“El hombre del árbol”

(Perspectiva de tercero sobre Cillian Warlock)

— Lo vi por casualidad.

Era tarde, quizá demasiado para andar por el parque, pero la lluvia había cesado y el aire olía a tierra recién lavada. Caminaba sin rumbo cuando lo noté: un hombre, apoyado contra un árbol, fumando.

No sé por qué me llamó la atención. Había algo… quieto en él. No el tipo de quietud que tienen los que descansan, sino esa inmovilidad que tiene una estatua, o una idea.

Su cabello era tan claro que parecía absorber la luz, no reflejarla. Y su abrigo, negro y largo, parecía hecho de sombra más que de tela.

El humo del cigarro subía lento, como si incluso el aire se resistiera a alejarse de él.

Quise seguir caminando, pero algo me detuvo.
Una sensación antigua, visceral, como si mi cuerpo recordara algo que mi mente no podía nombrar.

Cuando lo miré, sentí un vacío en el pecho.
No miedo. No tristeza.
Algo más… profundo.
Como si me mirara alguien que ya me había visto morir.

Lo juro: el ruido del parque desapareció. No había viento, ni hojas, ni pasos.
Solo él.

Y entonces, lo imposible.

Me miró.

No por mucho —un segundo, tal vez— pero fue suficiente.
Su mirada no tenía color. No tenía emoción.
Era un espejo, pero no reflejaba mi rostro.
Reflejaba algo más… algo que no puedo describir sin que me tiemblen las manos.

Lo que vi no fue mi imagen, fue mi final.

Quise retroceder, pero no pude. Él inhaló el último trazo del cigarro, lo apagó contra el tronco, y entonces sonrió.

Fue una sonrisa leve, triste, casi humana.
Y por alguna razón, me tranquilizó.

Me di cuenta de que no iba a morir, al menos no esa noche.
Pero entendí, con una claridad terrible, que algún día él volvería por mí.

No como enemigo.
Ni como juez.

Sino como alguien que ha estado esperándome desde siempre.

Cuando logré volver a moverme y seguí caminando, el parque volvió a tener sonido.
La lluvia empezó a caer otra vez.

Me giré, pero él ya no estaba.

Solo quedaba el árbol.

Y una colilla aún encendida, ardiendo en silencio.
“El hombre del árbol” (Perspectiva de tercero sobre Cillian Warlock) — Lo vi por casualidad. Era tarde, quizá demasiado para andar por el parque, pero la lluvia había cesado y el aire olía a tierra recién lavada. Caminaba sin rumbo cuando lo noté: un hombre, apoyado contra un árbol, fumando. No sé por qué me llamó la atención. Había algo… quieto en él. No el tipo de quietud que tienen los que descansan, sino esa inmovilidad que tiene una estatua, o una idea. Su cabello era tan claro que parecía absorber la luz, no reflejarla. Y su abrigo, negro y largo, parecía hecho de sombra más que de tela. El humo del cigarro subía lento, como si incluso el aire se resistiera a alejarse de él. Quise seguir caminando, pero algo me detuvo. Una sensación antigua, visceral, como si mi cuerpo recordara algo que mi mente no podía nombrar. Cuando lo miré, sentí un vacío en el pecho. No miedo. No tristeza. Algo más… profundo. Como si me mirara alguien que ya me había visto morir. Lo juro: el ruido del parque desapareció. No había viento, ni hojas, ni pasos. Solo él. Y entonces, lo imposible. Me miró. No por mucho —un segundo, tal vez— pero fue suficiente. Su mirada no tenía color. No tenía emoción. Era un espejo, pero no reflejaba mi rostro. Reflejaba algo más… algo que no puedo describir sin que me tiemblen las manos. Lo que vi no fue mi imagen, fue mi final. Quise retroceder, pero no pude. Él inhaló el último trazo del cigarro, lo apagó contra el tronco, y entonces sonrió. Fue una sonrisa leve, triste, casi humana. Y por alguna razón, me tranquilizó. Me di cuenta de que no iba a morir, al menos no esa noche. Pero entendí, con una claridad terrible, que algún día él volvería por mí. No como enemigo. Ni como juez. Sino como alguien que ha estado esperándome desde siempre. Cuando logré volver a moverme y seguí caminando, el parque volvió a tener sonido. La lluvia empezó a caer otra vez. Me giré, pero él ya no estaba. Solo quedaba el árbol. Y una colilla aún encendida, ardiendo en silencio.
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