Pareciera que aquella noche había más estrellas que la anterior. Tal vez así era… o al menos eso parecía.
Cada ruego, cada sueño, cada petición humilde y honesta era escuchada. Kazuo prestaba atención con su agudo oído, capaz de oír incluso las palabras no dichas.
Anotaba toda esperanza que merecía ser escuchada. Y en cada noche sin luna, el cielo amanecía con más estrellas, porque cada sueño se convertía en aquella estela que cruzaba los cielos buscando, como destino, las manos de su diosa madre, Inari.
Esa noche, que no necesitaba de la amante del sol para brillar con esplendor, Kazuo se hallaba sentado sobre el lecho verde, fresco y casi cítrico de la pradera. Los deseos y rezos se deslizaban entre sus dedos, tomando fuerza propia y elevándose hacia los cielos, donde el viento los guiaba con ternura.
Quizá aquello le llevaría toda una noche sin descanso, mas ese era su cometido: la razón por la que sentía y hasta respiraba, su razón de vivir. Era lo único certero que tenía en su existencia.
Las horas pasarían, los sueños llegarían a su destino… y Kazuo, una noche más, no dormiría.
((Escena abierta para rol))
Cada ruego, cada sueño, cada petición humilde y honesta era escuchada. Kazuo prestaba atención con su agudo oído, capaz de oír incluso las palabras no dichas.
Anotaba toda esperanza que merecía ser escuchada. Y en cada noche sin luna, el cielo amanecía con más estrellas, porque cada sueño se convertía en aquella estela que cruzaba los cielos buscando, como destino, las manos de su diosa madre, Inari.
Esa noche, que no necesitaba de la amante del sol para brillar con esplendor, Kazuo se hallaba sentado sobre el lecho verde, fresco y casi cítrico de la pradera. Los deseos y rezos se deslizaban entre sus dedos, tomando fuerza propia y elevándose hacia los cielos, donde el viento los guiaba con ternura.
Quizá aquello le llevaría toda una noche sin descanso, mas ese era su cometido: la razón por la que sentía y hasta respiraba, su razón de vivir. Era lo único certero que tenía en su existencia.
Las horas pasarían, los sueños llegarían a su destino… y Kazuo, una noche más, no dormiría.
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Pareciera que aquella noche había más estrellas que la anterior. Tal vez así era… o al menos eso parecía.
Cada ruego, cada sueño, cada petición humilde y honesta era escuchada. Kazuo prestaba atención con su agudo oído, capaz de oír incluso las palabras no dichas.
Anotaba toda esperanza que merecía ser escuchada. Y en cada noche sin luna, el cielo amanecía con más estrellas, porque cada sueño se convertía en aquella estela que cruzaba los cielos buscando, como destino, las manos de su diosa madre, Inari.
Esa noche, que no necesitaba de la amante del sol para brillar con esplendor, Kazuo se hallaba sentado sobre el lecho verde, fresco y casi cítrico de la pradera. Los deseos y rezos se deslizaban entre sus dedos, tomando fuerza propia y elevándose hacia los cielos, donde el viento los guiaba con ternura.
Quizá aquello le llevaría toda una noche sin descanso, mas ese era su cometido: la razón por la que sentía y hasta respiraba, su razón de vivir. Era lo único certero que tenía en su existencia.
Las horas pasarían, los sueños llegarían a su destino… y Kazuo, una noche más, no dormiría.
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