El jardín reposaba en silencio, cubierto por la luz dorada del ocaso. Kanae observaba el vuelo de las mariposas, con las manos entrelazadas y una calma que rozaba la melancolía.

—A veces me pregunto si los demonios recuerdan lo que fueron antes de perderse —susurró, sin mirar a nadie, como si el aire bastara para escucharla.

Sus ojos siguieron a una mariposa blanca que danzaba sobre los lirios.
—Alguien los amó alguna vez… Quizás, si alguien les hubiera tendido una mano antes, todo sería distinto.

Guardó silencio. El viento movió su cabello y el pétalo que tenía entre los dedos se soltó, flotando hacia la luz.

—Las mariposas no conocen la guerra —dijo al final, apenas audible—. Solo viven… y mueren sin rencor.

La brisa se llevó sus palabras, y por un instante, el jardín pareció escucharla en paz.
El jardín reposaba en silencio, cubierto por la luz dorada del ocaso. Kanae observaba el vuelo de las mariposas, con las manos entrelazadas y una calma que rozaba la melancolía. —A veces me pregunto si los demonios recuerdan lo que fueron antes de perderse —susurró, sin mirar a nadie, como si el aire bastara para escucharla. Sus ojos siguieron a una mariposa blanca que danzaba sobre los lirios. —Alguien los amó alguna vez… Quizás, si alguien les hubiera tendido una mano antes, todo sería distinto. Guardó silencio. El viento movió su cabello y el pétalo que tenía entre los dedos se soltó, flotando hacia la luz. —Las mariposas no conocen la guerra —dijo al final, apenas audible—. Solo viven… y mueren sin rencor. La brisa se llevó sus palabras, y por un instante, el jardín pareció escucharla en paz.
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