“La Marca del Lobo”

El sonido de la lluvia golpeaba el cristal con violencia.
El aire del cuarto estaba denso, casi eléctrico, como si presintiera lo que estaba por suceder.

Luana no solía bajar la guardia, y mucho menos frente a un desconocido. Pero Darkus no era cualquier hombre. Había algo en él —en su forma de moverse, en la mirada salvaje que apenas contenía bajo la calma aparente— que le resultaba inquietantemente familiar. Era la clase de presencia que no se podía fingir… la de un depredador verdadero.

Él estaba apoyado contra la pared, observándola en silencio, los ojos brillando con un tono ámbar casi animal bajo la penumbra.
—Sabía que no eras humana —dijo finalmente, su voz grave, profunda, con un dejo de desafío.

Luana ladeó el rostro, su expresión impenetrable.
—Y sin embargo, viniste —respondió con suavidad, mientras avanzaba un paso más.
Cada palabra caía como un filo entre ambos, una danza entre poder y peligro.

Darkus sonrió apenas, un gesto más instintivo que humano.
—Los de nuestra raza rara vez se cruzan sin dejar marcas.

Ella detuvo su andar. Su sombra se reflejaba junto a la de él en la pared, dos siluetas que parecían fundirse en la oscuridad.
El aire vibraba con una energía primitiva, el pulso de dos bestias que se reconocen.

—No busco dejar marcas —susurró Luana, aunque su tono decía lo contrario.
—Entonces no te acerques más —gruñó él.

Silencio.
Y después, el paso que lo cambió todo.

Luana se detuvo frente a él, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración. Sus ojos, oscuros como la tormenta que rugía afuera, lo miraron sin miedo.

—Demasiado tarde, lobo.

Darkus la sostuvo con la mirada. Había peligro allí… pero también una verdad: en el fondo, ambos eran criaturas del mismo caos, forjadas en la misma oscuridad.

Y en esa noche, entre el eco de la lluvia y el temblor de la tensión, el mundo pareció detenerse.
Solo quedaban ellos dos.
Dos sombras, una misma furia.

Darküs Volkøv

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“La Marca del Lobo” El sonido de la lluvia golpeaba el cristal con violencia. El aire del cuarto estaba denso, casi eléctrico, como si presintiera lo que estaba por suceder. Luana no solía bajar la guardia, y mucho menos frente a un desconocido. Pero Darkus no era cualquier hombre. Había algo en él —en su forma de moverse, en la mirada salvaje que apenas contenía bajo la calma aparente— que le resultaba inquietantemente familiar. Era la clase de presencia que no se podía fingir… la de un depredador verdadero. Él estaba apoyado contra la pared, observándola en silencio, los ojos brillando con un tono ámbar casi animal bajo la penumbra. —Sabía que no eras humana —dijo finalmente, su voz grave, profunda, con un dejo de desafío. Luana ladeó el rostro, su expresión impenetrable. —Y sin embargo, viniste —respondió con suavidad, mientras avanzaba un paso más. Cada palabra caía como un filo entre ambos, una danza entre poder y peligro. Darkus sonrió apenas, un gesto más instintivo que humano. —Los de nuestra raza rara vez se cruzan sin dejar marcas. Ella detuvo su andar. Su sombra se reflejaba junto a la de él en la pared, dos siluetas que parecían fundirse en la oscuridad. El aire vibraba con una energía primitiva, el pulso de dos bestias que se reconocen. —No busco dejar marcas —susurró Luana, aunque su tono decía lo contrario. —Entonces no te acerques más —gruñó él. Silencio. Y después, el paso que lo cambió todo. Luana se detuvo frente a él, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración. Sus ojos, oscuros como la tormenta que rugía afuera, lo miraron sin miedo. —Demasiado tarde, lobo. Darkus la sostuvo con la mirada. Había peligro allí… pero también una verdad: en el fondo, ambos eran criaturas del mismo caos, forjadas en la misma oscuridad. Y en esa noche, entre el eco de la lluvia y el temblor de la tensión, el mundo pareció detenerse. Solo quedaban ellos dos. Dos sombras, una misma furia. [Darkus] ---
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