Katherine tomó el pequeño tubo de gloss y lo destapó con la misma calma con la que alguien afila un cuchillo. El aroma dulce, casi inocente, contrastaba con la tensión que se respiraba en el coche. Pasó el aplicador por sus labios con movimientos lentos, precisos, asegurándose de que el brillo quedara perfecto, como si la perfección misma fuese su escudo.
Luego, inclinó apenas el rostro hacia un costado y clavó la mirada en su acompañante. Sus ojos destilaban un brillo que mezclaba travesura con una sutileza venenosa, esa que no necesita alzar la voz para hacer temblar a quien la escucha.
— ¿Entonces, cariño? —murmuró con un tono suave, casi meloso—. ¿Qué dices? Sólo es un poco de diversión, nada más.
La sonrisa que siguió fue un espectáculo en sí misma: coqueta, pícara, pero con un filo invisible. Una sonrisa que prometía placer, sí… Pero también peligro. El tipo de sonrisa que no se olvida, porque esconde más de lo que revela.
Luego, inclinó apenas el rostro hacia un costado y clavó la mirada en su acompañante. Sus ojos destilaban un brillo que mezclaba travesura con una sutileza venenosa, esa que no necesita alzar la voz para hacer temblar a quien la escucha.
— ¿Entonces, cariño? —murmuró con un tono suave, casi meloso—. ¿Qué dices? Sólo es un poco de diversión, nada más.
La sonrisa que siguió fue un espectáculo en sí misma: coqueta, pícara, pero con un filo invisible. Una sonrisa que prometía placer, sí… Pero también peligro. El tipo de sonrisa que no se olvida, porque esconde más de lo que revela.
Katherine tomó el pequeño tubo de gloss y lo destapó con la misma calma con la que alguien afila un cuchillo. El aroma dulce, casi inocente, contrastaba con la tensión que se respiraba en el coche. Pasó el aplicador por sus labios con movimientos lentos, precisos, asegurándose de que el brillo quedara perfecto, como si la perfección misma fuese su escudo.
Luego, inclinó apenas el rostro hacia un costado y clavó la mirada en su acompañante. Sus ojos destilaban un brillo que mezclaba travesura con una sutileza venenosa, esa que no necesita alzar la voz para hacer temblar a quien la escucha.
— ¿Entonces, cariño? —murmuró con un tono suave, casi meloso—. ¿Qué dices? Sólo es un poco de diversión, nada más.
La sonrisa que siguió fue un espectáculo en sí misma: coqueta, pícara, pero con un filo invisible. Una sonrisa que prometía placer, sí… Pero también peligro. El tipo de sonrisa que no se olvida, porque esconde más de lo que revela.

