“El Arte de la Sangre y la Elegancia”
El sonido de los tacones resonaba como una cuenta regresiva en el mármol del pasillo.
Cada paso era un golpe de autoridad, una advertencia.
Luana Smith Carson avanzaba con la serenidad de quien sabe que domina la escena. El vestido rojo vino se ajustaba a su silueta con precisión mortal, dejando ver los hombros desnudos y el brillo suave de su piel. Sobre sus brazos descansaba una estola de piel blanca que contrastaba con la oscuridad del lugar, un símbolo de lujo… y de poder.
El aire olía a vino caro y tensión.
Las luces del salón se reflejaban en los cristales de las lámparas mientras los invitados —políticos, empresarios, mafiosos disfrazados de filántropos— giraban para mirarla entrar. Ninguno se atrevía a hablar primero.
Sus tacones, salpicados con patrones rojos que parecían sangre seca, eran más que un accesorio: una declaración. Cada gota pintada contaba una historia que nadie se atrevería a preguntar.
Luana detuvo su paso en el centro de la sala. Su mirada, dorada bajo las luces, se posó en el anfitrión: un hombre que, minutos antes, se jactaba de controlar el mercado negro del puerto.
—Bonita fiesta —dijo con voz baja, melódica, casi amable—. Lástima que sea la última que organizas.
El silencio se rompió con un leve chasquido de sus dedos.
Las sombras en las esquinas comenzaron a moverse, como si obedecieran a su llamada. En segundos, la atmósfera cambió; el aire se volvió pesado, denso, oscuro.
Los guardias se tensaron, las manos fueron a las armas. Pero Luana solo sonrió, inclinando ligeramente la cabeza.
—Tranquilos —susurró—. Aún no es su turno.
Se acercó al anfitrión, su perfume invadiendo el espacio entre ambos, y le susurró al oído:
> “Nunca subestimes a una mujer que sabe convertir la elegancia en un arma.”
Después, sin mirar atrás, giró sobre sus tacones, dejando tras de sí el eco de su perfume, el crujido de la piel blanca de su abrigo y la sensación inevitable de que algo oscuro acababa de comenzar.
El sonido de los tacones resonaba como una cuenta regresiva en el mármol del pasillo.
Cada paso era un golpe de autoridad, una advertencia.
Luana Smith Carson avanzaba con la serenidad de quien sabe que domina la escena. El vestido rojo vino se ajustaba a su silueta con precisión mortal, dejando ver los hombros desnudos y el brillo suave de su piel. Sobre sus brazos descansaba una estola de piel blanca que contrastaba con la oscuridad del lugar, un símbolo de lujo… y de poder.
El aire olía a vino caro y tensión.
Las luces del salón se reflejaban en los cristales de las lámparas mientras los invitados —políticos, empresarios, mafiosos disfrazados de filántropos— giraban para mirarla entrar. Ninguno se atrevía a hablar primero.
Sus tacones, salpicados con patrones rojos que parecían sangre seca, eran más que un accesorio: una declaración. Cada gota pintada contaba una historia que nadie se atrevería a preguntar.
Luana detuvo su paso en el centro de la sala. Su mirada, dorada bajo las luces, se posó en el anfitrión: un hombre que, minutos antes, se jactaba de controlar el mercado negro del puerto.
—Bonita fiesta —dijo con voz baja, melódica, casi amable—. Lástima que sea la última que organizas.
El silencio se rompió con un leve chasquido de sus dedos.
Las sombras en las esquinas comenzaron a moverse, como si obedecieran a su llamada. En segundos, la atmósfera cambió; el aire se volvió pesado, denso, oscuro.
Los guardias se tensaron, las manos fueron a las armas. Pero Luana solo sonrió, inclinando ligeramente la cabeza.
—Tranquilos —susurró—. Aún no es su turno.
Se acercó al anfitrión, su perfume invadiendo el espacio entre ambos, y le susurró al oído:
> “Nunca subestimes a una mujer que sabe convertir la elegancia en un arma.”
Después, sin mirar atrás, giró sobre sus tacones, dejando tras de sí el eco de su perfume, el crujido de la piel blanca de su abrigo y la sensación inevitable de que algo oscuro acababa de comenzar.
“El Arte de la Sangre y la Elegancia”
El sonido de los tacones resonaba como una cuenta regresiva en el mármol del pasillo.
Cada paso era un golpe de autoridad, una advertencia.
Luana Smith Carson avanzaba con la serenidad de quien sabe que domina la escena. El vestido rojo vino se ajustaba a su silueta con precisión mortal, dejando ver los hombros desnudos y el brillo suave de su piel. Sobre sus brazos descansaba una estola de piel blanca que contrastaba con la oscuridad del lugar, un símbolo de lujo… y de poder.
El aire olía a vino caro y tensión.
Las luces del salón se reflejaban en los cristales de las lámparas mientras los invitados —políticos, empresarios, mafiosos disfrazados de filántropos— giraban para mirarla entrar. Ninguno se atrevía a hablar primero.
Sus tacones, salpicados con patrones rojos que parecían sangre seca, eran más que un accesorio: una declaración. Cada gota pintada contaba una historia que nadie se atrevería a preguntar.
Luana detuvo su paso en el centro de la sala. Su mirada, dorada bajo las luces, se posó en el anfitrión: un hombre que, minutos antes, se jactaba de controlar el mercado negro del puerto.
—Bonita fiesta —dijo con voz baja, melódica, casi amable—. Lástima que sea la última que organizas.
El silencio se rompió con un leve chasquido de sus dedos.
Las sombras en las esquinas comenzaron a moverse, como si obedecieran a su llamada. En segundos, la atmósfera cambió; el aire se volvió pesado, denso, oscuro.
Los guardias se tensaron, las manos fueron a las armas. Pero Luana solo sonrió, inclinando ligeramente la cabeza.
—Tranquilos —susurró—. Aún no es su turno.
Se acercó al anfitrión, su perfume invadiendo el espacio entre ambos, y le susurró al oído:
> “Nunca subestimes a una mujer que sabe convertir la elegancia en un arma.”
Después, sin mirar atrás, giró sobre sus tacones, dejando tras de sí el eco de su perfume, el crujido de la piel blanca de su abrigo y la sensación inevitable de que algo oscuro acababa de comenzar.
