Better call Irina

​El aire dentro de la taberna de mala muerte, era una sopa densa de sudor, cerveza rancia y ceniza. Afuera, la lluvia azotaba los adoquines de los suburbios industriales de Kérstov; adentro, las risas ásperas y el tintineo de copas formaban el telón de fondo de una docena de dramas menores. Pero todo ese bullicio se estrellaba y moría a las puertas de una pequeña sala privada, en el fondo del local...
​Ahí estaba Irina.
​El cigarro prendido que ardía perezosamente entre sus dedos no lo fumaba por vicio, si no que era parte de una estrategia meticulosamente planeada; Soltaba espirales de humo gris que se adherían al techo y flotaban en el ambiente como un velo protector, lo suficientemente espeso como para diluir sus facciones.
Su silueta, envuelta en telas negras, era una mancha de medianoche en la penumbra. El ala ancha del sombrero proyectaba una sombra impenetrable sobre su rostro, borrando cualquier rasgo, dejando solo la promesa de algo afilado y peligroso debajo.
​Irina no movía más que la mano que llevaba el cigarrillo a sus labios. Se sentó con la inmovilidad tensa de un depredador que espera, cada músculo afinado y listo para la detonación. Era un rumor en el bajo mundo, una leyenda que se susurraba en las mesas de caoba de los oligarcas y en las alcantarillas de los arrabales. La llamaban la "Hija del Trueno" no por su fuerza bruta, sino por la velocidad de un rayo con que resolvía lo imposible. Las cajas fuertes que nadie podía abrir, los enemigos que nadie podía encontrar, los tratos que nadie podía cerrar... ella los ejecutaba. No dejaba rastros, no hacía preguntas y, lo más importante, no fallaba.

​Su impaciencia crecía como una marea silenciosa. En este mundo de sombras y avaricia, el tiempo de Irina era el bien más preciado. Dejó caer la ceniza con un golpe seco en el cenicero de estaño. El golpe resonó en la pequeña habitación como un juicio.
​Quienquiera que la hubiera convocado a este agujero apestoso, ya estaba en mora. Y si había algo que la Hija del Trueno odiaba más que la incompetencia, era la falta de puntualidad.
La mano, firme y elegante, se deslizó hacia el cinturón bajo su abrigo, buscando la familiar forma fría del acero. La reunión estaba a punto de empezar, quisiera o no el visitante.
Better call Irina ​El aire dentro de la taberna de mala muerte, era una sopa densa de sudor, cerveza rancia y ceniza. Afuera, la lluvia azotaba los adoquines de los suburbios industriales de Kérstov; adentro, las risas ásperas y el tintineo de copas formaban el telón de fondo de una docena de dramas menores. Pero todo ese bullicio se estrellaba y moría a las puertas de una pequeña sala privada, en el fondo del local... ​Ahí estaba Irina. ​El cigarro prendido que ardía perezosamente entre sus dedos no lo fumaba por vicio, si no que era parte de una estrategia meticulosamente planeada; Soltaba espirales de humo gris que se adherían al techo y flotaban en el ambiente como un velo protector, lo suficientemente espeso como para diluir sus facciones. Su silueta, envuelta en telas negras, era una mancha de medianoche en la penumbra. El ala ancha del sombrero proyectaba una sombra impenetrable sobre su rostro, borrando cualquier rasgo, dejando solo la promesa de algo afilado y peligroso debajo. ​Irina no movía más que la mano que llevaba el cigarrillo a sus labios. Se sentó con la inmovilidad tensa de un depredador que espera, cada músculo afinado y listo para la detonación. Era un rumor en el bajo mundo, una leyenda que se susurraba en las mesas de caoba de los oligarcas y en las alcantarillas de los arrabales. La llamaban la "Hija del Trueno" no por su fuerza bruta, sino por la velocidad de un rayo con que resolvía lo imposible. Las cajas fuertes que nadie podía abrir, los enemigos que nadie podía encontrar, los tratos que nadie podía cerrar... ella los ejecutaba. No dejaba rastros, no hacía preguntas y, lo más importante, no fallaba. ​Su impaciencia crecía como una marea silenciosa. En este mundo de sombras y avaricia, el tiempo de Irina era el bien más preciado. Dejó caer la ceniza con un golpe seco en el cenicero de estaño. El golpe resonó en la pequeña habitación como un juicio. ​Quienquiera que la hubiera convocado a este agujero apestoso, ya estaba en mora. Y si había algo que la Hija del Trueno odiaba más que la incompetencia, era la falta de puntualidad. La mano, firme y elegante, se deslizó hacia el cinturón bajo su abrigo, buscando la familiar forma fría del acero. La reunión estaba a punto de empezar, quisiera o no el visitante.
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