consigo un sonido leve: pasos.
Vivos.
No sonríe.
Pero algo, muy en el fondo, parece despertar.
Una sombra de curiosidad.
Un susurro que apenas podría llamarse emoción.
—Entrá —dice con voz fuerte pero serena.
No hay amenaza. No hay promesa. Solo una verdad que cae con el peso del destino.
Y el silencio vuelve a extenderse, expectante, esperando que alguien tenga el valor de cruzar el umbral.
La penumbra se curva a su alrededor, obediente, como si el aire mismo temiera perturbarlo.
Apoya un brazo en el borde del estanque. La piel, pálida bajo la luz azul, deja ver las líneas que alguna vez fueron alas; ahora parecen cicatrices dibujadas por un dios que se arrepintió a medio trazo.
Exhala el humo del cigarrillo que sostiene entre los dedos. No hay prisa en su gesto. Ni siquiera hay intención. El humo asciende despacio, se disuelve, y en ese instante, el mundo parece recordar lo que significa desaparecer.
No necesita moverse.
No necesita hablar.
Las cosas simplemente se acomodan a su alrededor, como si cada átomo supiera que ha encontrado su lugar final.
Su mirada, gris y profunda, se dirige hacia la puerta abierta. Una brisa entra, trayendo consigo un sonido leve: pasos.
Vivos.
No sonríe.
Pero algo, muy en el fondo, parece despertar.
Una sombra de curiosidad.
Un susurro que apenas podría llamarse emoción.
—Entrá —dice con voz fuerte pero serena.
No hay amenaza. No hay promesa. Solo una verdad que cae con el peso del destino.
Y el silencio vuelve a extenderse, expectante, esperando que alguien tenga el valor de cruzar el umbral.
El agua apenas se mueve.
La penumbra se curva a su alrededor, obediente, como si el aire mismo temiera perturbarlo.
Apoya un brazo en el borde del estanque. La piel, pálida bajo la luz azul, deja ver las líneas que alguna vez fueron alas; ahora parecen cicatrices dibujadas por un dios que se arrepintió a medio trazo.
Exhala el humo del cigarrillo que sostiene entre los dedos. No hay prisa en su gesto. Ni siquiera hay intención. El humo asciende despacio, se disuelve, y en ese instante, el mundo parece recordar lo que significa desaparecer.
No necesita moverse.
No necesita hablar.
Las cosas simplemente se acomodan a su alrededor, como si cada átomo supiera que ha encontrado su lugar final.
Su mirada, gris y profunda, se dirige hacia la puerta abierta. Una brisa entra, trayendo consigo un sonido leve: pasos.
Vivos.
No sonríe.
Pero algo, muy en el fondo, parece despertar.
Una sombra de curiosidad.
Un susurro que apenas podría llamarse emoción.
—Entrá —dice con voz fuerte pero serena.
No hay amenaza. No hay promesa. Solo una verdad que cae con el peso del destino.
Y el silencio vuelve a extenderse, expectante, esperando que alguien tenga el valor de cruzar el umbral.


