⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
Irina está a 600 metros del objetivo: Zac, un traficante de artefactos robados a punto de concretar una venta vital para un cartel. La única forma de evitar la transacción es destruir un objeto clave: un disco duro que está dentro de una caja de seguridad reforzada.
Ella sabe que el tiempo del asalto del clan que la contrató no es el correcto; una variable está mal.
Necesita un minuto exacto de ventaja para que el equipo llegue sin bajas.
Irina coloca su rifle y, respirando profundamente, salta cinco minutos y treinta segundos al pasado.
Aparece en una bodega polvorienta y vacía, el hedor a óxido es abrumador. El mundo gira y la nariz comienza a gotear con un calor metálico. No hay tiempo para el pánico.
Cinco minutos.
Se arrastra cojeando hasta una claraboya, monta un pequeño explosivo de precisión en el cristal y activa un temporizador para que detone en cinco minutos y veinticinco segundos. Su misión es solo crear una distracción sonora, un micro-segundo de indecisión.
Regresa al presente.
La violenta sacudida la arroja contra un muro de piedra. Los espasmos sacuden su cuerpo, la sangre corre libremente y la oscuridad amenaza con consumirla. Pero justo en ese momento... ¡Clang! El sonido de cristal roto y la pequeña detonación distrae al objetivo por ese preciso momento.
El clan entra, Zac, desorientado, levanta la cabeza justo cuando la luz del láser de Irina encuentra su punto. Ella, ciega y temblando, aprieta el gatillo, la bala viaja con una precisión imposible, impactando directamente en el disco duro, no en el traficante. La información vital se pulveriza.
Irina se desmaya, temblando en su escondite. El rescate ha sido un éxito, el coste ha sido solo suyo. Luego de viajar al pasado no puede volver a hacerlo de inmediato hasta estar del todo recuperada.
Ella es la variable que nadie ve, la que se auto-sacrifica para ajustar el engranaje del tiempo.
Luego de un par de horas bajo una lluvia incesante. Por fin, Irina se puso en marcha, consumida por una debilidad aplastante, pero obligada a alejarse con premura de la ciudad. Era vital dejar atrás la zona donde acababa de actuar.
Alcanzó las afueras, donde la vegetación indómita y los árboles formaban una cortina impenetrable. Entre el follaje, emergió una forma espectral: una casa, o los restos maltrechos de lo que fue un hogar, aparentemente abandonado al olvido.
Para Irina, el hallazgo era un puerto seguro; un techo provisional hasta que la recuperación le permitiera alcanzar su refugio habitual.
Los mareos la golpeaban sin piedad, la hemorragia nasal se negaba a ceder, y sus piernas flácidas apenas lograban el milagro de sostenerla. Aún sentía el escalofrío de los temblores, y su visión se mantenía desesperadamente borrosa.
Irina está a 600 metros del objetivo: Zac, un traficante de artefactos robados a punto de concretar una venta vital para un cartel. La única forma de evitar la transacción es destruir un objeto clave: un disco duro que está dentro de una caja de seguridad reforzada.
Ella sabe que el tiempo del asalto del clan que la contrató no es el correcto; una variable está mal.
Necesita un minuto exacto de ventaja para que el equipo llegue sin bajas.
Irina coloca su rifle y, respirando profundamente, salta cinco minutos y treinta segundos al pasado.
Aparece en una bodega polvorienta y vacía, el hedor a óxido es abrumador. El mundo gira y la nariz comienza a gotear con un calor metálico. No hay tiempo para el pánico.
Cinco minutos.
Se arrastra cojeando hasta una claraboya, monta un pequeño explosivo de precisión en el cristal y activa un temporizador para que detone en cinco minutos y veinticinco segundos. Su misión es solo crear una distracción sonora, un micro-segundo de indecisión.
Regresa al presente.
La violenta sacudida la arroja contra un muro de piedra. Los espasmos sacuden su cuerpo, la sangre corre libremente y la oscuridad amenaza con consumirla. Pero justo en ese momento... ¡Clang! El sonido de cristal roto y la pequeña detonación distrae al objetivo por ese preciso momento.
