"Instinto Primario”

La noche respiraba.
El bosque entero parecía contener el aire mientras la luna ascendía sobre las copas de los árboles, blanca, inmensa, testigo de mi renacer.

Podía sentirlo… el pulso bajo mi piel, la vibración en los huesos, el fuego líquido corriendo por mis venas.
Darkus había desatado algo que llevaba dormido demasiado tiempo.
No me había maldecido… me había devuelto lo que me arrebataron.

El cambio comenzaba en mis ojos.
Una ardiente presión detrás del iris, un temblor.
El mundo se volvió más nítido, el aire más denso, los sonidos más crueles.
Podía escuchar la respiración de los árboles, el murmullo de las criaturas escondidas.
Y mi propio corazón… golpeando como un tambor de guerra.

Mis manos se curvaron, los dedos temblando al sentir cómo las uñas se alargaban, afiladas, naturales.
No dolía.
Era liberador.
La piel ardía, los músculos se tensaban, mi cuerpo reclamando su forma verdadera, aquella que los Carson intentaron apagar a base de miedo y sangre.

Un aullido desgarró el silencio.
No supe si provenía de mí o del alma misma del bosque.
Pero en ese instante, entendí.
No era humana.
No era bestia.
Era ambas.
Y por primera vez, no tenía miedo de ello.

La luna me bañó con su luz pálida, y mi sombra cambió.
Orejas, colmillos, una fuerza que rugía desde lo más profundo.
La loba despertaba, y con ella, el hambre.
No de carne… sino de justicia.

Darkus me observaba desde la distancia, su silueta imponente entre los árboles, sus ojos ardiendo como brasas antiguas.
No dijo nada.
No hacía falta.
Sabía lo que vendría después.

Corrí.
El suelo bajo mis pies temblaba.
Las ramas se abrían ante mí.
El viento era mi cómplice.
Cada sentido vivo, agudo, perfecto.
El olor del miedo, del hierro, del sudor…
Todo me guiaba hacia la presa.

No cazaba por placer.
Cazaba por instinto.
Por redención.
Por las voces silenciadas que aún gritaban dentro de mí.

La loba y la mujer se habían fundido.
Ya no había una sin la otra.
Y esa unión era peligrosa.
Letal.

Cuando la luna alcanzó su punto más alto, me detuve.
El bosque calló.
Mi reflejo en un charco de agua me devolvió la mirada: un ser con ojos de dos colores, mitad sombra, mitad luz.
Era yo.
La verdadera.
La que sobrevivió a los Carson.
La que se negó a morir.

Y ahora, bajo el manto de la noche, el nombre Luana Smith Carson dejaba de ser una marca de esclava.
Se convertía en una advertencia.

Darküs Volkøv
"Instinto Primario” La noche respiraba. El bosque entero parecía contener el aire mientras la luna ascendía sobre las copas de los árboles, blanca, inmensa, testigo de mi renacer. Podía sentirlo… el pulso bajo mi piel, la vibración en los huesos, el fuego líquido corriendo por mis venas. Darkus había desatado algo que llevaba dormido demasiado tiempo. No me había maldecido… me había devuelto lo que me arrebataron. El cambio comenzaba en mis ojos. Una ardiente presión detrás del iris, un temblor. El mundo se volvió más nítido, el aire más denso, los sonidos más crueles. Podía escuchar la respiración de los árboles, el murmullo de las criaturas escondidas. Y mi propio corazón… golpeando como un tambor de guerra. Mis manos se curvaron, los dedos temblando al sentir cómo las uñas se alargaban, afiladas, naturales. No dolía. Era liberador. La piel ardía, los músculos se tensaban, mi cuerpo reclamando su forma verdadera, aquella que los Carson intentaron apagar a base de miedo y sangre. Un aullido desgarró el silencio. No supe si provenía de mí o del alma misma del bosque. Pero en ese instante, entendí. No era humana. No era bestia. Era ambas. Y por primera vez, no tenía miedo de ello. La luna me bañó con su luz pálida, y mi sombra cambió. Orejas, colmillos, una fuerza que rugía desde lo más profundo. La loba despertaba, y con ella, el hambre. No de carne… sino de justicia. Darkus me observaba desde la distancia, su silueta imponente entre los árboles, sus ojos ardiendo como brasas antiguas. No dijo nada. No hacía falta. Sabía lo que vendría después. Corrí. El suelo bajo mis pies temblaba. Las ramas se abrían ante mí. El viento era mi cómplice. Cada sentido vivo, agudo, perfecto. El olor del miedo, del hierro, del sudor… Todo me guiaba hacia la presa. No cazaba por placer. Cazaba por instinto. Por redención. Por las voces silenciadas que aún gritaban dentro de mí. La loba y la mujer se habían fundido. Ya no había una sin la otra. Y esa unión era peligrosa. Letal. Cuando la luna alcanzó su punto más alto, me detuve. El bosque calló. Mi reflejo en un charco de agua me devolvió la mirada: un ser con ojos de dos colores, mitad sombra, mitad luz. Era yo. La verdadera. La que sobrevivió a los Carson. La que se negó a morir. Y ahora, bajo el manto de la noche, el nombre Luana Smith Carson dejaba de ser una marca de esclava. Se convertía en una advertencia. [Darkus]
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