El crepitar de la carne de cerdo llenaba la cocina con ese sonido reconfortante que solo entiende quien ama cocinar.
El fuego danzaba bajo la sartén, y la mantequilla se fundía poco a poco, envolviendo el aire en un aroma salado y dulce a la vez.

Amane giró la muñeca con precisión, dejando que el trozo se dorara por ambos lados.
Cada movimiento suyo parecía coreografiado: el cabello recogido en un lazo bajo, el delantal de lino marcando su figura y la mirada concentrada, como si el mundo se redujera a ese instante.

Bills, sentado en una esquina del mostrador, observaba en silencio con ese aire digno de quien sabe que su humana está en su elemento.
El reloj marcaba las siete y media; las luces cálidas del apartamento bañaban la cocina en tonos miel.

Un leve suspiro escapó de sus labios cuando probó la salsa con la punta de una cuchara.
—Mmm un poco más de jengibre —murmuró para sí misma, sonriendo al recordar cómo su abuela siempre decía que “la cocina es una carta de amor con aroma”.

Fuera, la lluvia comenzaba a rozar las ventanas, y la ciudad se difuminaba tras el vapor.
Dentro, el aroma del cerdo asado convertía la noche en un refugio.
El crepitar de la carne de cerdo llenaba la cocina con ese sonido reconfortante que solo entiende quien ama cocinar. El fuego danzaba bajo la sartén, y la mantequilla se fundía poco a poco, envolviendo el aire en un aroma salado y dulce a la vez. Amane giró la muñeca con precisión, dejando que el trozo se dorara por ambos lados. Cada movimiento suyo parecía coreografiado: el cabello recogido en un lazo bajo, el delantal de lino marcando su figura y la mirada concentrada, como si el mundo se redujera a ese instante. Bills, sentado en una esquina del mostrador, observaba en silencio con ese aire digno de quien sabe que su humana está en su elemento. El reloj marcaba las siete y media; las luces cálidas del apartamento bañaban la cocina en tonos miel. Un leve suspiro escapó de sus labios cuando probó la salsa con la punta de una cuchara. —Mmm un poco más de jengibre —murmuró para sí misma, sonriendo al recordar cómo su abuela siempre decía que “la cocina es una carta de amor con aroma”. Fuera, la lluvia comenzaba a rozar las ventanas, y la ciudad se difuminaba tras el vapor. Dentro, el aroma del cerdo asado convertía la noche en un refugio.
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