El clan entra, Zac, desorientado, levanta la cabeza justo cuando la luz del láser de Irina encuentra su punto. Ella, ciega y temblando, aprieta el gatillo, la bala viaja con una precisión imposible, impactando directamente en el disco duro, no en el traficante. La información vital se pulveriza.
Irina se desmaya, temblando en su escondite. El rescate ha sido un éxito, el coste ha sido solo suyo. Luego de viajar al pasado no puede volver a hacerlo de inmediato hasta estar del todo recuperada.
Ella es la variable que nadie ve, la que se auto-sacrifica para ajustar el engranaje del tiempo.
Luego de un par de horas bajo una lluvia incesante. Por fin, Irina se puso en marcha, consumida por una debilidad aplastante, pero obligada a alejarse con premura de la ciudad. Era vital dejar atrás la zona donde acababa de actuar.
Alcanzó las afueras, donde la vegetación indómita y los árboles formaban una cortina impenetrable. Entre el follaje, emergió una forma espectral: una casa, o los restos maltrechos de lo que fue un hogar, aparentemente abandonado al olvido.
Para Irina, el hallazgo era un puerto seguro; un techo provisional hasta que la recuperación le permitiera alcanzar su refugio habitual.
Los mareos la golpeaban sin piedad, la hemorragia nasal se negaba a ceder, y sus piernas flácidas apenas lograban el milagro de sostenerla. Aún sentía el escalofrío de los temblores, y su visión se mantenía desesperadamente borrosa.
⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
Irina está a 600 metros del objetivo: Zac, un traficante de artefactos robados a punto de concretar una venta vital para un cartel. La única forma de evitar la transacción es destruir un objeto clave: un disco duro que está dentro de una caja de seguridad reforzada.
Ella sabe que el tiempo del asalto del clan que la contrató no es el correcto; una variable está mal.
Necesita un minuto exacto de ventaja para que el equipo llegue sin bajas.
Irina coloca su rifle y, respirando profundamente, salta cinco minutos y treinta segundos al pasado.
Aparece en una bodega polvorienta y vacía, el hedor a óxido es abrumador. El mundo gira y la nariz comienza a gotear con un calor metálico. No hay tiempo para el pánico.
Cinco minutos.
Se arrastra cojeando hasta una claraboya, monta un pequeño explosivo de precisión en el cristal y activa un temporizador para que detone en cinco minutos y veinticinco segundos. Su misión es solo crear una distracción sonora, un micro-segundo de indecisión.
Regresa al presente.
La violenta sacudida la arroja contra un muro de piedra. Los espasmos sacuden su cuerpo, la sangre corre libremente y la oscuridad amenaza con consumirla. Pero justo en ese momento... ¡Clang! El sonido de cristal roto y la pequeña detonación distrae al objetivo por ese preciso momento.
El clan entra, Zac, desorientado, levanta la cabeza justo cuando la luz del láser de Irina encuentra su punto. Ella, ciega y temblando, aprieta el gatillo, la bala viaja con una precisión imposible, impactando directamente en el disco duro, no en el traficante. La información vital se pulveriza.
Irina se desmaya, temblando en su escondite. El rescate ha sido un éxito, el coste ha sido solo suyo. Luego de viajar al pasado no puede volver a hacerlo de inmediato hasta estar del todo recuperada.
Ella es la variable que nadie ve, la que se auto-sacrifica para ajustar el engranaje del tiempo.
Luego de un par de horas bajo una lluvia incesante. Por fin, Irina se puso en marcha, consumida por una debilidad aplastante, pero obligada a alejarse con premura de la ciudad. Era vital dejar atrás la zona donde acababa de actuar.
Alcanzó las afueras, donde la vegetación indómita y los árboles formaban una cortina impenetrable. Entre el follaje, emergió una forma espectral: una casa, o los restos maltrechos de lo que fue un hogar, aparentemente abandonado al olvido.
Para Irina, el hallazgo era un puerto seguro; un techo provisional hasta que la recuperación le permitiera alcanzar su refugio habitual.
Los mareos la golpeaban sin piedad, la hemorragia nasal se negaba a ceder, y sus piernas flácidas apenas lograban el milagro de sostenerla. Aún sentía el escalofrío de los temblores, y su visión se mantenía desesperadamente borrosa.

