Dante se despertó tarde, casi al mediodía, con la luz del sol colándose a través de las cortinas y dibujando líneas tibias sobre el suelo. Parpadeó un par de veces, sin terminar de entender si seguía soñando o no. La almohada aún guardaba el calor de su cabeza y, por un instante, pensó en girarse y rendirse a otro rato de sueño.
Pero el hambre —o la curiosidad de saber qué hora era realmente— lo obligó a incorporarse. Se sentó en el borde de la cama, con el cabello hecho un desastre y los ojos entrecerrados, frotándose la cara con ambas manos. El mundo parecía moverse un poco más lento de lo normal, como si todo estuviera envuelto en la neblina espesa del sueño que todavía no quería soltarlo.
Caminó a tientas hasta la cocina, arrastrando los pies, y dejó escapar un bostezo tan largo que casi se le olvidó cerrarlo. El reloj marcaba las 11:47. Soltó una especie de queja gutural —algo entre un suspiro y un gruñido— y se sirvió café sin pensar. Ni siquiera recordaba si había puesto azúcar, pero tampoco importaba. Lo importante era seguir despierto... o al menos intentarlo.
Dante se despertó tarde, casi al mediodía, con la luz del sol colándose a través de las cortinas y dibujando líneas tibias sobre el suelo. Parpadeó un par de veces, sin terminar de entender si seguía soñando o no. La almohada aún guardaba el calor de su cabeza y, por un instante, pensó en girarse y rendirse a otro rato de sueño.
Pero el hambre —o la curiosidad de saber qué hora era realmente— lo obligó a incorporarse. Se sentó en el borde de la cama, con el cabello hecho un desastre y los ojos entrecerrados, frotándose la cara con ambas manos. El mundo parecía moverse un poco más lento de lo normal, como si todo estuviera envuelto en la neblina espesa del sueño que todavía no quería soltarlo.
Caminó a tientas hasta la cocina, arrastrando los pies, y dejó escapar un bostezo tan largo que casi se le olvidó cerrarlo. El reloj marcaba las 11:47. Soltó una especie de queja gutural —algo entre un suspiro y un gruñido— y se sirvió café sin pensar. Ni siquiera recordaba si había puesto azúcar, pero tampoco importaba. Lo importante era seguir despierto... o al menos intentarlo.